¿Cómo se enteró don Cornífero Astifino de que su esposa lo engañaba? En muchos y muy variados modos los maridos mitrados llegan a conocimiento de los devaneos de su mujer. Un señor, por ejemplo, le reclamó a la suya: "Me dicen que tienes relaciones ilícitas con un radioaficionado". Respondió la señora: "No es cierto. Cambio y fuera". Otro supo de su desdicha conyugal por el apodo que le pusieron sus compañeros de oficina. Le decían "El unicornio", porque su esposa lo hacía medio pendejo. Lo cierto es que el varón -y en eso lo acompaña la sociedad entera- no es imparcial en tratándose del adulterio. Ve el suyo como travesura, y el de la mujer como punible crimen que no se puede perdonar. Es de saberse que tal actitud tiene raíces económicas. (Todo, diría Marx el malo -el bueno es Groucho- tiene raíces económicas). El derecho romano, que no tomaba en cuenta el adulterio del esposo -de Julio César se decía que era "el marido de todas las mujeres, y la mujer de todos los maridos"-, castigaba con rigor el de la esposa, pues su infidelidad podía introducir en la familia al hijo de otro hombre, hijo que -sin derecho- heredaría los bienes del paterfamilias. Pero veo que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Don Cornífero supo que su esposa, con el pretexto de ir a cuidar a su madrecita enferma, se iba todas las noches a ofrecer sus encantos en una casa de lenocinio. Lo hacía a fin de tener dinero para jugar en las maquinitas o ir de compras al otro lado. Cierto día la siguió cautelosamente, y la vio entrar en el local donde ejercía su ilícito comercio. Al primer hombre que pasó por ahí le dijo, suplicante: "Amigo: quiero pedirle un gran favor. Mi esposa está ahí dentro, bailando 'Amor perdido'. Si voy yo a sacarla provocaré un escándalo, y no me gusta la publicidad. Le ruego que con cualquier pretexto la traiga acá afuera. Ya me entenderé yo con ella. Es una mujer alta, delgada; lleva un vestido rojo que parece de terciopelo, pero que en realidad es de nansú. Se lo digo porque yo mismo lo compré". El tipo entendió la íntima tragedia del solicitante -en ese renglón hay en los hombres una especie de masculina solidaridad-, y obsequió de buen grado la demanda. Entró en el establecimiento, y salió al punto. Iba empujando con violencia a una mujer a la que llenaba de mamporros, guantadas, testarazos, puñetes, mojicones, cachetadas, tortazos, molondrones y trompadas. La dicha fémina era de baja estatura, regordeta, y lucía un vestido azul de popelina. "¡Oiga! -le dice don Cornífero al sujeto-. ¡Ésa no es mi esposa!". "¡Pero es la mía!" -ruge hecho una furia el individuo. ¡Ah, cuán cierto es el refrán que dice: "Lo que no has de querer en tu casa lo has de tener"! Últimamente se han levantado voces muy autorizadas para pedir a los políticos que hagan esto o lo otro. Plausibles son esas iniciativas, pero a los políticos tales instancias les entrarán por un oído y les saldrán no diré por dónde. Sería menester que toda la sociedad -incluido en ella, aunque en modestísimo lugar, el que esto escribe- secundara la idea, y ejerciera presión sobre los políticos mexicanos a fin de que sean más mexicanos y menos políticos. ¿Será eso posible? Quién lo sabe. Uno es el interés de México, y otro el de los políticos. El cálculo más conservador indica que los partidos empezarán a tomar en cuenta el bien de la nación el año 3015 (de nuestra era, aclaro para no sembrar el pesimismo). Paso ahora a narrar un breve cuento a fin de disipar la honda melancolía que mis últimas palabras deben haber puesto en la República. Don Usurino Cenaoscuras, hombre cicatero, le dijo a su mujer que por cada vez que hicieran el amor le daría 20 pesos; así al final del año ella podría comprarse un vestido con el dinero que de ese modo juntaría. Don Usurino era mesero, quiero decir que hacía el sexo una vez al mes. Sin embargo, al término del año su esposa tenía en caja 10 mil pesos. "¡10 mil pesos! -se asombró el avaro-. ¡Deberías tener 240, nada más! ¡Son 12 meses, y yo te daba sólo 20 pesos cada vez que hacíamos el amor!". Responde con toda calma la señora: "No todos son tan agarrados como tú". FIN.