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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Ver desnudo a mi marido ya no me excita". Así le dijo una señora a la terapeuta sexual. Le indicó ella: "Tráigalo a mi consultorio". Cuando llegó el sujeto la terapeuta lo condujo a su privado y le pidió que se desvistiera. Luego salió y le dijo a la señora: "El problema no está en usted: está en su esposo. A mí tampoco me excitó"... Entre mis libros raros o curiosos está un antiguo Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas en el cual se enumeran algunos bálsamos ("preparaciones farmacéuticas de naturaleza alcohólica, oleosa o resinosa, que se aplican especialmente al exterior") a los que se atribuyen grandes virtudes curativas. Los nombres de unos, y sus usos, son tan peregrinos que parecen inventados: bálsamo católico o del comendador, con el que cierran las heridas de arma blanca; bálsamo de Caparapí, que alivia el catarro crónico; bálsamo de gurjún, para la blenorragia (enfermedad venérea también llamada "purgación", pues quien la sufre expía -purga- su culpa de lujuria); bálsamo tranquilo, hecho con plantas narcóticas y aromatizantes, cuya fricción en las partes alusivas sirve para sedar la concupiscencia de la carne. Sin demérito de los bálsamos antes mencionados, otros dos conozco yo, infalibles. Son el amor y el humor. Pues sé de sus virtudes y procuro siempre ponerlos en todo lo que escribo. Con esos dos bálsamos compuse un libro que se llama "Los mil mejores chistes que conozco, y otros cien más buenos aún". Ha sido -gracias a mis cuatro lectores- un éxito editorial; está en la lista de los más vendidos, y de él se han hecho ya varias reimpresiones. Interesante caso, si se considera que ni siquiera lo he presentado aún formalmente en sociedad. Lo haré por primera vez mañana, a las 12 del mediodía, en la Feria Internacional del Libro, en Monterrey. Será esa presentación una regocijada convocatoria a la risa, remedio universal contra males del cuerpo y del espíritu, más necesario aún en tiempos de calígine como éstos por los que atravesamos. Contaré cuentos -algunos de ellos bastante subiditos de color-; haré revelaciones nunca antes reveladas sobre la forma en que escribo mi columna diaria, y hablaré de humorismo y humoristas. Espero encontrarme ahí contigo, que me acompañas siempre. La cita es mañana a las 12 horas, en Cintermex. Tu presencia y tu afecto me ungirán con ese otro bálsamo precioso, el del amor humano, sin el cual nuestra vida pierde la V de la victoria y queda sólo en ida. ¡Ahí nos vemos!.... Apenas se acostaron, don Chinguetas puso la mano sobre una de las bubis de su mujer, doña Macalota, cubierta ya con la colcha de la cama. Luego la puso sobre la otra bubis. Enseguida le tentó uno de los muslos, luego el otro, y finalmente llevó la mano a la entrepierna de la señora. Ella estaba muy emocionada, pues había olvidado ya cuándo fue la última vez que su marido la hizo objeto de semejantes tocamientos, seguro prolegómeno del acto conyugal. Cuál no sería su desilusión cuando después de tanto palpar en esa forma don Chinguetas le preguntó, impaciente: "¿Dónde diablos está el control de la tele?"... Sigue ahora un cuento irrelevante, irredimible e irreverente. Las personas que no gusten de leer cuentos irreverentes, irredimibles e irrelevantes deben omitir la lectura del párrafo que sigue.Tres monjitas: sor Bette, sor Tija y sor Teo, fueron a confesarse con el padre Arsilio. Dijo Sor Bette: "Me acuso, padre, de que miré a un hombre". Le ordenó el buen sacerdote: "De penitencia mete los ojos en agua bendita". Sor Tija se confesó también: "Me acuso, padre, de que toqué a un hombre". "De penitencia -prescribió don Arsilio- mete las manos en agua bendita". Sor Teo, que había oído todo eso, pensó mohína: "¡Caramba! ¡Otra vez baño de asiento para mí!"... FIN.

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