“Su esposa necesita tener sexo diariamente”. Así le dijo el médico al marido de la señora a quien acababa de examinar. Y explicó: “La paciente presenta un síndrome de nerviosismo extremo derivado de la insatisfacción sexual. Debe entonces recibir sexo todos los días”. “Entiendo, doctor -replica el hombre-. A mí anóteme el último viernes del mes”. El capitalismo es inflexible cuando se trata de defender el capital. La protesta de los jóvenes norteamericanos que mostraron su indignación en Wall Street fue refrenada con eficacia y prontitud por la policía neoyorquina. Los gritos contra la discriminación por raza, preferencia sexual o creencia religiosa pueden ser tolerados, pero los gritos contra el dinero no. Esa protesta evidenció que la frustración de los jóvenes, y su desesperanza, están presentes aun en los países considerados ricos. Las redes sociales difunden el desencanto, y facilitan las concentraciones para demostrarlo. La nueva generación, formada en buena parte por quienes saben que les será difícil encontrar empleo, no está contenta con la política ni con la sociedad. Piensa que en ambas privan la corrupción, la ineficiencia, el desdén por la suerte de los marginados, y expresa su enojo en forma quijotesca, lanzándose con sus lanzas contra los molinos de viento. En el caso de los contestatarios de Wall Street los molinos de viento son los bancos. Yo considero que los bancos no son por sí mismos entes perversos. Si sus dueños -¿quiénes serán los dueños de los bancos?- tuvieran sentido de responsabilidad social, podrían ser valiosos coadyuvantes en la tarea de lograr el bien comunitario. Eso no lo aprendí en los libros: lo aprendí en el cine, viendo la película It’s a wonderful life, de Frank Capra y James Stewart. Lo malo es cuando los bancos se despersonalizan y se convierten en una maquinaria sorda -y sórdida- para hacer dinero. Entonces sufren lo mismo los gobiernos que las personas, porque los bancos se guardan sus ganancias, y hacen caer sobre la gente y los gobiernos las pérdidas que sus errores causan. Ciertamente los consorcios bancarios se sienten por encima del sistema de valores que deben orientar la marcha de los individuos y de las sociedades. La tímida protesta que llevaron a cabo los ocupantes de Wall Street, con toda su aparente ingenuidad, sus desorientaciones y falta de propuestas concretas, es un llamado de atención -que en el futuro puede subir de intensidad- para que los banqueros, y los dueños del dinero en general tengan una mayor conciencia y una inconsciencia menor. ¡Qué bárbaro, insensato escribidor! Esta catilinaria tuya quizá no cimbre el sistema bancario universal -de seguro no cimbrará ni siquiera las partes más cimbrables de los grandes banqueros en el mundo-, pero es un testimonio irrecusable del malestar que priva en las naciones por las iniquidades que derivan del error de poner el dinero sobre todas las cosas. Vayamos ahora por sendas más floridas: narra un par de chascarrillos finales que podamos leer mientras hacemos esa larga fila frente a la ventanilla del banco. Un bondadoso caballero vio a un anciano que, sentado en la banca del parque, tenía en las manos una caña con anzuelo, en actitud de estar pescando. Pensó el caballero que el pobre sufría demencia senil, y en su mansa locura evocaba sus felices días de pescador. Se sentó junto a él y le entregó un billete de 50 pesos. “Tenga, buen hombre -le dijo-. Compre carnada para su anzuelo”. El anciano aceptó el dinero, agradecido. “Y dígame -inquirió con ternura el bondadoso caballero-, ¿cuántos ha pescado hoy?”. Responde el viejecito: “Con usted van seis”. Una señora le preguntó a su amiga: “¿Por qué tu esposo trae siempre la nariz mojada?”. Responde la otra: “Porque es corto de vista, y ginecólogo”. (No le entendí). FIN.