"¡Nuestro hijo lee revistas pornográficas!". Así le dijo en tono desolado la esposa a su marido hablando de Acnecito, su crío adolescente. "Vamos, vamos -tranquilizó el señor a su mujer-. En primer lugar las revistas pornográficas no se leen: se ven. Y luego, miremos el asunto por el lado positivo: piensa que eso de que nuestro hijo vea revistas pornográficas puede mejorarle la coordinación entre el ojo y la mano"... También yo quisiera mantener un optimismo realista, si es que ese oxímoron se puede dar. (La palabra "oxímoron", que cierto tufo pedantesco tiene, sirve para designar la combinación en una misma frase de dos palabras con significado opuesto: el pequeño gigante; un ruidoso silencio. El oxímoron se llama también paradojismo o antilogia, y es una especie de alotopía isotópica, metábola o antítesis que pone dos antónimos en relación sintáctica. Digo todo eso para quitarle a la palabra su tufo pedantesco). Mi optimismo, sin embargo, se estrella contra una sentencia lapidaria de Mark Twain: "Sólo hay algo más triste que ver a un joven pesimista, y es ver un viejo optimista". Respeto mucho al amable greñudo, pero a pesar de mis años, y de todos los vientos y tormentas, no he podido sacudirme ese resto de idealista juventud que consiste en ver el lado mejor de las personas. A veces no se les puede ver -tal es el caso de las damas cuando están sentadas-, pero siempre es útil aquella forma de optimismo que consiste en no dejarse vencer por la realidad, y plantarle cara para hacerle frente, o hacerle frente para plantarle cara, que viene a ser más o menos lo mismo. Siempre hay algo de hidalguía en ver la tempestad y no hincarse. Alguien dirá que eso es orgullo, a la manera de aquel individuo cachuchero, vale decir que gustaba de disfrutar el trato con sexoservidoras sin pagarles después el estipendio que habían ganado con el sudor de su frente y de otras partes menos tersas de su cuerpo. En cierta ocasión, acabado el trance de libídine con una de ellas, el plebeyo tenorio se dispuso a retirarse del sitio donde se había celebrado aquel efímero concúbito. Le preguntó la daifa: "¿Y el dinero?". Respondió, displicente, el fornicario: "Ahí déjamelo, sobre el buró". Hay una frase que también podría ser tildada de muy cínica. Dice esto: "He aquí la única regla de oro: el que tiene el oro hace las reglas". Si se aplican los términos de esta máxima, en la próxima elección presidencial el voto de millones de mexicanos será influido por los poderes fácticos. Eso no es de extrañar: sucede en todo el mundo. Si en Marte hay elecciones, de seguro lo mismo pasa allá. Pero México es un país poco educado (el otro día pasé junto a él y no me saludó), y uno de los más poderosos poderes fácticos es el de la televisión. Desde ahora estamos viendo su decisiva influencia en la formación o deformación de la llamada voluntad ciudadana. De nueva cuenta arribamos a la misma gastada moraleja: sólo en la educación puede fincarse la verdadera democracia. ¿Cuándo llegará el pueblo mexicano a tener una plena educación cívica y política? He consultado a los expertos en la materia, y después de escuchar sus doctas opiniones he concluido que eso sucederá entre los años 3045 y 4014. (De nuestra era, aclaro para no hacer más grande el pesimismo)... Babalucas se enamoró perdidamente de una chica de envases livianos, por no decir de cascos ligeros, y le propuso matrimonio. Respondió ella con sinceridad: "No puedo casarme contigo, Baba. Soy ninfómana". "¡Qué importa eso! -respondió, vehemente, Babalucas-. ¡Roba todo lo que quieras; lo único que te pido es que me seas fiel!"... Con motivo de los Juegos Panamericanos dos nadadores velocistas hablaban de sus respectivas técnicas para aprovechar el clavado de salida y ganar distancia en el arranque de la carrera. Dice uno: "Yo con el puro clavado gano cerca de cinco metros". Le pregunta el otro: "¿Y sin el puro?". (No le entendí)... FIN.
