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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Quiero sexo". Así le dijo el desconsiderado esposo a su mujer después de despertarla en horas de la madrugada. Respondió ella, aún medio dormida: "Estoy cansada, y tengo mucho sueño. Pero te diré qué haremos. Satisfácete tú mismo, y yo fingiré el orgasmo mañana al despertar". El empleado que hacía una encuesta sobre actividad sexual en los matrimonios se desconcertó al leer las distintas respuestas que aquel hombre y su esposa escribieron en el formulario que entregó a cada uno. Le dice al marido: "Usted pone aquí que hace el amor dos veces por semana. Su esposa, en cambio, respondió que tiene sexo cinco o seis veces cada noche". "Así es -confirma el tipo-. Y así seguirá siendo hasta que acabemos de pagar la casa y el automóvil". ¡Hoy! Sí, hoy sábado a las 14:00 horas, en el Museo del Estanquillo de la Ciudad de México, Isabel la Católica esquina con Madero, Centro Histórico, presentaré el más reciente de mis libros: "Los mil mejores chistes que conozco, y otros cien más buenos aún". En la presentación, que es parte de la Feria del Libro del Zócalo, diré cómo hago mi columna, de dónde saco los cuentos que narro, y el por qué de los nombres de mis personajes, cosa que con frecuencia la gente me pregunta. Hablaré también de mi vida, lo cual muy raras veces suelo hacer. Aindamáis, narraré chascarrillos de todos colores, sobre todo rojo púrpura. Espero verte en la presentación a ti, que eres uno de mis cuatro lectores, para compartir contigo el gozo de reír. Recuerda: hoy, a las 14:00 horas en el Museo del Estanquillo. (A ver si a mí no se me olvida). Kid Groggo se desplomó sin fuerzas en el banquillo de su esquina después de haber sido vapuleado por su rival a lo largo de toda la pelea. ¡Y quedaban todavía cinco rounds por combatir! Su manager le limpia la sangre que le manaba profusamente por oídos, nariz y boca; le pone hielo en los ojos, cerrados casi ya por los tremendos golpes; le masajea los tundidos miembros, y luego le dice al lacerado púgil: "¡Ánimo, Groggo! ¡No te rindas! ¡Tienes a la gente de tu lado! ¡Mira cómo todo el público está llorando por la paliza que estás recibiendo!". Ha comenzado ya la carrera por la Presidencia. Espero que el vencedor en la elección, sea quien sea, la gane por nocaut; quiero decir por amplio margen, y no en la forma apretadísima en que se decidió la elección del 2006. Sucede que actualmente el órgano electoral encargado de llevar a cabo la elección no goza de un margen amplio de credibilidad, y su dictamen final podría ser impugnado si no hay una ventaja apreciable de uno de los candidatos sobre aquel que lo siga en número de votos. Nadie quiere una nueva toma del Paseo de la Reforma, ni otros dos presidentes, uno llamado con falsedad espurio y el otro autonombrado legítimo. Que esa pelea, entonces, se decida por nocaut, pues cualquier otra decisión será indecisa. "Vituperable, abominable y execrable". Así calificó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, el cuento que cierra hoy esta columnejilla. Las personas con repulgos o tiquismiquis de moralina deben abstenerse de leerlo. En aquel remoto campamento de mineros no había una sola mujer, ni existía presencia femenina en cien kilómetros a la redonda. A fin de remediar en lo posible dicha falta, el sobrestante de la mina le daba a cada minero, como parte de su equipo (así lo ordenaba el contrato colectivo de trabajo), una tabla en forma de raqueta de ping-pong, con una horadación acolchada en felpa suave de color de rosa. Tal artefacto o adminículo servía para que los hombres sedaran su concupiscencia sin recurrir a trabajos manuales de onanismo, o a actividades sodomíticas. La moral ante todo. Incluso el sobrestante hizo imprimir en el mango de cada uno de esos artilugios un pequeño letrero que decía: "Ámate a ti mismo, no a tu prójimo". Sucedió, sin embargo, que cierto día un minero golpeó a otro con el mango del talache. Lo tundió en tal manera que le rompió dos falsas costillas y una verdadera -la vertebrosternal-, y le fracturó el trocante menor del fémur y la diáfisis del peroné. Acudió el capataz de la mina, que la hacía de juez en aquella aislada comunidad, y le preguntó al agresor por qué había atacado a su víctima en forma tan artera y cruel. Respondió hecho una furia el individuo: "¡Lo sorprendí en la cama con mi tabla!". FIN.

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