Don Geroncio, romántico caballero entrado en años, se puso poético ante Himenia Camafría, madura señorita soltera. "Los besos -le dijo- son el lenguaje del amor". Replica Himenia entornando los ojos: "Yo, amigo mío, prefiero que el amor hable con un lenguaje más fuerte"... El maestro hizo que Juanilito pasara al pizarrón. Le dijo: "Vamos a hablar de las aves, que son animales ovíparos, o sea de los que se reproducen por medio de huevos. A ver, buen niño: dibuja un huevo". Juanilito tomó un gis, y se metió la otra mano al bolsillo. Desde su asiento de atrás grita Pepito: "¡Va a copiar, profe!"... Ulpiano Partidas, joven abogado, tenía tres secretarias, las tres muy bellas, esculturales las tres. Le preguntó un amigo, hablando del mucho trabajo que había en el despacho: "¿Cómo puedes hacer algo con esas tres bellezas a tu alrededor?". Respondió el otro: "A dos les doy el día libre"... El audaz explorador perdió su rumbo en el desierto del Sahara. Se le acabó el agua, e iba a morir de sed y extenuación cuando a lo lejos vio una tienda de campaña. Arrastrándose por la candente arena llegó hasta ella. En la puerta estaba un beduino con varias corbatas desplegadas sobre el brazo. "Vendo corbatas" -le ofreció el hombre al audaz explorador. "¡Agua!" -pidió éste con voz desfallecida. "Cómprame una corbata -le dice el habitante de las dunas-. Son de muy buena clase". "¡Agua, por favor!" -volvió a clamar el desdichado. "Son de seda -insistió el beduino-. Importadas". "¡No quiero una corbata! -gimió con desesperación el explorador-. ¡Estoy muriéndome de sed! ¡Dame agua, por piedad!". "Ah, quieres agua -dice entonces el beduino como entendiendo-. Aquí tengo agua, en mi tienda de campaña". "¡Gracias, amigo! -exclama el viajero-. ¡Me salvas la vida!". Le dice el beduino: "El problema es que a mi tienda no se puede entrar sin corbata"... Le confió una señora a su amiga: "En la noche de bodas mi marido me dijo unas palabras muy hermosas". "El mío -dice la otra- me dijo nada más cuatro palabras, pero que me sonaron muy bien". "¿Cuáles fueron?" -se interesa la amiga. Responde la señora con sonrisa evocadora: "Me dijo: '¿Lo hacemos otra vez?'"... Algo de lo mejor de este año, que tantas cosas malas ha traído, fue la celebración de los Juegos Panamericanos en Guadalajara. Su buen éxito superó todas las expectativas. Ciertamente los jaliscienses y tapatíos se lucieron, y la hermosísima ciudad fue digna sede para los atletas que llegaron a competir en ella. Desde luego no se puede atribuir a una sola persona el mérito de este brillante triunfo, pero no cabe duda de que el gobernador Emilio González merece aplauso y reconocimiento, pues a él tocaba la responsabilidad mayor en este evento, y pasó con creces la difícil prueba. Mi amigo Alfredo Dau no se equivocó cuando al anunciarse que los Juegos serían en Guadalajara me habló de las buenas cualidades de organizador que tiene el gobernador González. Una costumbre deplorable tenemos muchos mexicanos: pensamos que nos da tono deturpar a nuestro país, hablar mal de él, y ni siquiera ante extranjeros evitamos denigrarlo y denigrarnos a nosotros mismos. El lucimiento de estos Juegos, considerados los mejores en toda la historia de la justa, es una lección que debemos aprovechar. Nos enseña que los mexicanos podemos hacer bien las cosas; vencer todos los obstáculos y cumplir a tiempo nuestros compromisos. ¿Que atravesamos malos tiempos? Eso es cierto, pero otros peores hemos afrontado, y de ellos salimos con bien. ¿Que hay crímenes y violencia en nuestro país? También es cierto, pero no por muy repetida es menos cierta la verdad de que por cada mal mexicano hay miles de mexicanos buenos que luchan y se afanan para ganar la vida y hacer mejor la de sus hijos. Envío un resonante aplauso al gobernador González, a Jalisco, y especialmente a Guadalajara y a los emprendedores tapatíos, por haber dado a México y a todos los mexicanos este motivo de orgullo y de satisfacción. Va el aplauso: ¡Clap clap clap clap clap clap clap!... Casó Trombeto, músico de profesión, con cierta dama -dicho sea sin exagerar- que llevaba corridos muchos kilómetros de vida, y todos de terracería. Terminado el primer trance de connubio la mujerona le dice a su marido, con tono acre: "Sabía que eras músico, pero no de un instrumento tan pequeño". Responde sin vacilar Trombeto: "El instrumento es como todos, linda. Lo que sucede es que tu sala de conciertos es demasiado grande". (No le entendí)"... FIN.