Bustolina Grandchichier, vedette reconocida, charlaba con su amiga y compañera Nalgarina Granderriére. "Supe que estás saliendo con un trompetista -le comenta-. ¿Qué tal te va con él?". "Muy bien -responde Nalgarina-. Pero tengo un problema. Suelo gritar en el momento del amoroso éxtasis, y él me pone la mano atrás para lograr efectos de sordina"... La joven madre primeriza empezó a dar a luz antes de lo esperado, y su asustado marido no tuvo tiempo ya de llevarla al hospital. Por fortuna, al otro lado de su casa vivía un médico, y el muchacho fue corriendo por él. Llegó el doctor a toda prisa, y se encerró con la parturienta. Salió de pronto, y pidió con urgencia: "¡Unas pinzas, pronto!". Apresuradamente fue el muchacho a buscarlas en su caja de herramientas. El médico volvió a entrar en el cuarto, sólo para salir otra vez. "¡Un martillo! ¡Rápido!". El futuro papá lo trajo a toda carrera. A poco el galeno asomó de nuevo. "¡Un cincel!" -pidió con voz premiosa. "¿Un cincel?" -se espanta el pobre marido-. ¡Doctor! ¿Qué le está haciendo usted a mi mujer?". "Nada -responde el facultativo-. Lo que pasa es que no puedo abrir mi maletín"... Un señor fue asaltado por ladrones. De todo lo despojaron, menos del sombrero. Con esa prenda se cubrió las partes que el pudor y el decoro exigen y han exigido siempre que se cubran. Así cubierto se dirigió a su casa lleno de vergüenza. En la calle se topó con Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera. Al ver aquel extraño espectáculo, el de un señor en peletier y con el sombrero "ahí", la señorita no pudo menos que reír. "¡Óigame! -protesta el señor indignado-. ¡Si fuera usted una dama no se burlaría de mí!". Replica con sonrisa coqueta la señorita Celiberia: "Y si fuera usted un caballero se quitaría el sombrero"... El circo necesitaba un nuevo domador de leones, y puso un anuncio en el periódico. Se presentaron a solicitar el empleo dos aspirantes: una preciosa rubia y un individuo de aspecto estrafalario. El empresario les dijo que los iba a someter a una difícil prueba: enfrentarse a Meneater, el león más feroz del circo. La rubia entró sin vacilar en la jaula y se enfrentó al temible félido. La valiente mujer no llevaba pistola o látigo en las manos; ni siquiera se escudaba en la silla que usan los domadores para protegerse. Por el contrario: cuando estuvo frente al león dejó caer la vaporosa bata que se había puesto y se mostró completamente desnuda ante la fiera, suprema prueba de valor. El león, rugiente en un principio, se arrastró dócilmente hasta llegar a los pies de la domadora, y gañendo como un cachorro empezó a lamerla mansamente. Maravillado, el empresario se vuelve hacia el otro aspirante y le pregunta: "¿Puede usted hacer lo mismo?''. "Y hasta más -responde el tipo con arrogancia-. Sólo ordene que saquen al león''... Ahora estoy en Madrid, y una de las primeras buenas noticias que recibo es que el Museo del Prado abrirá todos los días a partir de enero próximo. Más de una vez me aconteció llegar en lunes a la Real Villa y Corte, y hallar cerrada es maravillosa casa donde moran Velázquez, Goya, El Greco, casa que cerraba también -extraño resto del franquismo- en Viernes Santo. La belleza, como el cielo y el mar, debe estar abierta todos los días. Ojalá en México recojan esa enseñanza los directivos y personal en general de nuestros museos, algunos de los cuales sufren los malos efectos que derivan ya de la burocratización, ya de un pugnaz sindicalismo que aprovecha la menor oportunidad para hacer paros, huelgas o algaradas que impiden el pleno disfrute de las joyas que en nuestro país tenemos. Un hombre se fue a confesar con don Arsilio. "Señor cura -le dijo con tierna y dulce voz-. Soy amigo de las criaturas de Nuestro Señor. Tanto las quiero que me pongo en los tobillos unas campanitas para avisar de mi paso a las hormigas, a los pequeños caracoles y gusanos, a todos los animalitos de Dios, y no pisarlos". "Me conmueves, hijo mío -habló con emoción sincera el padre Arsilio-. Eres un nuevo San Francisco de Asís. ¿Por qué has venido a confesarte? No sé qué pecado pueda tener alguien como tú, que sería capaz, como el poeta, de quitarse las sandalias por no herir a las piedras del camino". "Padre -respondió el individuo bajando la cabeza-. Tengo culpas de lujuria. Yo pecador. Tan sólo en la última semana he cortado la flor de la virginidad de seis doncellas incautas y desprevenidas". "¡Cabrísimo grandón! -prorrumpe entonces con enojo el padre Arsilio-. ¡En otra parte deberías ponerte las campanitas!"... FIN.