"Anoche estuve en una orgía -le contó Babalucas a un amigo-. Todos nos quitamos la ropa; aquello fue un deschongue general. Y la próxima vez será mejor: van a ir mujeres". Por estos días los españoles andan muy indignados. Más indignados andan que los mexicanos, con eso les digo todo. Si nosotros acá tenemos ninis, jóvenes que ni estudian ni trabajan, ellos allá tienen nininis, gente que ni estudia ni trabaja ni nada. (Alguien le reprochó a mi ilustre paisano Valle Arizpe: "Oiga, don Artemio: usted ni fuma, ni bebe, ni nada". "Ni nada sí" -aclaró con premura el travieso escritor). La indignación mexicana se traduce por lo general en mentadas de madre. Los españoles expresan la suya mediante frases dignas de ser inscritas en bronce eterno o mármol duradero. Esos lemas, cargados de futuro, tienen el vago prestigio que aureola siempre a las utopías, embellecidas por el hecho de ser irrealizables. He aquí un eslogan de los indignados: "Nuestros sueños no caben en vuestras urnas". Los mexicanos podríamos invertir los términos de la declaración, y decir a los políticos y a la inmensa burocracia electoral de este país: "Vuestras urnas no caben en nuestros sueños". En efecto, la plenitud democrática que anhelamos no se satisface con la deficiente legislación que ahora rige los procesos electorales, hecha más a la medida de los partidos que de los ciudadanos. Pero volvamos al eslogan español. Pienso que todos los sueños -hablo de los colectivos, no de las íntimas soñaciones de cada uno- deben tener cabida en las urnas, vale decir en las decisiones comunitarias. Lo que debemos hacer tanto en España como en México es conseguir que las comunidades puedan manifestar su voluntad sin estorbos, y que esa voluntad no sea conculcada por los partidos, o por quienes detentan poder político o económico. En eso consiste la verdadera democracia, digo yo. Lo demás es lo de menos, lo mismo en España que en México. Sigo buscando con afán "El chiste más pelado del año" para ponerlo aquí el último día de diciembre. Tengo ya algunos chascarrillos, pero ninguno alcanza la rojez de los que en ocasiones anteriores he contado. Seguiré buscando, aunque deba hacerlo con la lámpara de Diómedes. (Nota del corrector. Nuestro amable colaborador incurre en equivocación. Lo correcto es decir: "con la linterna de Diómedes"). Los triángulos de la geometría tienen tres lados y tres ángulos. Los triángulos amorosos, en cambio, tienen incontables ángulos, y siempre más de tres lados. Lo supo lord Feebledick cuando regresó a su casa después de la cacería de la zorra y encontró a su mujer, lady Loosebloomers, en conchabanza erótica con el montero, el jardinero, el despensero, el cocinero, el repostero y el portero. "Tú sabes, marido -se apresuró a explicar la pecatriz- que no me gusta hacer distinciones entre los miembros de la servidumbre". "Esto no es igualdad -bufó milord-. Es promiscuidad. Con uno o dos amantes, pase. Eso, aunque inmoral, se ajusta a comedidos términos. Pero ¿con seis? ¡Ni en Francia se ha visto tal exceso!". "¿No te gusta el número 6?" -arriesgó con timidez lady Loosebloomers. "Nada tengo contra ese guarismo -replicó lord Feebledick-. Yo mismo terminé la campaña de Calcuta siendo cabo del 6 de Infantería". Preguntó la señora en un intento por desviar la conversación: "¿Cómo obtuviste el grado?". "Me costó trabajo -expuso el noble-, sobre todo tomando en cuenta que empecé la campaña como coronel". "Te ruego, entonces -suplicó lady Loosebloomers- que con igual espíritu de humildad perdones mis flaquezas. Tú sabes que nunca he podido resistir el llamado de la carne". "¿Y acaso lo que tengo yo es verdura? -se indignó lord Feebledick-. Pero no me cambies la conversación. Estábamos hablando de mi campaña en Calcuta. Recuerdo que en cierta ocasión, al pasar por el desfiladero de Sarobar". Y así diciendo se entregó milord a hacer reminiscencias de sus años de juventud en la India, lo cual fue aprovechado por lady Loosebloomers para reanudar la interrumpida coición -por riguroso turno, eso sí- con el montero, el jardinero. FIN.