"Líbrame, Señor, del hombre que nunca comete un error, pero también del que comete el mismo error dos veces". El autor de esta oración es el doctor William J. Mayo, uno de los fundadores de la famosa clínica que lleva su apellido. Yo me he equivocado muchas veces en la vida, aunque las más de ellas en forma voluntaria. (Antes podía cometer el mismo error dos veces en la misma noche). Eso que se llama "experiencia" es un eufemismo para nombrar nuestras equivocaciones. Puedo decir, entonces, que poseo una vastísima experiencia. En el caso de la designación de candidato presidencial por el PRD tuve un acierto y un error. Me equivoqué cuando predije que chocarían los trenes de López Obrador y Ebrard, pero acerté al vaticinar que AMLO sería forzosamente candidato. Con insistencia sostuve que López Obrador no es un peligro para México, y afirmé que merece una segunda oportunidad, tanto por lo cerrado de la elección de 2006 como por la constancia que ha mostrado en la búsqueda de lo que él piensa que se le arrebató. No erraron, pues, quienes lo hicieron candidato. Creo, sin embargo, que sus posibilidades son menores ahora que hace seis años. En el recuerdo de los electores siguen los excesos en que incurrió el tabasqueño después de que Felipe Calderón fue declarado ganador; sus desplantes al darse a sí mismo el título de "presidente legítimo", con toma de posesión y todo, y al tachar sistemáticamente de espurio al elegido; su machacona prédica contra "la mafia en el poder", ésa a la que ahora, aconsejado por sus asesores, llama púdicamente "la élite en el poder", a fin de no causar sobresaltos, como hace el lobo que viste piel de oveja. Además el principal partido que lo postulará, el PRD, se halla en su peor momento, debilitado por sus continuas pugnas y por la sempiterna división de las tribus y corrientes que lo forman. López Obrador obtendrá el triunfo sólo si los pobres de México salen a votar, pero eso se dificulta por la falta de estructura del PRD en la mayoría de los estados, que ninguna Morena podrá remediar, y porque el voto de los pobres será influido decisivamente por el gran elector de nuestro tiempo: la televisión. Las clases medias, que aportan el número mayor de los sufragios, no están con AMLO, pues sienten temor de su radicalismo, y tampoco lo apoyan dos sectores cuyo voto será definitivo: el de los jóvenes y el de las mujeres. Enrique Peña Nieto, casi seguro candidato priista, debe estar contento de enfrentarse a López Obrador en vez de a Ebrard, que tiene, en todos los sentidos, mejor imagen que AMLO. La candidatura del tabasqueño, sin embargo, es respetable, y nadie debe considerarlo seguro perdedor. Los ciudadanos en general sienten desencanto por los escasos frutos de las dos administraciones panistas, y difícilmente volverán a dar su voto a Acción Nacional. Muchos electores temen el regreso del PRI, y lo consideran una vuelta al pasado. Un gran número de mexicanos pide un cambio de fondo en el país. Así las cosas, la candidatura de López Obrador es muy viable, y no puede desestimarse a priori, sea cual fuere la posición en que AMLO se encuentra ahora en las encuestas. Muchas cosas pueden cambiar de aquí al día de la elección. ¡Mañana! ¡Sí, mañana aparecerá aquí el chascarrillo conocido con el escueto nombre de "Pipí"! ¡No se lo pierdan mis cuatro lectores!... Narraré ahora un breve cuento que alivie la pesadumbre que seguramente causó a la República la perorata política que en líneas anteriores le endilgué. Mister Gork-Boring, profesor de escuela, dio a sus alumnos una conferencia sobre sexo. Como su esposa era señora muy de iglesia -pertenecía a la Congregación de Congregantes- el maestro le dijo que su disertación se había llamado "Cómo montar a caballo". Días después un estudiante felicitó a la señora por la conferencia que su marido había dado. "No me explico por qué les habló de eso -declaró ella-. La primera vez que intentó hacerlo se asustó, y la segunda el trasero le quedó tan dolorido que en más de una semana no se pudo sentar". FIN.