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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Pasó a mejor vida el marido de doña Candoria. En el velorio la gemebunda viuda hacía el elogio de su difunto esposo. "¡Era intachable! -suspiraba-. ¡Un espejo de fidelidad! A las 6 de la tarde llegaba de su trabajo, y ni una sola noche pasó fuera de casa en los 30 años que duró nuestra felicidad''. En ese preciso instante se le presentaron a doña Candoria tres mujeres, cada una de las cuales llevaba de la mano a un niño, todos el vivo retrato del desaparecido. Las señoras iban a reclamar la parte de herencia que a sus respectivos retoños correspondía como hijos que eran del finado. "¡Mira qué hijo de la tiznada! -exclama furiosa doña Candoria-. ¡Me resultó diurno el muy caón!''... Un individuo fue a confesarse: "Me acuso, padre -dijo al sacerdote-, de que soy indejo''. Repuso el confesor, benévolo: "Eso no es pecado, hijo mío''. "En mi caso sí -afirma tristemente el otro-. Por ser yo tan indejo mi mujer, que es joven, guapísima y ardiente, acepta los requerimientos amorosos del primero que se le presenta''. "¿Ah, sí? -se interesa el señor cura-. Y dime, hijo mío: ¿Dónde vives?''. "No la ingue, padre -contesta con ofendido acento el tipo-. Soy indejo, pero no tanto''... Pitoncio, recién casado, no dejaba en paz a su mujer: todas las noches sin fallar una la hacía objeto de urentes solicitaciones amorosas, y no era raro el día en que a más de la nocturna cuota demandaba otra extra de carácter matutino. La pobre esposa de Pitoncio, Astenia, andaba toda lasa, desmadejada, exangüe, desfallecida y feble. Las labores del tálamo, continuas, la dejaban sin fuerzas, agotada, y no tenía ni ánimo ni arrestos para efectuar los cotidianos quehaceres de la casa ni para cumplir su propio trabajo personal. Un día, al borde ya de la total extenuación, se determinó a hablar con su marido. "Pitoncio -le dijo-. Tienes que dominar tus impulsos de sensualidad. Aprende al compadre Tagarnino: se fumaba tres cajetillas de cigarros cada día, hasta que usó su fuerza de voluntad y dejó el vicio. ¿Por qué no aprendes a controlar tu instinto erótico? Más fuertes que los llamados de la carne han de ser los del espíritu y la mente''. Pitoncio se sintió herido por esa catilinaria admonitoria, pues implicaba rechazo a su amoroso afán. Respondió con ofendida dignidad: "Te voy a demostrar que yo también tengo fuerza de voluntad, y más que el compadre Tagarnino. A partir de esta noche, nada de sexo ya''. Dicho y hecho: se fue a otro cuarto el tal Pitoncio, y dejó de asediar a su mujer con los ataques de su libídine sin freno. Pasó una semana y no la requirió. Otra semana transcurrió sin que Pitoncio buscara a su joven esposa con ánimo de refocilación. Llegó la tercera semana, y él se mostraba inconmovible, arriscado en su férrea voluntad. Una noche Pitoncio oyó unos golpecitos en la puerta de su recámara. "Adelante'' -autorizó con tono de adustez. Se abrió la puerta y apareció su mujercita vestida sólo con un vaporoso negligé. "Sólo quería informarte, vida mía -le dice tímidamente a su marido- que el compadre Tagarnino ya volvió a fumar''... Otelio, hombre celoso, andaba en largo viaje. Vio en una tienda de artículos esotéricos una mesita espiritista de tres patas que, le aseguró el vendedor, podía contestar cualquier pregunta mediante golpes con sus patas. La compró. Ya en la penumbra del cuarto de su hotel puso las manos sobre la mesita y le preguntó: "Dime, mesita: ¿está mi esposa en casa? Dos golpes con tus patitas significarán que sí; uno, que no''. La mesita dio dos golpes con sus patitas. Quería decir que la mujer estaba en casa. Preguntó el hombre, sin cesar en su inquietud: "Dime ahora, mesita: mi mujer ¿está sola o acompañada?''. La mesa volvió a afirmar con dos golpes de sus patas: la señora estaba acompañada. Con recelo mayor preguntó el tipo: "¿Está con un hombre o con una mujer? Si está con un hombre da dos golpes; si está con mujer, un golpe solo''. La mesita dio dos golpes; la señora estaba en compañía de un hombre. "¡Oh! -se angustió el tipo-. Lástima, mesita, que sólo puedas expresarte por medio de tus patitas. Ese limitado vocabulario impide que puedas decirme lo que está haciendo mi mujer". Al oír eso la mesita dio un salto y cayó de espaldas en el suelo con las patitas abiertas... FIN.

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