Blancanieves le pregunta al espejo mágico: “Espejito, espejito: ¿cuál de los siete es el papá de mi bebito?”. El marido le propuso a su mujer que hicieran el amor en el parque, escondidos entre los arbustos, como en sus días de novios. Ella se resistía, pero al final se dejó convencer. Estaban en pleno acto de amor cuando un policía los sorprendió. Le dice el gendarme al hombre: “Usted puede irse a su casa, pero ella tendrá que acompañarme. En esta semana ya es la tercera vez que viene a hacer lo mismo”. Babalucas fue a comprar un par de zapatos. Le preguntó al empleado que se los medía: “¿En qué pie va este zapato?”. Le responde el muchacho: “En el derecho”. Inquiere Babalucas: “¿Y este otro?”. Yo siento veneración por José Alfredo Jiménez. En el altar de mis afectos musicales su figura ocupa uno de los más altos nichos. (En otros están Mozart y Bach; Curiel, Lara y Garrido). Cuando murió el autor de “Ella” fui a Dolores Hidalgo en peregrinación unipersonal.Me compré en la Sierra de Santa Rosa una botella de mezcal a fin de echarme un trago en la tumba de aquel hombre que por haber sufrido mucho hizo muchas canciones. En el autobús, a mi lado, iba un anciano sacerdote que leía piadosamente su breviario, de modo que no entablé conversación con él. Al llegar al cementerio de Dolores me dirigí a la tumba del compositor. Frente a ella había un grupo de personas. Fui, pues, a la parte posterior del monumento funerario, abrí la botella y la alcé al cielo en brindis simbólico con José Alfredo. En eso escuché un ruido tras de mí. Volví la vista, y he aquí que aquel santo varón del autobús estaba brindando también, él con una anforita de tequila. Bendito sea el Señor, que nos une a santos y pecadores en el amor y gratitud a quienes nos han hecho el bien. Pienso que no hay enMéxico noche de bohemia en que no se cante una canción de José Alfredo. Su música y sus letras están en nuestra vida. Uno de los más bellos recuerdos de la mía es cuando Javier mi hijo le cantó a Paloma, su bellísima esposa, “Paloma querida”, con vibrante acompañamiento de mariachi, en su fiesta de bodas. Yo también he cantado canciones de José Alfredo. No sé cantar, pero Dios, que ama a los que cantan bien, como Javier, nos perdona a los que cantamos mal. En noches que se hacían días entoné con amigos buenos -recuerdo a Bibiano Berlanga, que de seguro sigue cantando por esos cielos del Padrelas endechas de amor y desamor que nos dejó el gran cantor de Guanajuato. Por eso sentí no haber estado en el acto que organizó la CAJA, Comunidad de Amigos de José Alfredo, para anunciar la celebración de un homenaje más a su memoria. Esa benemérita sociedad es presidida por Carlos Navarrete, a quien he tenido el honor de recibir en mi casa, que es también la de mis cuatro lectores. Hombre sensible y culto es él, que sabe de canciones.Me gustaría ser socio -aunque sin derecho a pagar cuota- de la agrupación que encabeza. Yo debería caber también en esa CAJA. Si el senador Navarrete no me invita a entrar en ella, ésta será la última mención que de su nombre verá en mi columneja. No es ominosa advertencia: es amistoso aviso. Un ratero le arrebató el bolso a la señorita Himenia en una oscura calle, y escapó a todo correr. Por puro azar llegó en eso don Añilio, maduro caballero amigo de la señorita Himenia. Le dice ella: “Aquel hombre que va allá me robó el bolso”. “¡Ah! -exclama don Añilio-. ¡Deje que le ponga las manos encima!”. “Está bien -accede tímidamente la madura célibe-. Pero, por favor, primero vea si puede alcanzar al ladrón”. En la oscuridad de la alcoba se entabló un diálogo entre el marido y la mujer, acostados en el lecho. Él: “Ábrelas”. Ella: “No”. Él: “Por favor, ábrelas. Tócame, para que veas que estoy muy caliente”. Ella: “Te digo que no. Yo estoy muy cansada”. Él: “Si en verdad me quisieras, las abrirías”. Ella: “Está bien. Las abriré. Pero la próxima vez tú serás el que se levante a abrir las ventanas”. FIN.