"Nunca segundas partes fueron buenas". Así reza un proverbio popular. Y así se llama también el cuento que abre hoy el telón de esta columnejilla. Helo aquí. Sucede que un señor subió a un taxi. El taxista le dice: "Qué elegante va usted, señor. Me recuerda a Leovigildo". "¿Ah sí?" -se extraña el cliente por el comentario. "Sí -confirma el del taxi-. Era el hombre mejor vestido de la ciudad. Además era guapísimo; parecía actor de Hollywood". "¿En serio?" -dice el señor. "De veras -responde el taxista-. Y no sólo eso: bailaba como Fred Astaire, cantaba como Sinatra y era graciosísimo imitando voces. En eso podía rivalizar con Mel Blanc". "¿Todas esas cualidades tenía Leovigildo?" -se asombra el caballero. "Y muchas más -afirma el conductor-. Jugaba al tenis como McEnroe y al golf como Tiger Woods; tenía una memoria de computadora; era culto y educado; sabía cómo tratar a una mujer, y nunca faltaba los domingos a la iglesia". "¡Caramba! -exclama el cliente-. Debe ser todo un privilegio tratar a alguien así. ¿Cómo lo conoció usted?". Responde el taxista: "Jamás conocí a Leovigildo". ¡Vaya! -se sorprende el señor-. ¿Y entonces cómo sabe tanto de él?". Replica el taxista con rencoroso acento: "Me casé con su viuda". En efecto nunca segundas partes fueron buenas. Hay excepciones claro: la segunda parte del Quijote salió mejor que la primera, y la película "El Padrino II" superó al primer film de la serie. Pero casi siempre la regla general es valedera. Por ejemplo, después de la forma brillante y lucidora en que Marcelo Ebrard declinó la precandidatura presidencial por el PRD, la renuncia hecha por Manlio Fabio Beltrones a la precandidatura priista fue una especie de anticlímax. La política tiene mucho de comedia, y entonces los políticos deben dominar un recurso que los comediantes conocen bien: el timing, es decir, el momento preciso para hacer o decir algo. En eso Jack Benny, gran show man de la televisión americana, era un maestro. Uno de sus actores hacía el papel de cuidador de una caja fuerte oculta en el sótano de una antigua casa en Nueva York. Jamás salía del sótano ese hombre; tenía años y años encerrado en él, tanto que se había olvidado ya del mundo exterior. Le pregunta un día a su empleador: "Dígame, mister Benny: ¿cómo están las cosas allá afuera?". "Lindas -responde Jack-. Llegó el otoño, y las hojas están empezando ya a caer". "¡Caramba! -se emociona el infeliz-. ¡Eso debe ser algo muy excitante!". "Ni tanto -responde Benny con displicencia después de hacer una pausa (el timing)-. Ahora la gente usa ropa". En otro sketch un asaltante le apunta con su pistola al comediante y le exige: "¡La bolsa o la vida!". El actor no contesta. "¿Y bien?" -se impacienta el ladrón. Tras otra pausa (de nuevo el timing) le dice Jack, que tenía fama de ser muy apegado al dinero: "Lo estoy pensando". Manlio Fabio Beltrones tardó demasiado en bajarse del camión. No usó el timing. A su renuncia, entonces, le faltó la pirotecnia y lucimiento que acompañó a la de Ebrard. Sigo buscando "El chiste más pelado del año" para ponerlo aquí el día último de diciembre. Variados requisitos debe cumplir ese relato; su extremada picardía es sólo uno entre ellos. Lo encontraré seguramente -pueden estar tranquilos mis cuatro lectores-, y mientras tanto cerraré hoy el telón de esta inane columneja con otro deplorable chascarrillo. Antes de ir a la cama la señora salió del baño y dejó caer la toalla que la cubría para ponerse un negligé. Le dice su marido: "Mi vida: siempre que te veo así, desnuda, pienso en hacerte cositas". "¿Cositas? -repite ella, ilusionada-. ¿Cómo cuáles?". Responde el majadero: "Como la liposucción, levantamiento de bubis y de pompas, tratamiento para la celulitis". FIN.