"O tiene usted gripe o está embarazada". Así le dijo el doctor Ken Hosanna a Pirulina después de revisar sus síntomas. Contestó ella: "Seguramente estoy embarazada. Todos los hombres con los que he estado en las últimas semanas tienen pizarrín, pero ninguno tenía catarro". (Nota: Pepito afirma que se debe decir "gripa", no "gripe". Razona de este modo: "Decimos: "Ando agripado", y no: "Ando agripedo"). Empédocles Etilez, ebrio con su itinerario, llegó a su casa en horas de la madrugada, y -como de costumbre- bien borracho. Le dijo a su mujer: "Esta noche sabrás lo que es que te hagan el amor tres veces seguidas". "¡Mira nada más! -se burló ella-. A duras penas me lo puedes hacer una vez, y eso mensualmente". "Es cierto -concede el temulento-. Pero esta noche toca, y vienen conmigo dos amigos". Sor Dina no oía bien. La encargada de ir al super, Sor Iana, regresó al convento, y revisó las compras que había hecho ahí y en otras partes. Exclama con disgusto: "Esta leche no está buena". "¡Y mañana Navidad!" -siguió Sor Dina cantando alegremente. Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, llegó a la oficina todo golpeado, la cabeza vendada, un brazo en cabestrillo y cojeando lastimosamente. "¿Qué te pasó? -le pregunta, azorado, uno de sus compañeros-. ¿Te atropelló un camión?". "No -replica con feble voz el tal Pitongo-. Fue la tos". "¿Estás así por la tos?" -se asombra el otro. "Sí -confirma Afrodisio-. Estaba yo con una mujer casada, en su recámara. Llegó el marido de repente, y me escondí en el clóset. Fue entonces cuando tosí". Recibí una carta, en estos tiempos en que nadie ya recibe cartas porque ya nadie escribe cartas. Pongo aquí su texto, que además de bien escrito tiene el mérito -inusual también- de la generosidad: "He leído con enorme satisfacción su comentario sobre José Alfredo. Sé que a lo largo y ancho de nuestra república el compositor del amor y el desamor tiene muchos admiradores, pero nunca me imaginé que entre ellos estuviera el gran Catón. Con mucho gusto lo acepto como integrante distinguido de la Comunidad de Amigos de José Alfredo, y sin pagar cuota. Sólo debo informarle que hay algunas obligaciones que los socios de esta comunidad deben cumplir. A saber: difundir permanentemente la obra del maestro; tomarse de vez en cuando un par de tequilas para cantar, bien o mal (que eso es lo de menos) algunas de sus canciones, y asistir año con año a la tumba en el Panteón Municipal de Dolores Hidalgo, Gto. Nada me dará más gusto que darle la bienvenida como nuevo integrante de la Comunidad, estrechar su mano y darle un abrazo, que eso, siempre, alimenta el alma, acerca corazones e identifica a los hombres". Firma la carta el señor Carlos Navarrete, senador de la República. Todos los días, sin faltar ninguno, recibo yo un regalo de esa hermosa señora que es la vida. Antier me regaló la canción de amor triste de una tórtola en mi huerto; ayer me dio el encuentro con un amigo bueno, Jorge Martínez Herrera, en la librería Gandhi de Monterrey, y hoy la hace de cartero y me entrega esta carta que por venir de quien viene, y por ir a quien va, a José Alfredo, es un bello regalo. Muchas gracias, don Carlos, y cuente usted con mi asistencia a las juntas de la Comunidad -aunque deba pagar cuota-, si el tiempo no lo impide (como dicen los carteles de las corridas de toros) y previo permiso de la autoridad, en este caso mi señora. Lady Glopgash era una mujer muy fea, más fea que un coche por abajo. Sin embargo su marido, sir Peckerhead, le hizo poner un cinturón de castidad antes de salir a la Cruzada. Los amigos del guerrero se burlaban de él. Le decían que había hecho un gasto inútil: su esposa era tan fea que ningún hombre se le acercaría. ¿Para qué le había puesto cinturón de castidad? "Yo sé mi cuento" -respondía calmosamente el caballero sin hacer caso de las chocarrerías. Terminó la guerra, y Peckerhead volvió a su casa. Al entrar le dice a lady Glopglash: "Malas noticias, vieja. ¡Perdí la llave del cinturón de castidad!". FIN.
