¿Por qué las arañas llamadas viudas negras matan al macho después del acoplamiento? Porque al terminar se dan la vuelta y se ponen a roncar... Narraba un tipo: "Mi hermano y yo fuimos anoche a una función de magia. El mago pidió un voluntario para hacer el truco de partir a una persona en dos con un serrucho. Mi hermano se ofreció. Ahora es mi medio hermano"... Doña Carmen Bonafoux, simpatiquísima señora de mi natal Saltillo, tenía un decálogo de cuatro mandamientos que aplicaba al entrar en una tienda. Antes de comprar alguna cosa se hacía cuatro preguntas. Primera: "¿Me gusta?". Esa interrogación recibía siempre contestación afirmativa. Segunda: "¿Puedo comprarla?". Igualmente esa cuestión tenía casi siempre como respuesta un sí. Tercera: "¿Realmente la necesito?". Ahí era donde la idea de la compra empezaba a vacilar: bien vistas las cosas, muy pocas son las que en verdad necesitamos. Luego venía la cuarta pregunta. Y casi ninguna cosa, contaba doña Carmen, pasaba la prueba de esa inquisición final. La cuarta pregunta era esta: "¿Tengo dónde ponerla?". Ahí, en palabras de Cantinflas, se congelaba el cliente. Me gustaría saber cuántos de los millones de compradores que aprovecharon las tentadoras ofertas del Buen Fin habrían llevado a su casa los artículos que adquirieron, muchas veces disputándolos a otros compradores, si hubiesen aplicado las preguntas que doña Carmen me enseñó. ¡Qué gran éxito tuvo El Buen Fin! La brillante iniciativa de mi paisano Jorge Dávila Flores, presidente de la Concanaco, seguramente llegó para quedarse, y formará parte de las tradiciones de esta temporada. Alguien quizá hablará de consumismo, de endeudamiento, de compras impulsivas, pero no cabe duda de que las promociones y descuentos ofrecidos por el comercio hicieron que innumerables mexicanos pudiesen adquirir artículos que gracias a esta campaña estuvieron por fin a su alcance. De seguro el próximo año la gente pedirá que se repita este Buen Fin que tan buen comienzo tuvo... A propósito de ofertas, sucede que el padre Patoot, cura en una pequeña parroquia neoyorquina, tuvo que salir a un breve viaje. A él le tocaba hacer las confesiones, de modo que le pidió a su amigo, el rabino Zloty, que ese día lo supliera en la tarea. "¿Cómo me pides eso, amigo mío? -se sorprendió el rabino-. Yo no sé confesar". "Te enseñaré" -respondió el cura. Lo llevó con él al confesonario para que viera cómo hacía las confesiones. Bien pronto llegó una mujer. "Me acuso, padre, de que engañé a mi esposo". "¿Cuántas veces?". "Tres". "Reza dos avemarías y deja 5 dólares de limosna". A poco llegó otra señora. "Me acuso, padre, de que engañé a mi esposo". "¿Cuántas veces?". "Tres". "Reza dos avemarías y deja 5 dólares de limosna". Le dice entonces el párroco al rabino: "¿Has visto ya? Es muy fácil". Se quedó, pues, el rabino en el confesionario. Poco después llegó una mujer. "Me acuso, padre, de que engañé a mi esposo". ¿Cuántas veces?". "Una". Al oír aquello el rabino le indica a la mujer: "Ve y engáñalo otras dos veces. Esta semana tenemos el especial de tres por 5 dólares"... El chiste que ahora sigue es de política. Las personas que no gusten de leer chistes políticos pueden saltarse hasta donde dice FIN... Una mujer acudió a la policía y dijo que un hombre acababa de abusar de ella en un oscuro callejón. Le pregunta el oficial de guardia: "¿Pudo usted identificar a su asaltante?". "No -replica ella, pero pienso que podría ser alguien del PRI". "¿Por qué?" -se extraña el oficial. "Porque se eternizó ahí -contesta la mujer-. Aunque, pensándolo bien, también podría ser del PRD". "¿Qué la hace pensar eso?" -inquiere el de la policía. Explica ella: "Después que entró ya no se quería salir". Tras decir eso la señora añade, pensativa: "Claro: igualmente podría ser del PAN". "¿Por qué del PAN?" -quiso saber el oficial. Responde ella con disgusto: "No lo hizo nada bien"... FIN.