Cuál no sería la sorpresa de don Astasio cuando entró en la alcoba conyugal y vio a su esposa en la cama con un desconocido. Antes de que el mitrado esposo pudiera articular palabra le dice su mujer: "Tú tienes la culpa. Siempre me dejas sola". Rebufa don Astasio: "¡Pero si nada más fui a la cocina por un vaso de agua!". (Nota: ya estaba listo el pata de lana, como es llamado en tierras sonorenses el hombre que entra cuando el marido sale). Todos los días recibo un alud de mensajes de mis cuatro lectores. Por ellos -por los mensajes y por los lectores- doy gracias a Dios y a su representante personal, la vida, porque me dan a ver que soy leído. Pues bien: ayer recibí no uno, sino tres aludes de mensajes. El primero fue en torno de mi comentario sobre la renuncia de Humberto Moreira a la dirigencia nacional del PRI. Se ha dicho que el peor pecado que un escritor puede cometer es dejar indiferentes a quienes lo leen. Esos mensajes me hicieron pensar que yo no incurro en tal pecado, y que me leen incluso aquellos que dicen que ya no me leen como protesta por tal o cual artículo que escribí, uno entre los miles y miles que a lo largo de mi larga vida he escrito. El segundo alud de mensajes me hizo concebir la esperanzada idea de que a lo mejor tengo más de cuatro lectores. Casi un centenar de ellos me hicieron notar en mis varios correos que el amigo indio del Llanero Solitario no era el Zorro, como escribí desatinadamente. Se llamaba en inglés Tonto, que por obvias razones se convirtió en Toro al traducirse al español la saga del vaquero. Quede pues el nombre de Toro para el leal piel roja, y el de Tonto para el suscrito que arriba firma. (Por cierto, en un sketch de Johnny Carson el cowboy justiciero despedía con maldiciones a Toro. "¿Por qué?" -le pregunta éste. Responde, mohíno, el Llanero Solitario: "Porque ayer supe lo que verdaderamente significa eso de 'kemo sabe'"). El tercer alud de mensajes provino de amables tapatíos, jaliscienses y linda gente comarcana que me dicen que estarán conmigo hoy, a la una de la tarde, en la Feria Internacional del Libro, de Guadalajara, para acompañarme en la presentación de mi último y regocijado libro: "Los mil mejores chistes que conozco, y otros cien más buenos aún". Ha sido un éxito esa hilarante antología de cuentos de todos colores, sobre todo rojo púrpura. Contaré hoy algunos de los más incontables, diré el porqué de los nombres que uso para mis personajes, y hablaré de cosas muy personales acerca de mi artesanal oficio de cotidiano escribidor. Te espero especialmente a ti, que todos los días me lees, sea yo Tonto o equivocado... El doctor Ken Hosanna le dice a su paciente, que traía una fuerte jaqueca: "Cuando me duele la cabeza la froto en el busto de mi mujer, y el dolor se convierte en placentera sensación. ¿Por qué no prueba usted ese remedio natural?". Una hora después llamó el paciente. "Doctor -le dice-, el remedio funcionó, y ya no me duele la cabeza. Dígame cuánto le debo a usted y cuánto a su esposa". Capronio leía con atención reconcentrada su acta de matrimonio. Le pregunta su mujer: "¿Por qué la lees tanto?". Responde, hosco, Capronio: "Estoy viendo si esta ingadera tiene fecha de vencimiento". Don Algón tenía dos secretarias, Rosibel y Susiflor. Una tarde Rosibel salió de la oficina del ejecutivo, y Susiflor le dice: "Voy a entrar a pedirle al jefe un aumento de sueldo". "Hazlo mañana -le sugiere Rosibel-. Yo le acabo de pedir el mío, y lo dejé sin poder de decisión". Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, recibió en la puerta a su suegra, que llegaba de visita. La señora era más sorda que una tapia, de modo que Capronio le dijo al tiempo que le mostraba una sonrisa más falsa que busto de vedette: ¿Ya vienes otra vez, vieja bruja, lengua de víbora, engendro del demonio? ¿De dónde vienes, mujer maldita, bestia infame, espantosa criatura infernal?". Responde la suegra: "¡Vengo de comprarme un aparato para la sordera, hijo de tu tal por cual!". FIN.