Al terminar el trance de amor la esposa de Babalucas exclama consternada: "¡Qué barbaridad! ¡Se me olvidó tomar la píldora!". "No te preocupes, mi amor -la tranquiliza el badulaque-. Ya me la tomé por ti"… Bustolina Grandchichier era una dama de mucha pechonalidad. Cierto día se sintió resfriada, y fue a ver a un doctor. La revisa el facultativo y le advierte: "Deberá usted cuidarse ese catarro, señorita. Si le cae al pecho le va a durar toda la vida"… La maestra le dio a Pepito un curso especial de aritmética. Al final le dice: "Has terminado el curso, Pepito. Ya no tengo nada más que enseñarte". Responde el precoz chiquillo: "¿Puedo hacerle una sugerencia?"… Un caníbal le comenta a otro en tono de gran admiración viendo a una mujer: "¡Qué forro!". "¡Baja la voz! -exclama el otro muy alarmado-. ¡Es la vieja que se está comiendo el jefe!"… Qué raro pueblo es el español. (Y también qué raro pueblo es el armenio, el búlgaro, el congolés, el checo, el danés, el egipcio, el finlandés, el griego, el hondureño, el iraní, el japonés, el kenyano, el libanés, el mexicano, el noruego, el ñeembukeño, el omaní, el paraguayo, el de Quatar, el rumano, el somalí, el turco, el ugandés, el vietnamita, el de Western Samoa, el yugoslavo, el zaireño y el resto de los pueblos que pueblan el planeta). Nuestros hermanos españoles, que aun desde antes que España fuera España andaban ya a la greña los unos con los otros, y los otros con todos los demás, están ahora trenzados en un debate furibundo acerca de si los restos de Franco -me refiero a los corporales, que muchos de otra laya andan todavía por ahí- deben o no seguir en su sepulcro del Valle de los Caídos. Una vez visité ese memorial, y si me hizo alguna impresión no fue muy buena. Su grandiosidad daba idea de pequeñez. No vi en él la alta locura de las antiguas catedrales españolas. Pensé que para eterna memoria el monumento era muy poco, y demasiado para mausoleo de un hombre. Ahora, a más de los fantasmas de los convictos que trabajaron ahí como forzados a cambio de la esperanza de la libertad; a más de los espectros del fascismo y las memorias de la dictadura, rondan por esa basílica controversial los actuales fanatismos de izquierda y de derecha. La sociedad civil, que no los gobiernos de este signo o del otro, y menos aún la Iglesia, beneficiaria del franquismo hasta los días que corren, es la que debe decidir sobre este asunto, que convoca una vez más a los extremos. Quizá ya es es tiempo de evitar que los símbolos sigan siendo tan simbólicos, y de mirar los problemas del presente, y los que en el futuro se avizoran, con más concentración que los malos recuerdos del pasado. Lo mejor que en este caso puede hacerse, digo yo, es no hacer nada; dejar no sólo las cosas como están -en caso de duda es lo que debe hacerse-, sino dejar también, sin fanatismos ni alharacas, que los muertos entierren a sus muertos… Bien, columnista. Has orientado ya el rumbo de los asuntos españoles. Ocúpate ahora de cuestiones más propincuas a la cortedad de tu caletre… La estudiante de medicina le cuenta a una compañera: "Presenté examen de anatomía ante tres médicos. Me tocaron los órganos sexuales". "¡Denúncialos por acoso sexual!" -exclama con vehemencia la otra… Doña Panoplia, señora de la alta sociedad, quiso aprender las costumbres de las aves, especialmente del tordo gris. Para el efecto contrató a un célebre ornitólogo. Le preguntó: "¿Cómo se puede distinguir en los tordos grises al macho de la hembra?". "Es muy sencillo -repuso el célebre ornitólogo-. Si el tordo come gusanitos machos, es hembra. Si come gusanitos hembras, es macho". Doña Panoplia se desconcertó. Volvió a preguntar: "Pero ¿cómo se sabe el sexo de los gusanitos?". "Lo siento, señora -contesta el célebre ornitólogo-. Soy experto en aves, no en gusanos"… Don Vetulio, caballero de edad más que madura, tuvo trato de carnalidad en su casa con una chica de tacón dorado a quien contrató para el efecto. Con dificultades y todo pudo por fin el senescente amador cumplir su cometido. Al concluir la ocasión recompensó generosamente a la muchacha, tanto que ésta le dijo: "Me gustaría venir otra vez con usted, señor. Si quiere fijamos de una vez la fecha". "Cómo no, linda -replica don Vetulio con voz feble-. Tú dime el día, y yo te diré el año"… FIN.