Termina el estupendo trance de amor en el motel, y le dice el galán a la muchacha: "Me gustaría verte más". Responde ella: "No tengo más"... El recién casado consiguió boletos para una obra de Shakespeare. Le dijo a su flamante mujercita: "¿Quieres ver esta noche 'La fierecilla domada'?". "¡Huy no! -se asustó ella-. ¡La quiero ver salvaje, como todas las noches!"... Comentaba un sujeto: "Leí un libro buenísimo. Se llama 'El placer del sexo'. No pude soltar a mi esposa hasta que acabé de leerlo"... "Doctor: necesito una segunda opinión". "Cómo no. Vuelva mañana"... Uno de mis cuatro lectores me envió un correo ayer. En él me dice: "Es usted demasiado generoso. Tiende a no ver lo malo en las personas, y destaca más bien lo bueno". Me preocupó eso de que soy "demasiado" generoso, porque traje a la mente un refrán charro que a la letra dice: "Caballo demasiado grande tira a penco; mujer demasiado coqueta tira a puta, y hombre demasiado bueno tira a pendejo". Pero ¿cómo podría yo no ser generoso cuando la gente me trata con tanta generosidad? Miren ustedes lo que me sucedió en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara. El domingo empezó muy bien. Y dicen que lo que bien empieza bien acaba. Leí un mensaje escrito por un lector, AR: "Son las 5.30 de la mañana. Se me fue el sueño, y entré a Reforma a leer su columna. El chiste de la suegra sorda me hizo tanta gracia que me gané el enojo de mi esposa porque la desperté con mis carcajadas. Se fue al cuarto del niño. Le mando un saludo desde Colima. Sin conocerlo personalmente lo siento como de la familia, después de leer su columna durante tantos años. Que Dios lo bendiga". Abrí pues con broche de oro -también los broches se abren- el domingo. Luego, tras un copioso y prolongado almuerzo con colegas y amigos de mi querida casa editorial, Planeta, presenté en la FIL mi más reciente libro: "Los mil mejores chistes que conozco, y otros cien más buenos aún". ¡Cómo poder pagar el afecto que me mostraron los tapatíos, jaliscienses y gente llegada de otras partes! Abarrotaron el vasto salón en que me presenté, tanto que hubo público de pie y sentado en el piso. Más de 200 personas se quedaron afuera, me dijo la directora de la Feria, y hubo necesidad de poner pantallas de televisión para que quienes ya no alcanzaron sitio en la sala pudieran ver y oír mi perorata. El aplauso que me dio la concurrencia cuando entré, y el que me tributó al final, me quedarán en la memoria mientras memoria me quede. Luego estuve más de tres horas firmando libros a una larga fila de lectores cuya paciencia y bondad son dignas ciertamente de mejores causas. ¡Qué rasgos tienen conmigo mis cuatro lectores! Dije en mi intervención que en 2012 cumpliré 50 años de ser novio de quien hoy es mi esposa. Una bellísima señora se quitó el precioso collar de ámbar que traía y me lo entregó: "Lléveselo a su novia". Los asistentes me regalaron libros -el de Toño Garci, querido amigo, con una estupenda caricatura que hizo de mí mientras yo hablaba- , discos, películas, artesanías, dulces, medallas y estampas religiosas - "Para que Diosito nos lo cuide"- y, sobre todo, su afecto, que no cambia al paso de los años. Supe además que tengo una nueva oleada de lectores jóvenes. Todo esto que digo no es por vanidad, sino por agradecimiento que sólo por este medio puedo demostrar... La mujer que llegó con el bebé ante el pediatra le dijo al médico que el pequeñín estaba muy flaquito. "El niño -preguntó el facultativo- ¿recibe alimento artificial o pecho?". "Pecho"-responde la mujer. "Quítese por favor la blusa y el brassiére -pidió el doctor-. Voy a examinarla". El médico, hombre joven y guapo, palpó detenidamente el busto de la mujer, y luego dijo: "Con razón el niño está mal alimentado. No tiene usted ni gota de leche". Replica la mujer: "No soy la madre del bebé. Soy su tía soltera. Pero me alegra haber venido"... FIN.