"¡Caramba! ¡Es la más grande que he visto!" Así exclamó, admirada, la doctora que entró en el cuarto de hospital donde estaba Jactancio, al ver la enorme canasta de frutas que sus amigos le habían enviado. "Perdone, doctora -se disculpó el fanfarrón tapándose apresuradamente con la sábana-. No me di cuenta de que estaba sin cubrir". Babalucas llamó por teléfono a la línea aérea. Le preguntó a la encargada: "¿Cuánto dura el vuelo de México a Vallarta?". "Un momento" -respondió la empleada al tiempo que tomaba sus itinerarios para consultar. "Gracias" -dijo Babalucas. Y colgó. Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, declaró en una fiesta: "El amor no es un eco lejano de violín. Es un sonoro redoble de tambor". "¿De tambor?" -se asombró una invitada. "Sí -confirma Afrodisio-. De tambor de cama". (Con todo respeto para la memorable publicidad del detergente, no hay chaca chaca mejor). Doña Uglilia es más fea que un coche por abajo. Cierto día se hallaba en una playa a la hora del crepúsculo. El encargado de la vigilancia fue hacia ella y le dijo con mucha cortesía: "¿Sería usted tan amable, señora, de retirarse de la playa?". "¿Por qué? -se amoscó doña Uglilia-. ¿Qué sucede?". "Nada -responde el tipo-. Pero ya es tarde, y como está usted aquí la marea tiene miedo de llegar". El padre Arsilio viajaba en avión. A su lado iba una chica muy linda que se veía nerviosa. "¿Te sucede algo, hija?" -le preguntó el buen sacerdote. "Sí, padre -responde la muchacha-. Compré una secadora de pelo, y temo que al pasar por la aduana me la confisquen. ¿Podría ayudarme a pasarla? Si la esconde bajo su sotana seguramente no se verá". Don Arsilio vaciló. Dijo a la chica: "No recuerdo, hija, que entre las 14 obras de misericordia que enumeró el Padre Ripalda, siete relativas al cuerpo, las otras siete al espíritu, esté incluida la de ayudar a pasar secadoras. Pero en fin, haré lo que me pides. Sólo debo advertirte una cosa: mi sagrado ministerio me impide mentir. Si el agente aduanal me interroga tendré que decir la verdad". Llegó el momento de pasar por la aduana. Le pregunta el agente al sacerdote: "¿Trae usted algo que deba declarar?". Contesta el padre Arsilio: "De la cintura para arriba, nada". "¿Y de la cintura para abajo?" -inquiere con sospecha el aduanero. "De la cintura para abajo -responde el padrecito bajando la voz y con sonrisa cómplice- traigo entre las piernas un cierto aparato diseñado para uso de las mujeres, pero que nunca ha sido usado". "¡Ah qué padrecito! -se ríe el agente, divertido-. Ande, pase". (Moraleja: se puede engañar con la verdad). Comentaba una guapa chica: "Al beber licor siempre me limito a una copa. Después de dos se me sube, y si paso de tres dejo que se me suban". Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, tuvo un reventón con sus amigos en su departamento. Hubo karaoke, con fuertes gritos y estrepitosas carcajadas. La reunión se prolongó hasta la madrugada. Al día siguiente la vecina de al lado le dijo en son de queja: "Vaya fiesta que tuvo usted anoche. ¿No oyó los golpes que estaba dando yo en la pared?". "Sí los oí, vecina -contesta el incivil Capronio-. Pero no se preocupe: nosotros también estábamos haciendo bastante ruido". Decía don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia: "Mi mujer tiene una memoria terrible. Nunca se le olvida nada". Viene ahora un cuento de subidísimo color, impropio para ser narrado en domingo. Las personas que no gusten de leer cuentos de subidísimo color impropios para ser narrados en domingo deben saltarse hasta donde dice FIN. Un divorciado se topó en el bar con el nuevo marido de su exesposa. Le preguntó, burlón y vengativo: "¿Qué sentiste al usar algo de segunda mano?". "No sentí nada -responde el otro muy tranquilo-. Después de las dos pulgadas estaba nuevecito". (No le entendí).