Decía Cornulio: "Mi esposa y yo hicimos un arreglo: un día a la semana yo me voy con mis amigos, y otro día ella se va con ellos". Don Martiriano, el esposo de doña Jodoncia, contó en la oficina. "Durante muchos años me contuve de decirle a mi mujer quién es el jefe de la casa. Pero ayer finalmente llegó el día. Le dije: 'Tú eres el jefe de la casa'". ¡Y pensar que inicié mi carrera de escribidor trabajando como corrector de estilo! Ahora, 50 años después, yo necesito a alguien que me corrija el mío. Fui luego reportero, y como lo era muy malo me vi en la penosa necesidad de hacerme columnista. Lo digo porque a mi modo de ver nada más los reporteros pueden llamarse periodistas. Los demás sólo escribimos en periódicos. Recuerdo la primera admonición que recibí de don Carlos Herrera Álvarez, director de "El Sol del Norte" de Saltillo: "Podrás criticar a cualquiera, hasta al gobernador. Pero nunca te metas con el Presidente de la República, el Ejército Nacional y la Virgen de Guadalupe". (Pienso que lo decía en orden de importancia para la Cadena García Valseca, organización de la cual formaba parte el periódico que dirigía). De esas tres instituciones mexicanas la única que hoy sobrevive sin mengua y sin tacha es la Guadalupana. Aquella Presidencia que antes se llamaba "la máxima magistratura" es ahora bastante mínima. En un minimato hemos vivido desde hace muchos años. El Ejército, lo mismo que la Armada, es hoy severamente cuestionado por el llamado círculo rojo. Puedo decir, empero, que hace algunas semanas di una conferencia en Monterrey. Estaban ahí dos militares, invitados por los organizadores de la reunión. Cuando mencioné su presencia todo el público se puso en pie como impulsado por un resorte -si me es permitida esa inédita expresión- y les tributó un aplauso que debe haber durado un minuto. Eso me hizo pensar que una cosa es el círculo rojo y otra muy distinta es la gente. A diferencia de las anteriores entidades, el paso de los años y el cambio de las circunstancias no han hecho mella en la devoción que suscita la Guadalupana. Sigue siendo cierto lo que afirma el bello canto que comienza con la frase: "Desde el Cielo una hermosa mañana.". Dice esa alabanza popular: "Desde entonces para el mexicano ser guadalupano es algo esencial". Lo es, ciertamente. Nadie podrá entender a México sin hacer obligada referencia a la entrañable imagen que congrega en el Tepeyac la fe del pueblo. Esa fe, y la esperanza que suscita el amor a la Virgen Morena, es lo que nos queda a los creyentes en estos tiempos de tribulación y de zozobra. Cuando no es posible ya creer en nada es cuando más se debe creer en algo. Hoy, igual que cada año, haré mi íntima peregrinación al santuario de la Señora, y con la fe de los primeros años -ante Ella todos somos niños- le pediré que nos cubra con su manto. Dulciflor, muchacha ingenua que no sabía nada de la vida, contrajo matrimonio. La noche de las nupcias su flamante maridito le dijo: "No te vayas a asustar". Y así diciendo procedió a consumar el matrimonio. Aquello sobresaltó algo a Dulciflor. Por eso, recuperado ya el aliento, el novio le dijo nuevamente: "Tampoco ahora te vayas a asustar". Y procedió al concúbito otra vez. En esa segunda edición ya no se asustó tanto Dulciflor, antes bien pareció disfrutar el himeneo. Aun así el esposo hizo de nueva cuenta la advertencia cuando, recobrada su potencia natural, repitió el acto: "Tampoco esta vez te vayas a asustar". En esa ocasión la muchacha no sólo no se asustó nada, sino que participó activamente en el amoroso trance con los mismos meneos entusiastas y el mismo jubiloso ritmo con que bailaba merengue, salsa o reggae. Pasó una hora de esa tercera coición. Ansiosa de gozar una vez más de aquel deleite que nunca había conocido, la recién matrimoniada le pidió con anhelosa voz a su marido: "¡Asústame otra vez!". El galán, sin embargo, después de la triple demostración había quedado imbele, quiero decir sin fuerzas, incapaz de librar una nueva batalla de amor. Así, cuando su mujercita le pidió que otra vez la asustara, el exhausto amador reunió sus últimas fuerzas y le dijo con voz desfallecida: "¡Bu!". FIN.