Un fabricante de panties, pantaletas o bragas femeninas imaginó este eslogan para hacer publicidad a su producto: "No somos lo mejor, pero estamos muy cerca de lo mejor"... Cierto señor se enteró de que el novio de su hija le había hecho el amor a la muchacha en una fiesta donde al parecer las cosas se habían salido de control. Lo llevó ante el juez y lo acusó de haber abusado de la inocencia de la chica. Presentó como testigo a un jovenzuelo que había visto lo que sucedió. El juez, severo, le preguntó al mozalbete: "Si estabas en el lugar de los hechos ¿por qué no hiciste nada para detener a la parte acusada?". "Señor juez -responde el testigo-, en ese momento era imposible saber cuál de las dos partes sería la acusada"... "...Porque no hubo lugar para ellos en la posada...". Con esas palabras desoladas explicó Lucas, médico, pintor y evangelista, la razón por la cual Jesús nació en un pesebre. De ahí proviene la tradición entrañablemente mexicana de las posadas, serie de festejos que hoy empieza, y termina con la Navidad. El pueblo, que sabe guardar lo bello y trascendente, conserva aún el sentido de esa celebración, y en pueblos y barriadas canta todavía la ondulante música y la antigua letra: "E-en el nombre del Cie-e-e-lo / o-o-os pido posa-a-a-da...", y abre la la puerta de su humilde morada, y de su corazón, para que entren los Peregrinos. En nuestro tiempo, igual que hace una veintena de centurias, sigue habiendo peregrinos. Son ahora los migrantes, que salen de su patria, donde no pueden ganar el pan de cada día, para buscarlo en otra ajena. Ahí son objeto de abusos, hostilidad y discriminación. Los mexicanos, que tanto nos quejamos por los malos tratos que en Estados Unidos reciben nuestros paisanos, sobre todo los indocumentados, vemos con ojos indiferentes la violencia de que son objeto los migrantes centroamericanos y de América del Sur que pasan por nuestro territorio para buscar internarse en el país del norte. Bandas criminales y agentes policíacos corruptos hacen sus víctimas entre esos indefensos hombres y mujeres; los persiguen, los extorsionan, les quitan sus escasas pertenencias, y aun a veces los privan de la vida. La pobreza es ya una forma de destierro. Pero los migrantes padecen el doble exilio de ser pobres y de tener que abandonar su hogar. Igual que hace 20 siglos, tampoco para ellos hay lugar en la posada... Un cazador se internó en las fragosidades de los montes acompañado únicamente por su guía, un fuerte indio nacido en la región. Después de varias horas de buscar la presa comentó el cazador: "Quizá es hora ya de detenernos a comer". Para su sorpresa el indio puso al descubierto su atributo varonil y lo extendió a manera de gnomon o varilla de reloj de sol. Tras ver la sombra que aquello proyectaba en el suelo dijo el hombre sin vacilar: "Son las 13 horas 56 minutos". El cazador, asombrado, consultó su reloj, uno de precisión que había comprado en Suiza. En efecto: el exactísimo cronómetro marcaba la una de la tarde con 56 minutos. Horas después dijo el cazador: "Pienso que es hora de regresar al campamento". De nueva cuenta el aborigen sacó la referida parte y la expuso a los rayos del occiduo sol. Miró la sombra en el suelo y afirmó: "Son las 6 de la tarde con 17 minutos". Otra vez consultó su cronógrafo el discípulo de San Huberto, y comprobó con admiración que la hora señalada por el nativo con aquel extraño medio era la exacta. Llegó la noche. En el campamento los dos hombres cenaron y en seguida se fueron a dormir. A medias de la noche, a la incierta luz de la fogata, el cazador observó que el indio hacía movimientos sospechosos. Fue a ver, y advirtió estupefacto que el hombre estaba entreteniéndose consigo mismo. "¿Qué haces?" -le preguntó. Respondió el indio, impertérrito: "Aquí, dándole cuerda a mi reloj"... FIN.