Eran tiempos de revolución. Los facciosos llegaron a una pequeña granja y le ordenaron al granjero que les diera de comer. "Sólo tengo un poco de pan y algo de leche -dijo temblando el infeliz-. Si se los doy pasaré hambre". "La revolución es la revolución" -respondieron los hombres. Y consumieron las escasas viandas. "Ahora -pidieron los revolucionarios-, tráenos vino". "Tengo nada más media botella -tembló el hombre-. No me pueden dejar sin vino". "La revolución es la revolución" -replicaron los violentos. Y se bebieron todo el vino. "Ahora -exigieron los rebeldes- queremos una mujer". "Sólo queda una en toda la comarca" -se angustió el granjero. "Tráela". Fue el hombre, y regresó con su esposa. Era una mujer bastante entrada en años, y muy fea. "Er-ejem -vaciló al verla el jefe de la banda-. Creo que por esta vez pasaremos". "¡Nada de pasaremos! -bufa la mujer-. ¡La revolución es la revolución!". Un viajero manejó toda la noche. Cansado y somnoliento estacionó su coche a la orilla del camino y se dispuso a dormir un poco antes de continuar el viaje. Apenas había conciliado el sueño cuando oyó que alguien golpeaba la ventanilla del auto. La abrió, y un hombre le preguntó: "Perdone: ¿qué hora es?". "Las 7:15" -repuso de mala gana el viajero. Intentó dormir, pero otra vez una mujer que pasaba lo despertó para preguntarle lo mismo: "¿Qué hora es?". "Las 7:20" -gruñó el cansado conductor. Lo mismo volvió a suceder tres o cuatro veces más: apenas el hombre conseguía dormirse alguien llegaba a despertarlo con la misma pregunta. Harto de aquello, el tipo escribió un letrero en un papel y lo fijó en la ventanilla del coche. Decía el tal letrero: "No sé qué hora es". Entonces pudo ya cerrar los ojos. Dormía profundamente cuando otra vez lo despertaron golpes en la ventanilla. La abrió, y un señor le informó con toda cortesía: "Falta un cuarto para las 8". Bueno será que el presidente Calderón se porte con conducta -así se dice en el Potrero de Ábrego para recomendar prudencia- en sus señalamientos sobre la injerencia del narcotráfico en los procesos electorales. Por principio de cuentas eso entraña un palmario reconocimiento del fracaso en la lucha que hace cinco años inició contra las organizaciones criminales. En segundo lugar esas declaraciones, cuando no se acompañan con evidencias bien fundadas y denuncias concretas, sólo son un aporte más a la confusión general. Esperemos que las manifestaciones del Presidente a ese respecto hayan sido sólo un desahogo motivado por la derrota que su partido y su hermana sufrieron en Michoacán, y no una táctica tendiente a incidir en la elección del 2012. Tal pensamiento me causa desasosiego, zozobra e inquietud. Miren cómo me están temblando las sienes. Quizá esos pálpitos, y la ansiedad que mis palabras puedan haber causado a la República, se aliviarán con el relato de un chascarrillo final. Murió un hombre, y llegó a las puertas del Cielo. San Pedro le informó que no lo podía dejar entrar: en vida había dejado de pagar 50 mil pesos de impuestos. Para expiar su culpa debía hacer el amor con una mujer horriblemente fea. El hombre se resignó a cumplir esa penitencia. Pocos días después un amigo del señor pasó también a mejor vida. Pidió igualmente ser admitido en la morada celestial, pero San Pedro le negó la entrada, como al otro. Le dijo que había dejado de pagar 100 mil pesos de impuestos. Para obtener el perdón debía tener sexo con una mujer aún más fea que la de su amigo. El recién llegado se conformó igualmente con su amarga suerte. Iban los dos, cada una con su respectiva arpía, cuando se toparon con un vecino de ambos que llevaba del brazo a la mujer más bella que es dable imaginar. Lo llamaron aparte y le preguntaron: "¿Cómo es posible que goces tú esa belleza, mientras nosotros padecemos a estas espantosísimas mujeres?". "No lo sé -responde el otro sinceramente desconcertado-. Y tampoco sé por qué, cuando terminamos de hacer el amor, ella se da la vuelta y dice llena de coraje: "¡Malditos impuestos!". FIN.