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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Chinguetas y doña Macalota sostenían su enésima riña conyugal. Ya se sabe que en un pleito entre esposos los dos dicen lo que piensan, pero sin pensarlo. Le gritó ella a su marido: "¡Eres un idiota!". "¡Claro que lo soy! -reconoció al punto don Chinguetas-. ¿Acaso no me casé contigo?". (Nota: para evitar las disputas debemos ponernos siempre en el lugar del otro, excepto cuando estemos haciendo alguna fila)... Se casaron los novios. Él quería un hijo nada más; ella quería tres. "Nada de tres -decretó él-. Después del primero me haré la vasectomía". "Está bien -aceptó ella-. Pero espero que quieras a los otros dos como si fueran tuyos"... A la una de la mañana del 25 de diciembre de 1968 se recibió un mensaje en el Centro Espacial de Houston, desde cuya sala de instrumentos se controlaba el vuelo del Apolo 8, tripulado por los astronautas James Lovell, Frank Borman y William Anders. En aquel momento la nave emergía del lado oscuro de la Luna, y se dejó oír la voz firme y segura, pero algo excitada, del comandante Lovell: "Aquí el Apolo 8... Estamos avistando una nave extraña en la dirección de las 10 en el reloj...". De inmediato respondió, preocupado, el encargado de la misión: "¿No es una parte del cohete impulsor? ¿Se trata de otro objeto?". Contestó Lovell: "Es otro objeto diferente... Lo estamos viendo desde distintos ángulos... Y es real... Se trata de... er... un trineo... Centro de Control, favor de tomar nota: ¡Santa Claus existe!". Existe Santa Claus, claro, más allá de cualquier gozosa broma navideña y por encima de toda comercialización. Si lo sabré yo, que cuando niño, terminada la cena de Navidad, ponía en la mesa del comedor unos buñuelos y un vaso de leche para Santa Claus, y al día siguiente ni los buñuelos ni la leche estaban ya. Existe Santa Claus, naturalmente, y seguirá existiendo mientras existan el amor en los adultos y la inocencia en los niños, la generosidad, la fe y la fantasía. Llegará Santa a mi casa el día de la Navidad, y mis pequeños nietos abrirán, ansiosos, las envolturas de los regalos que el jocundo personaje les dejará en nombre y representación del Niño Dios, de esa amorosa providencia que nos da el milagro cotidiano de la casa, el vestido y el sustento, maravillosos dones que no sabemos apreciar, ni agradecer. A muchos hogares no llegará el amable viejo de la barba blanca. Esa es razón más que sobrada para hacer que el amor a nuestro prójimo, y nuestra generosidad, se manifiesten ese día, y se prolonguen a lo largo del año en bien de aquellos que nos necesitan. Si la Navidad dura un día será sólo una efímera celebración. Si hacemos que dure todo el año será nuestra justificación. Y no sé tú, pero yo necesito justificar mi existencia cada día... Viene ahora un cuento de color subido. Desde luego su grado de peladez no se compara con el de "El Chiste más Pelado del Año", que sacaré a la luz el último día de diciembre. Aun así el relato que sigue es por completo impropio de la temporada. Si lo pongo aquí es sólo para equilibrar esta sección después de la homilía pasada... Cierto señor sufría un caso extremo de constipación. Fue con el doctor Ken Hosanna, célebre facultativo, y éste le dijo que con un par de supositorios el problema se resolvería. "Yo le pondré el primero ahora mismo -le indicó-. Deje pasar seis horas, y pídale a su esposa que le ponga el segundo". Procedió, pues, el médico a hacer la anunciada inserción, tras de lo cual el paciente se marchó a su casa. Pasaron las seis horas, y el hombre le pidió a su mujer que le pusiera el segundo supositorio. La señora colocó la mano izquierda en el hombro de su marido, para que no se moviera, y con el dedo índice de la derecha procedió a colocar el supositorio en el lugar debido. En eso el hombre lanzó un fuerte alarido. "¿Te lastimé?" -se preocupó la esposa. "No -respondió el hombre poniéndose intensamente pálido-. Pero acabo de recordar que cuando el médico me puso el primer supositorio tenía en mis hombros las dos manos". (No le entendí)... FIN.

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