Siempre pensamos en Ray Bradbury como en un escritor de ciencia ficción. Sin embargo tiene un bello cuento de Navidad. He aquí su trama. En horas de la madrugada un anciano sacerdote católico siente el impulso irrefrenable de dejar el calor de su lecho e ir a ocupar el confesionario de su iglesia. Aquello es absurdo, piensa. ¿Quién podría querer confesarse a esa hora, y en aquella fría noche de nevada? Aun así va al confesonario. Apenas entra en él oye pasos, y luego escucha tras la rejilla la voz de un hombre que le pide: "Bendígame, padre, porque he pecado". El penitente hace la relación de sus culpas, culpas de hacía 60 años. Un día, siendo niño, se desprendió de la mano de su abuela, corrió calle abajo, y se gozó en la angustia de la anciana, que no podía alcanzarlo. En otra ocasión, tras recibir en su barrio el maltrato de chiquillos más grandes que él, ve a dos mariposas unidas en el abrazo del amor, y las aplasta. Por último recuerda a su perro, que escapó de la casa y estuvo fuera por tres días. Cuando regresa él lo abraza y lo acaricia, pero luego lo golpea con crueldad. ¿Podrá Dios perdonarle esos pecados? El sacerdote le dice que sí, y al decir eso experimenta una vaga inquietud, pues los pecados que le ha confesado el hombre tienen un extraño parecido con algunos que él cometió de niño, sobre todo el episodio del perro. Del otro lado de la rejilla el hombre llora, y el sacerdote siente también que las lágrimas le brotan al recordar sus propias culpas. "¿Me ha perdonado Dios, padre?" -pregunta el hombre. "Sí, hijo -responde él-. Te ha perdonado". "Y usted ¿me perdona?". "También yo te perdono. Además hoy es Navidad. Ven, vamos a tomarnos un vaso de vino". Sale el anciano del confesionario. Del otro lado no hay nadie. El sacerdote mira su reflejo en el cristal de la puerta. Sonríe -ha entendido-, y se da a sí mismo la absolución. Luego va en busca del vaso de vino, mientras la nieve -y la Navidad- llenan el paisaje. Quizá con su relato quiso Bradbury enseñarnos a estar en paz con nosotros mismos, a saber perdonar nuestros propios errores. Yo los cometo, muchos y variados, cada día. Defiendo a veces lo indefendible, pues me rijo más por el sentimiento que por la razón, y de eso no me arrepiento. También sé que en ocasiones mis cuentos exceden los límites de una sana picardía. Aun así vuelvo a hacer la tarea el día siguiente, y no cargo las pesadumbres del que ya se fue. La fe en mi prójimo me hace esperar que disculpará mis yerros, y otra vez reinicio la labor con la promesa de que procuraré enmendarme. En paz conmigo mismo y con mi mundo abrazo a mis cuatro lectores esta Nochebuena, y les deseo la paz y el bien que trae la Navidad. Para contribuir a las amenas charlas de la sobremesa esta columneja se permite hoy -y así lo hará mañana- hacer a un lado los arduos temas de la política y narrar sólo historietillas divertidas... Cierto grupo de teatro iba a hacer una representación de la Navidad. La víspera de la función enfermó el actor que hacía el papel del posadero que negaba a José y María un sitio en el mesón. Hubo que improvisar a un sustituto. El director le indicó que lo único que tendría que decir cuando llegaran los peregrinos era: "¡No hay lugar! ¡Lárguense!". Llegada la hora de la función el hombre se puso tan nervioso que para calmarse dio largos tragos a una botella que llevaba. Empezó la representación. "Buen posadero -le dice el actor que representaba a San José-, danos un rincón en tu casa, para que mi esposa pueda descansar de sus fatigas". "¡No hay lugar!" -responde, fiero, el hombre siguiendo su papel. Luego se queda pensando un momentito, y declara: "Pero ¡qué ingaos! es Navidad. Pasen por lo menos a echarse una copa por cuenta de la casa"... Un guardia de palacio gritó súbitamente: "¡Dios salve al rey!". "¿Qué te pasa? -lo reprende un compañero-. No es hora de hacer la aclamación". "Ya lo sé -responde el guardia-. Pero Su Majestad tiene en su cuarto a la mucama, y va entrando la reina"... Bucolio, joven campesino, iba a casarse con Eglogia, garrida moza que estaba de sirvienta en la ciudad. La víspera de la boda, sin embargo, a Bucolio se le desplomó el almiar de su granja, o sea el pajar. Si no lo levantaba otra vez la paja se le echaría a perder. Así, el muchacho envió un telegrama urgente a la casa donde su novia trabajaba, y la señora se lo leyó a Eglogia. Decía Bucolio en su mensaje: "No podré llegar mañana. Se me cayó almiar". Suspira con tristeza la muchacha y dice: "Uh, pos entonces ya que ni venga"... FIN.