Tres viejitos se hallaban en la estación del ferrocarril esperando la llegada del tren. Tan entretenidos estaban en su conversación que no advirtieron que el convoy había llegado ya, y sólo salieron de su distracción cuando el inspector dio el grito tradicional de "¡Váaaamonos!". Dos de los viejitos corrieron y muy apuradamente alcanzaron a subir al último vagón. Desde ahí se despidieron del que había quedado en el andén. Un empleado de la estación va y le dice al ancianito: "No se apure usted, señor. Después de todo sus amigos pudieron tomar el tren, y en un par de horas sale el próximo". "Ahí no está el problema -replica acongojado el viejecito-. Ellos habían venido a dejarme a mí"... Llegó un sujeto al consultorio del médico general, cuya sala de espera estaba llena de pacientes. Con voz que todos pudieron escuchar le dice el tipo a la recepcionista: "Quiero una consulta con el doctor". Pregunta ella: "¿Cuál es su problema?". Responde el individuo: "Tengo dificultades con mi pizarrín". "¡Oiga! -le impone silencio la enfermera bajando la voz-. ¿Qué clase de lenguaje es ése?". "Señorita -se justifica el hombre-. Usted me preguntó cuál era mi problema, y se lo dije". "Sí -replica la mujer-. Pero la palabra que usó es inconveniente. Pudo decir, por ejemplo: 'Tengo dificultades con mi nariz', y luego explicarle al doctor su verdadero problema. Retírese y vuelva mañana, pero use un vocabulario más apropiado". Al día siguiente, en efecto, el tipo regresó. Otra vez la antesala del facultativo estaba llena. Va el hombre con la recepcionista y le dice: "Quiero una consulta con el doctor, señorita". Ella, que reconoció al sujeto, le pregunta clavándole una mirada penetrante: "¿Cuál es su problema?". Responde el tipo: "Tengo dificultades con mi nariz". "Entiendo" -dice entonces con alivio la enfermera. "Sí -prosigue el individuo-. Ya no se me levanta"... Un criminólogo llegó a cierto pequeño lugar en el Mediodía de Francia. El alcalde lo llevó a conocer la prisión del pueblo. En el patio el visitante vio dos guillotinas, una de tamaño normal, como todas, y otra sumamente pequeña, tanto que estaba sobre un banquito, y su hoja apenas medía unos cuantos centímetros. Pregunta desconcertado el criminólogo: "¿Qué clase de guillotina es ésa, tan pequeña?". "Bueno -explica alcalde-. Lo que pasa es que aquí a los violadores no los guillotinamos". (No le entendí)... La linda muchacha acudió ante su párroco y le dijo: "Cometí un pecado grave, padre. Le dije a un muchacho: 'Hijo de la tiznada'". "Grave expresión es ésa, hija -la reprende severamente el confesor-. ¿Por qué le dijiste eso?". Explica la muchacha: "Porque me besó". "¿Así?" -pregunta el párroco uniendo la acción a la palabra. "Sí" -confirma la chica. "Ésa no es razón para llamar a alguien 'Hijo de la tiznada'" -declara el señor cura. La muchacha se justifica: "Pero es que además me hizo el amor". "¿Así?" -inquiere el párroco. Y de nuevo añadió el hecho al dicho. "Sí" -vuelve a confirmar ella. Repite el sacerdote: "Tampoco ésa es causa suficiente para llamar a alguien 'Hijo de la tiznada'". Prosigue ella: "Pero es que además me contagió una enfermedad venérea". Entonces el señor cura exclama hecho una furia: "¡Hijo de la tiznada!"... La esposa de aquel señor no llegó a su casa una noche. Por todas partes la buscó el marido y no la halló. Tampoco apareció la señora la segunda noche. El hombre acudió a la policía. A la mañana siguiente el señor estaba en su casa, esperando el resultado de la búsqueda, cuando llegó su mujer. El marido, llorando de alegría, la abrazó: "¿Dónde estabas, mi vida? -le pregunta entre lágrimas-. ¿Qué te sucedió?". Responde ella: "Ocho hombres me raptaron. Durante dos días y dos noches me hicieron objeto de sus bestiales instintos de lujuria". "¡Santo Cielo! -exclama consternado el esposo-. ¡Qué bueno que lograste escapar!". "No escapé -aclara la señora-. Nada más vengo por mi cepillo de dientes"... FIN.