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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Tres viejitos se hallaban en la estación del ferrocarril esperando la llegada del tren. Tan entretenidos estaban en su conversación que no advirtieron que el convoy había llegado ya, y sólo salieron de su distracción cuando el inspector dio el grito tradicional de "¡Váaaamonos!". Dos de los viejitos corrieron y muy apuradamente alcanzaron a subir al último vagón. Desde ahí se despidieron del que había quedado en el andén. Un empleado de la estación va y le dice al ancianito: "No se apure usted, señor. Después de todo sus amigos pudieron tomar el tren, y en un par de horas sale el próximo". "Ahí no está el problema -replica acongojado el viejecito-. Ellos habían venido a dejarme a mí"... Llegó un sujeto al consultorio del médico general, cuya sala de espera estaba llena de pacientes. Con voz que todos pudieron escuchar le dice el tipo a la recepcionista: "Quiero una consulta con el doctor". Pregunta ella: "¿Cuál es su problema?". Responde el individuo: "Tengo dificultades con mi pizarrín". "¡Oiga! -le impone silencio la enfermera bajando la voz-. ¿Qué clase de lenguaje es ése?". "Señorita -se justifica el hombre-. Usted me preguntó cuál era mi problema, y se lo dije". "Sí -replica la mujer-. Pero la palabra que usó es inconveniente. Pudo decir, por ejemplo: 'Tengo dificultades con mi nariz', y luego explicarle al doctor su verdadero problema. Retírese y vuelva mañana, pero use un vocabulario más apropiado". Al día siguiente, en efecto, el tipo regresó. Otra vez la antesala del facultativo estaba llena. Va el hombre con la recepcionista y le dice: "Quiero una consulta con el doctor, señorita". Ella, que reconoció al sujeto, le pregunta clavándole una mirada penetrante: "¿Cuál es su problema?". Responde el tipo: "Tengo dificultades con mi nariz". "Entiendo" -dice entonces con alivio la enfermera. "Sí -prosigue el individuo-. Ya no se me levanta"... Un criminólogo llegó a cierto pequeño lugar en el Mediodía de Francia. El alcalde lo llevó a conocer la prisión del pueblo. En el patio el visitante vio dos guillotinas, una de tamaño normal, como todas, y otra sumamente pequeña, tanto que estaba sobre un banquito, y su hoja apenas medía unos cuantos centímetros. Pregunta desconcertado el criminólogo: "¿Qué clase de guillotina es ésa, tan pequeña?". "Bueno -explica alcalde-. Lo que pasa es que aquí a los violadores no los guillotinamos". (No le entendí)... La linda muchacha acudió ante su párroco y le dijo: "Cometí un pecado grave, padre. Le dije a un muchacho: 'Hijo de la tiznada'". "Grave expresión es ésa, hija -la reprende severamente el confesor-. ¿Por qué le dijiste eso?". Explica la muchacha: "Porque me besó". "¿Así?" -pregunta el párroco uniendo la acción a la palabra. "Sí" -confirma la chica. "Ésa no es razón para llamar a alguien 'Hijo de la tiznada'" -declara el señor cura. La muchacha se justifica: "Pero es que además me hizo el amor". "¿Así?" -inquiere el párroco. Y de nuevo añadió el hecho al dicho. "Sí" -vuelve a confirmar ella. Repite el sacerdote: "Tampoco ésa es causa suficiente para llamar a alguien 'Hijo de la tiznada'". Prosigue ella: "Pero es que además me contagió una enfermedad venérea". Entonces el señor cura exclama hecho una furia: "¡Hijo de la tiznada!"... La esposa de aquel señor no llegó a su casa una noche. Por todas partes la buscó el marido y no la halló. Tampoco apareció la señora la segunda noche. El hombre acudió a la policía. A la mañana siguiente el señor estaba en su casa, esperando el resultado de la búsqueda, cuando llegó su mujer. El marido, llorando de alegría, la abrazó: "¿Dónde estabas, mi vida? -le pregunta entre lágrimas-. ¿Qué te sucedió?". Responde ella: "Ocho hombres me raptaron. Durante dos días y dos noches me hicieron objeto de sus bestiales instintos de lujuria". "¡Santo Cielo! -exclama consternado el esposo-. ¡Qué bueno que lograste escapar!". "No escapé -aclara la señora-. Nada más vengo por mi cepillo de dientes"... FIN.

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