DE VUELTA AL RUEDO
Con tanta información de príncipes y princesas por todas partes, ando muy empapada en el renglón cuentos de hadas. Así que acepté gustosa cuando me invitaron a ver el ballet clásico de La Bella Durmiente en el Castillo de Chapultepec. Tan animosa, que no se me ocurrió reparar en que asistiría a un espectáculo al aire libre, en días lluviosos. Bueno, sí reparé, pero demasiado tarde: ya me llevaban a rastras.
Lo primero era llegar al estacionamiento al pie del Monumento a los Niños Héroes, al que nunca le había puesto demasiada atención en 40 años (soy distraída y constante). Qué bonito es ¡y qué grande!, ¿no? Pues, junto a las seis columnas maravillosas, nos formaron para subirnos a un autobús mediano que nos llevó cuesta arriba hasta la entrada del castillo, que ese día no era la casa de Maximiliano sino de la "sleeping Beauty". Qué romántico.
Luego de otra fila, eso sí, con una vista magnífica, llegamos a nuestros asientos en el patio de armas, donde está la entrada principal al Castillo, y que esa noche era la escenografía para el espectáculo de la Compañía Nacional de Danza. Por cierto, qué feo ser el último de la cola, oigan. Sientes que eres el más tonto del público, porque todos van a entrar antes que tú. Lo bueno fue que me tocó detrás de un niño chico que, después de analizar la construcción palaciega, soltaba grandes frases como: "uy, qué bueno que pusieron el reloj para que La Cenicienta vea la hora.". (ja, ja, muy buena!).
Después de una larga espera comenzó la obra de Tchaikovsky, y aparecieron los bailarines que me hicieron recordar a Natalie Portman en El Cisne Negro. No pude evitar imaginar e inventarles historias trágicas a cada uno. Ya sé, soy una columnista ociosa y una mujer muy influenciable y veleta. Pero es que verdaderamente tienen caras y cuerpos de sufrimiento. Aunque, si todos tuviéramos una retaguardia como la que ellos tienen, éste sería un mundo súper feliz.
Yo quería ver al director para felicitarlo por la magnífica idea de utilizar el Castillo de fondo, por las coreografías espectaculares, y por lo bien que actuaban la historia de La Princesa Aurora, pero no se pudo. Ya le mandaré una carta, porque esa noche, más nos tardamos en sentarnos, que en salir por piernas. Es que cayeron 27 gotas de lluvia, y suspendieron la función que porque "los zapatos de los bailarines podían sufrir daños por el agua".
Así que sólo disfrutamos de los primeros 30 minutos en los que la princesa permaneció despierta porque no llegamos ni al pinchazo maldito. O sea, que ni sueño profundo ni hechizo ni beso de amor ni nada. Eso sí, lo mejor fue la actuación de La Bella Durmiente oriental. Lo juro. Ya sabrán mi compañerito de asiento, dando codazos y sintiéndose tan internacional: "¡mira es china, es china!". Personalmente, me encantó la sorpresa de la bailarina principal japonesa, porque le daba un toque más misterioso al cuento. Que yo le hubiera puesto al ballet, La Bella Durmiente del Sol Naciente, por ejemplo, y así lo haces más global.
Al final, más colas y colas para abandonar el Castillo, pero ahora cuesta abajo. Ya ahí, entre el bosque, señores que salían de la oscuridad y te preguntaban cuál era tu coche. Y todos en el dilema nervioso: "¿le diré, no le diré?". Con tanto asalto. Lo bueno es que los zapatos de los bailarines ya estaban a salvo.