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DE VUELTA AL RUEDO

Los osos

Martha Figueroa

Esta columna estaría originalmente dedicada a las muletas del Rey Juan Carlos. Les iba a contar que son como yo: curiosas, divertidas y útiles.

Ya les decía que mi vida y la de su majestad tienen tanto paralelismo. ¿Las vieron en las noticias? Son maravillosas, pues, aparte de sostenerlo en pie, tienen iluminación y claxon para que los otros peatones abran paso. Que tú vas caminando por un pasillo, sientes atrás la presión audiovisual y te quitas pensando que es una bici moto asesina y no. ¿Qué es eso? Las muletas del Rey de España, que ya se han agotado en el mercado.

Pues sí, queridos lectores, le iba a hacer un largo homenaje al inventor de dichos bastones, pero, dadas las circunstancias noticiosas, cambiaremos el rumbo a Tijuana porque quiero confesar que uno de mis lugares favoritos de México es el zoológico de Jorge Hank. Digo, sólo fui una vez, pero ya me conocen: me enamoro a primera vista.

Oigan, es que es precioso. Bueno, me gustó más que el Zoo de San Diego, donde hicimos una cola larguísima para ver, por ejemplo, al panda. ¿Y qué vimos? Nada, unas pompas peludas blancas con negro, trepadas en un palo de bambú, a lo lejos. En cambio, en casa de Jorge, hasta te dejan acariciar a las criaturas y tomarte fotos.

Dirán lo que quieran, pero hay momentos en la vida en los que también hay que soltar datos positivos de los personajes que el mundo tiene en la mira. Entonces les cuento que entrevisté a Mr. Hank cuando era candidato a Alcalde, y al final me invitó a conocer a los animales que tanto quiere, cuida y procura.

Y ahí estaba, la entrevistadora, a las 7:30 horas, porque Jorge es un hombre madrugador, conociendo especies que sólo había visto en fotos o estampitas.

¿Qué les digo? Era de esas niñas inocentes que se emocionaban cuando las llevaban al circo a ver a los elefantes, aunque mi atracción favorita era un señor que daba vueltas en moto dentro de una esfera, la mujer barbuda y el hombre bala. Yo qué sé, cosas de una. Es que tuve una infancia normalita, lo mejor vino después (ja).

Había perros, conejos, hurones, cacatúas, águilas, changos, víboras, búfalos, tigres, leones, leones cruzados con tigres, jirafas, zebras, camellos, avestruces, tortugas, gatos egipcios (feos, pero muy limpios. Algo debían de tener ¿no?), caballos, panteras, osos y otros animales de nueva generación, de los cuales no me sabía los nombres oficiales. Unos en vivo y otros, en tapete.

Personalmente, me incliné por lo clásico y cargué a un bebé oso. Claro, con el miedo de “a ver a qué hora llega la mamá osa por su cachorro y me come”, pero feliz.

Afortunadamente, no llegó. Lo que sí probé fue el jamón serrano de oso que ahí preparaban, en una salchichonería casera, donde la especialidad es el queso oaxaca de Tijuana.

Seguro habrá quien no se impresione fácilmente con un oso, por ejemplo. O que, debido a sus grandes viajes por el mundo y al acceso ilimitado a las maravillas de la naturaleza, crea que exagero.

Pero yo, columnista y amiga, sólo había visto uno en la tele. Ah, y otro que tenía de mascota el papá de una amiga mía en el jardín de su casa en San Jerónimo Lídice (es que tengo amigos exóticos).

Y visto así, parece que soy una persona con gran facilidad para ver osos lejos del hábitat, pero no.

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