Han sido días negros para Pablo Montero. ¿Se enteraron? Todo el mundo habla de que le fue infiel a su esposa la misma noche de bodas. La noticia salió en todas partes y, entonces, Pablo, en lugar de estar haciendo lo que hacen los recién casados, ha dedicado todas sus energías a negar el desliz.
Oigan, perdonen que no profundice más en el tema, pero me está entrando la risa. ¿Quién le pone el cuerno a su esposa en plena boda? ¿Cómo le haces? Bueno, ya sé cómo se hace, pero me refiero a la logística. Esperas a que tu mujer se ponga a bailar “a la víbora, víbora de la mar” o “Carmen, se me perdió la cadenita”, corres para el otro lado, te escondes en un cuartito, y a darle con una de las invitadas, ¿o qué? Ay, no. Eso sólo pasa en las películas.
Supongamos que los científicos tienen razón y dedicamos en promedio 22 minutos en realizar un acto sexual decente. ¿De verdad nadie se da cuenta? Yo me estoy casando, se me pierde el novio 4 minutos, y le marco a SWAT, CSI, 911, Gayosso y al FBI. Además de que no es tarea fácil hacer el amor. No me imagino a Pablo Montero quitándose los pantalones y desabrochando sostenes con tanto estrés y el fondo musical de “pe, pe, pe, pe pe pe, una samba”.
A lo que iba es que, los seres humanos somos más inteligentes que eso, ¿no? Los maridos, particularmente, son una raza muy lista (ja, ja, ja) que no se deja atrapar con las manos en la masa así como así. Aunque los cineastas insistan en que cualquier chango nos supera en actividad cerebral.
Acabo de ver en el cine El Planeta de los Simios, Evolución y, francamente, está muy bien realizada y entretenida. ¿Pero alguien creerá que llegará el día en que un montón de simios nos dominen y se apoderen de las ciudades?
Claro, no son changuitos cualquiera, no. Son animales alterados genéticamente y tal. Pero de ahí a que se te pare un simio y te diga: “Buenas tardes, con permiso”, hay un abismo. ¡Bueno, que algunos se creyeron que King Kong se enamoraba de Jessica Lange!
Hay escenas impresionantes por los efectos especiales, pero a “otro chino con ese cuento”. Definitivamente, prefiero las historias reales a las de ciencia ficción. Claro, ya me lo decía mi amiga: “Hay que ver Senna” y la columnista, necia: “no, mejor la de los changos”. Ésta hubiera sido una columna extraordinaria en la que platicaría sobre la vida de Ayrton Senna, el mejor piloto de todos los tiempos.
Pero no, ahí estaba yo, viendo cómo un simio con pantalones conocía perfecto las calles de San Francisco, y tratando de resguardar mis palomitas del señor de junto, que, con tanto nerviosismo animal en la pantalla, se desorientaba y se comía mis golosinas en vez de las suyas.
Personalmente, lo más cerca que estuve de El Planeta de los Simios fue una vez cuando estaba en Ventaneando. Estaba haciendo un reportaje en un parque de Cancún donde la atracción principal son los cocodrilos, y de repente empezó el corredero. Yo pensé: “anda, lo que te faltaba, que te mastique un cocodrilo”. Pues no, resulta que los changos se escaparon de sus árboles habituales, y llegaron hasta recepción. Sólo desgreñaron a un par de señoras, y le arrebataron las paletas heladas a los niños. Yo me reí, que es lo que hago cuando no sé qué hacer.
Pero, volviendo a la película, acaba como todas las historias en la vida, como la boda de Pablo Montero, al final: cada chango a su mecate. Nada más cierto.