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DE VUELTA AL RUEDO

Luz y amor

Martha Figueroa

Me encantan los conciertos masivos. Eso de hermanarte con desconocidos a los que no te une nada, es maravilloso. Esta vez, me amigué con 20 mil y el único tema que nos unía era Santana. Bueno, Santana y luego un olor a mariguana, que quieras que no, te relaja y terminas por crear lazos con los vecinos.

Por favor, si hay algún experto entre los lectores de la columna, mucho le agradeceré que me aporté información yerbera. Que, francamente, sólo puedo decirles que primero me dio risa, luego hambre, después sueño y, al final, sed. Todo eso. Pues habrá que acostumbrarse a los síntomas, porque ya vaticinó Carlos Santana que en México: “Muy pronto se legalizará la mariguana para acabar con la violencia”.

¡Qué fuerte! Estuve las tres horas dándole vueltas a la noticia. Y, claro, pensaba: “Pues más vale que sea pronto, que si entran ahorita y hacen una redada, nos llevan a todos. ¡Y se van a tardar un buen rato porque somos muchos!” (¿en cuántos camiones metes a 20 mil?).

Hay experiencias memorables, y el sábado viví una. ¿Les parezco distinta? Es que la música y el aroma me dieron paz y también estoy empapada por los mensajes positivos del mejor guitarrista del mundo.

Por ejemplo, dijo que: “Todos somos luz y amor.”, ¡y yo le creo! Lo soltó tan convencido que me llegó. A Pepillo Origel y a esta columnista nos sentaron por allá, enfrente de una gran pantalla, como si estuviéramos viendo el concierto por tele. Entonces, el mensaje nos llegaba mas directo. Veía los labios de Santana en grandote articulando frases como: “La gente que no está chueca de mente, es más feliz.”, y yo, aplaudía alucinada. ¡Es el encanto de los malos lugares!: te hacen vivir otras cosas.

Pero a lo que iba, es que el concierto fue fantástico. A pesar de que el músico y yo somos de generaciones distintas. El hombre se para ahí, rasga la guitarra y el mundo se acaba. Qué maravilla es. Sin mencionar que ronda los 64 años y tiene una vitalidad sorprendente.

Uno de los mejores momentos fue cuando tocó “Oye como va”, que los 20 mil bailamos como si el mundo se fuera a acabar. Que, lo entiendo, porque el público no era joven y seguramente habrá algunos asistentes que no lleguen al 2012. También las notas de “Europa” nos volvieron locos. ¿Se acuerdan de ésa? “Ti tiri tiri, tiriri.”.

Además de lo anterior, en mi familia política ronda la leyenda que somos parientes; entonces, yo me sentía muy ligada. Mi ex suegra cuenta que llevamos sangre de Santana, del mismísimo Autlán, Jalisco.

Aunque, decir “llevamos”, me huele a manada, porque de portarla, la portan mi hijo y mi ex marido. Que, aparte, mi ex pareja y el músico son muy parecidos físicamente. Entonces, yo veía el escenario y me imaginaba a mi ex tocando la guitarra. Y eso, cuando tienes un nuevo querer, te hace mucha gracia.

Los anfitriones del evento eran Martita y Vicente Fox, sonrientes, saludadores y fotografiados en primera fila, con un pie arriba de las tablas. Ahí, en el centro de las miradas. Cual niños del bautizo. Y tengo que decir que Martita iba radiante: chamarraza de pieles, botas fulgurantes y nuevo corte de pelo. Melenita cortísima en plan “Emma Watson en la Universidad de Brown” o Mia Farrow. Que si la hubieras visto caminar por Nueva York, París o Praga, dirías: “Mira que señora tan en tendencia”.

En León, tal vez, se veía muy vestida. Pero, oye, si vives en San Cristóbal, ¿cuándo estrenas todo eso? ¿Caminando entre el ganado? ¿En las fiestas patronales?

En realidad, lo que quiero extraer de todo este asunto es el orgullo de que un artista del tamaño mundial de Santana sea mexicano y esté dichoso de serlo.

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