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DE VUELTA AL RUEDO

El mercado

Martha Figueroa

Originalmente en este espacio narraría las pormenores del concierto de Alejandro Fernández y Marc Anthony. Les contaría lo maravilloso que me parece el Potrillo y tararearía una canción de Marc que dice, con sus más y sus menos, “yo trato trato trato, pero no te olvido, yo lucho lucho lucho y no lo consigo”, que es repetitiva, pero llegadora.

Y también haría un recuento de los besos que se dieron el boricua y Sandra Echeverría. Lo malo es que hay un pequeño problema, que básicamente es causado por la edad, y la que yo tengo lleva consigo el deterioro de la memoria inmediata. Bueno, a lo que iba es que: ¡olvide ir al concierto! Así como lo oyen, con todas sus letras. El plan era acudir con una amiga muy enamorada del Potrillo y no caí en la cuenta hasta que, enfundada en pijama y metida en la cama hasta el cuello el sábado por la noche (está bien, lo acepto, no tengo mucha vida), leí los 17 “tweets” en los que Joaquín López-Dóriga reflejaba su felicidad por estar frente a los dos cantantes. Ah, qué ilusionado sonaba el “Teacher”.

Así que estas líneas se irán a otros derroteros más dramáticos, pero de rabiosa actualidad.

Oigan, qué polémicos han sido los ires y venires del cuerpo de Gaddafi, ¿no? Hice una encuesta, y casi todo el mundo responde que no se formaría para ver el cadáver del ex líder libio exhibido en el mercado de Misrata. Pues, francamente, yo sí. Qué quieren que les diga. Soy periodista, muy curiosa y morbosa, y con esa combinación en la sangre es difícil quedarse quieto ante la noticia.

Desde luego, no es algo que haría dando de brincos. No. Me portaría muy seria y respetuosa en la cola y trataría de mantener las formas. Todo sea por ver de cerquita la historia. Que, debo decir, extrañé a Carlos Loret de Mola en el mercado. Hubiera disfrutado mucho el momento de preguntas y respuestas. “¿Cómo te va? Bien y ¿tú? Bien. ¿Qué ha habido? Nada. ¿Y tú? Nada”.

Yo esperaba verlo ahí, formado en la fila, con su chaleco multiusos. Si Carlos hubiera ido a Misrata, podríamos compartir la espera, y no sentirnos tan solos en el mercado de la muerte. Que no hay nada peor que ser el último en la cola. Te hace sentir muy mal que todos los de adelante hayan llegado primero, y encima te vean con cara de: “mira el tonto de hasta atrás, se va a quedar afuera.” Y pasa siempre en todas las colas. En el banco, en los conciertos, en el cine, en las tortillas, en el pollo rostizado (esa me encanta), en los aeropuertos.

Pero, volviendo al tema, es un debate que no termina: si no nos enseñan el cadáver, malo. Y si sí, peor. Claro, lo de la saña siempre cae mal, aun cuando el muerto en cuestión sea Gaddafi. Que, no sé a ustedes, pero a mí siempre me enseñaron que era el malo más malo de todos. Y, sinceramente, siempre da gusto cuando uno de esos se va al diablo.

Eso sí, podían haber hecho una expo menos ruin, y sin tanta bajeza, en un museo, por ejemplo. A lo mejor, en alguno español, que son más abiertos a las cosas. Por supuesto, habría que cuidarse que no se les extraviara el cuerpo, ya ven que en el Reina Sofía se les ‘perdió’ una escultura de más de 38 toneladas del estadounidense Richard Serra (ja, ja) ¿Cómo se te desaparece una mole de esa dimensiones?

Todavía recuerdo cuando Gaddafi viajaba con su tienda beduina a todas partes, y era custodiado por 30 vírgenes (siempre me pregunté ¿dónde hacen el ‘casting’?). Esperemos que antes de colgar las zapatillas haya entendido que los derechos humanos no son opcionales.

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