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DE VUELTA AL RUEDO

Pásele, licenciado

Martha Figueroa

Hoy vamos a empezar hablando de Michael Jackson. Ya saben, ese cantante que era famosísimo, maravilloso, raro y talentoso, pero que un buen día, o llámenlo mal día, de pronto se murió. Así, de la nada. Muriose el gran Michael.

Y ustedes se preguntarán: “¿Por qué? ¿Por qué pasó a mejor vida?”, pues en realidad, después de 17 meses ya se supo que el culpable fue su médico de cabecera, Conrad Murray, por administrarle más dosis medicinales de la cuenta. Oigan, ya podían habernos ahorrado tanto tiempo de espera ¡pero si estaba clarísimo! Yo lo sabía porque me gusta el morbo y la polémica en todas sus formas, no me pierdo CSI, y seguí muy de cerca el caso. Ahora el Dr. Murray se irá a prisión un par de años, y desde aquí le deseo que el tiempo pase rápido y recupere el camino. Hombre, seguramente, no fue a propósito.

Y ahora ¡un tema feliz!... Ya empezó la Temporada Grande en la Plaza México. Ya sé, algunos me gritarán que la fiesta de los toros es una tortura cruel, y otros defenderán que es un arte. Pues sí. Como muchas cosas en la vida: como Sabadazo, por ejemplo. Y nadie alega.

Eso sí, yo francamente opino que los antitaurinos que quieran defender el tema “sangre-animales-espectáculo” podían entretenerse con las campañas electorales, que ahí hay más tela de donde cortar, y dejarnos en paz a los amantes de los toros. Total: cada quien sus karmas.

Además, los toreros tienen mucho mérito. Como dice Andreu Buenafuente: “hay que tener valor para enfrentarse a un animal de 500 kilos y con los cuernos más grandes que la mujer de Tiger Woods. Y encima, lo hacen con un traje de lentejuelas”.

Pues yo soy como Carmelita Salinas: me encanta hablar (ja, ja). Y digo: “toros, sí”, sobre todo ahora que apareció Arturo Saldívar, un torero de Aguascalientes que en realidad tiene nombre de “licenciado” (¿a poco no? “Pásele, licenciado Saldívar”), pero que es una maravilla. Valientísimo, inspirado, quieto y con mucho arte. Tanto, que estoy segura que pronto será figura mundial del toreo. Y yo, ya siento que lo quiero. Bueno, esta columnista y 40 mil personas más que el domingo lo ovacionaron como locos.

Los aficionados se quedaron encantados con Saldívar y sus talentos, los únicos que no atendían eran los toros que estaban muy distraídos: los toreros los citaban, y ellos se iban para el otro lado.

Creo que les llamaba la atención lo que veían en los tendidos. Hubo un toro que yo juraría que descubrió a Andrés Gómez y pensaba: “uy, ahí está el hermano guapo del hombre todavía más guapo de México (Bernardo). ¿Y quieren que yo siga un trapo rojo? Ja!”. La mente de los toros, que sigue siendo un misterio.

Otro toro seguro se enamoró de Marcela Cuevas, que se veía impresionante. Es aquí donde tenemos un problema de comunicación, porque no puedo mencionar a su novio. No es que sea innombrable, es sólo que a él no le gusta aparecer en esta columna, y no me voy a poner ahorita, con tantos pendientes informativos, a contrariar gente.

Luego, el sexto de la tarde, creo que descubrió a Simon Bross, el director de comerciales más premiado del mundo, tomando fotos desde arriba y prefirió posar para él que atender al torero. Diego Silveti, que crece como torero y se parece a su padre David, le hablaba y el toro: “No, yo quiero que Bross me haga un documental”. Y miren, sinceramente, lo entiendo perfecto, y yo hubiera hecho lo mismo, porque las imágenes de Simon te hacen infinitamente más feliz la vida.

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