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De vuelta al ruedo

ENRIQUE Y LOS PINGÜINOS

MARTHA FIGEROA

Ay, qué noticia más triste: los pingüinos gay de Toronto han roto su relación. No se rían pero, para mí, eran un referente.

Cuando estaba sumida en la tristeza por esta soltería que me tiene podrida, pensaba: “Pero seguiré creyendo en el amor, porque Buddy y Pedro se aman en el zoo”.

Bueno, se amaban, hasta que apareció una hembra y provocó la dolorosa infidelidad que los separó. Con esto se comprueba que todas, pingüinas y humanas, llevamos dentro una Camila Parker que tarde o temprano saldrá a la superficie.

A estas alturas se preguntarán qué tiene qué ver “Enrique” con los pingüinos, por aquello del título. Pues nada.

Pero se me antojó porque me acordé de María Jesús y sus pajaritos. Ya saben, la de “pajaritos a volar, cuando acaban de nacer, pi, pi, pi”.

No, a lo que yo iba de Enrique Peña Nieto es que acabo de ver un fotomontaje en el que aparece vestido como “La señora de la casa” y no pude evitar pensar qué sería de nosotros si él y otros señores se convirtieran en amos de casa.

Para empezar, Enrique no se vestiría tan bonito, porque si confunde a los escritores por poner un ejemplo modernono creo que distinga los botones de la lavadora. Ya lo vi parado ahí pensando qué programa aplicar: “¿Apretaré pre-lavado, ‘delicados’, colores firmes o centrifugado?”.

Tengo un amigo que igual se cree Tom Cruise en Misión Imposible. O sea, podría explotar coches, tirarse de rappel en helicóptero, aventarse del techo con una liana para rescatar a una mujer buenísima (a las feas las deja morir. Sí, es una rata) o conectar la iluminación de una ciudad entera con el mini desarmador que trae de llavero.

Pero no le pidas que ponga la ropa que se quita en el bote de la ropa sucia, que limpie la orilla del WC, que no inunde el piso del baño cada vez que sale de la regadera, que haga la cena o lave los trastes, porque se te queda viendo como si le hubieras dicho: “Dime el nombre completo de la Duquesa de Alba”.

Ya ni hablamos de guardar los calzones dobladitos y por colores en el cajón y poner los calcetines con su par correspondiente. Siempre y cuando un calcetín no se haya perdido en el hoyo negro de la lavadora. ¿Se han fijado? Siempre metes dos y sólo sale uno.

¿Hay gente detrás de las paredes que mete la mano por el tubo y se los roba? ¿o qué? La verdad es que la mayoría de los hombres son total y completamente inútiles para las tareas del hogar.

Muy listos y movidos con sus cuates, pero los amos de casa se quedarían petrificados a la hora de coordinar a los niños. Bueno, ni el jefe de estrategias de la AFI podría recoger a un chamaco de la escuela, llevar a otro al futbol, a las niñas a la clase de ballet y luego a todos a la papelería para que hagan la tarea.

Pasando por el “uy se me olvidó que tengo que llevar un pastel”, el “ay, si no me corto el pelo no puedo hacer examen” y el “se me olvidó que tenía que leer El Llano en Llamas. ¿Tú te lo sabes, no? ¡Ayúdame!”.

A mi ex marido, lo que sí le gustaba era ir por las tortillas.

No sabía cuánto costaba el kilo (se lo perdonaba porque no era candidato a la Presidencia), pero le hacía ilusión formarse en la cola. Así son algunos señores, se alegran con esas cosas.

A mí me gusta planchar.

Sobre todo, me relaja mucho la primera docena. Y también limpiar los cristales con atomizador gigante en mano ¡como si fuera Angelina Jolie en Tomb Raider, con un pistolón! Ya les digo, las ilusiones domésticas.

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