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Del sueño a la pesadilla

René Delgado

Como si a un sueño fantástico siguiera una insoportable pesadilla, el país exhuma capítulos de su historia.

El sueño de la alternancia se ahoga en sangre. El anhelo de contar con un órgano garante de la participación electoral ciudadana se transforma en el ariete de la fuerza que las pueda. La izquierda que, desde 1988, no contaba con dos cuadros con posibilidad de llevar las riendas del país se mira confundida.

Al panismo que hizo suya la causa de una cultura política distinta a la priista, hoy lo sobreviven piratas y aprendices de brujo.

El sueño se acaba y comienza una pesadilla. Cuando el hombre que intentó darle un golpe parlamentario hoy preside la Cámara de Diputados, la sangre se hiela.

Cuando se niega la existencia de grupos paramilitares y, luego, se anuncia su captura, la palabra presidencial se queda sin letras. Cuando los muertos aparecen y desaparecen, en Veracruz se vive un cuento de terror político.

Cuando la nueva generación de priistas rinde tributo al caciquismo, el gel se vuelve brillantina.

El país revive capítulos viejos, suda tinta seca, escribe con sangre su presente y advierte el peligro de desfigurar su destino.

***

En vez de blindar la elección 2012 para abrirle espacio a la legítima incertidumbre electoral, darle certeza al resultado y certidumbre a la democracia, dirigentes partidistas, precandidatos, funcionarios federales y electorales así como el concesionario de la principal televisora resolvieron debilitar y socavar a las instituciones encargadas de garantizar a la ciudadanía su participación en una elección amenazada por el crimen.

Aquel instituto electoral que consiguió evitar que los terribles sucesos de 1994 descarrilaran al país por completo o el mismo que logró hacer valer la alternancia en el 2000 se fue al despeñadero y, desde entonces, no logra reconstituirse. El grueso de los consejeros y magistrados en combinación con los partidos políticos hicieron de su nombramiento y su imparcialidad un asunto de cuotas y negocios políticos. Resolvieron ignorar a la ciudadanía e intentar ocupar y dominar al tribunal y al instituto en beneficio propio.

El resultado está a la vista. La autoridad de los consejeros y los magistrados se ha diluido, el despilfarro de recursos encarece exorbitantemente la democracia sin garantizarla y, en el colmo, el instituto arranca su función principal sin tener completo su cuerpo.

Todos los actores protagonizaron un rol distinto al que les correspondía. El jefe de Estado como jefe de Partido; los jefes de partidos como empleados de los precandidatos; los precandidatos como mandatarios; y consejeros y magistrados como burócratas decididos a conservar el puesto. Desde luego, el debilitamiento de esas instituciones no es tema del día porque el país vive al día y ese día todavía no llega... pero es cuestión de días.

***

Desde 1988, la izquierda no contaba con dos cuadros sólidos con posibilidad verdadera de competir por la residencia oficial de Los Pinos. Hoy, en la palestra están Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador y la pregunta es quién encarna a Heberto Castillo y quién a Cuauhtémoc Cárdenas. En quién de ellos habita la generosidad o la mezquindad, la entereza o la pusilanimidad política. Se da por descontado un pleito por la candidatura, pero la relación de Ebrard y López Obrador ha corrido por el carril del respeto y la lealtad a los acuerdos, no por el de la ignominia y la traición.

Fueron contrapartes cuando López Obrador ocupó la plancha del Zócalo con los damnificados por Pemex, allá en la era salinista, en víspera de las fiestas patrias negociaron, acordaron y cumplieron. Cotejaron padrones de damnificados, se pagó a quien había que pagar y se desocupó el Zócalo. Ambos cumplieron. Luego, Ebrard declinó en favor de López Obrador, en el 2000, al ver su imposibilidad de ocupar la jefatura de Gobierno y el tabasqueño tuvo un gesto incorporándolo como secretario de Seguridad Pública y rescatándolo como Secretario de Desarrollo Social, cuando Vicente Fox quería acabarlo por el linchamiento de San Juan Ixtayopan. Y, luego, López Obrador no tuvo objeción en respaldarlo como candidato a la jefatura de Gobierno y, ya siéndolo, Ebrard respetó los acuerdos con el tabasqueño.

La pregunta es si el signo de su relación prevalecerá ante la posibilidad no remota de ocupar la Presidencia, si la encuesta para seleccionar a uno u otro será levantada debidamente sin hacer de ella el marro para golpear al otro. Y otra pregunta es si quien resulte derrotado apoyará verdaderamente al triunfador para alentar la posibilidad de la izquierda de tomar las riendas del país.

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El PRI revive su historia reciente. Como siempre: el aroma del poder une a los priistas y el olor fuerte, los divide.

Es cierto, Enrique Peña tiene una presencia mediática indudable, pero los resortes políticos que ha activado para asegurar su candidatura perfilan a un joven viejo, ansioso por rendir tributo a los padres de la arbitrariedad, el autoritarismo y la impunidad tricolor de otros tiempos. La modernidad del mexiquense se agota en la mercadotecnia, lo demás es la reposición de una práctica política, perteneciente al pasado y a la arqueología: la cargada, la bufalada, el planchazo, el madruguete...

Colocar a Emilio

Chuayffet en la presidencia de la Cámara de Diputados, el hombre que retuvo como pollos a los diputados del PRI para provocar una crisis constitucional en la instalación de la LVII Legislatura (1997) y evitar que la oposición concretara la alternancia de la mayoría en el Congreso, es disfrazar a un golpista de demócrata. Activar a José Ramón Martel como el tacle de la reforma política y el corredor de las bolas políticas ensalivadas es llevar flores a la tumba de Gonzalo N. Santos. Sumar como aliados a mercaderes y saltimbanquis políticos rehabilita la pepena política.

Sostener a Humberto Moreira en la dirigencia del partido es defender la rendición de cuentas como José López Portillo defendió al peso. Reponer como delegados regionales a tanto gobernador con leyenda negra abre la duda si se trata de una vieja cartelera política o un nuevo cártel.

Sin hablar, desde luego, de los delegados estatales decididos a convertir al Estado mexicano en el Estado de México.

El joven viejo mexiquense parece más decidido a tropezarse que lanzarse.

***

El sueño se desvanece y es menester despertar ante la pesadilla. Amarrar a los aprendices de brujo, a quienes juegan con fuego, a quienes buscan votos entre los muertos, a quienes ven por mejor futuro al pasado y a quienes teniendo el futuro enfrente se dan la vuelta.

sobreaviso@latinmail.com

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