En junio de 2012, especialistas de todo el mundo se reunirán en Río de Janeiro, para discutir sobre las medidas globales que debemos tomar y proteger el futuro del planeta, considerando particularmente los derechos de las generaciones venideras.
Es tema es repetitivo, denunciado en diversas ocasiones, caso de Blunderland en 1987, Estocolmo en 1992 o Johannesburgo, en 2002.
El Informe sobre desarrollo humano, publicado en el presente año por la ONU, muestra algunos avances, aunque menores a lo esperado en la mejoría que deberíamos tener en el mundo, particularmente en los países más desprotegidos.
Helen Clark, administradora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, ha escrito: "no es posible continuar con los notables avances en materia de desarrollo humano conseguidos en las últimas décadas, sin que se tomen medidas audaces para reducir tanto los riesgos ambientales como la desigualdad".
Entre los países considerados económicamente pobres, las personas cargan con un doble peso que les da más desventajas: la degradación ambiental que presentan sus naciones y la incapacidad para atenderla, por carecer recursos y de herramientas.
El desequilibrio entre ricos y pobres, para tener las oportunidades de acceder a mejores condiciones de vida, debido al constante incremento de la degradación ambiental y la desigualdad en el trato y aplicación de las leyes, son lastres que sumen a los desprotegidos, a pesar de esfuerzos de organizaciones dedicadas a combatir esas diferencias.
Entre las desigualdades, la de género sigue presente y, aunque también se han disminuido distancias, éstas, continúan siendo marcadas.
Los expertos encuentran relación entre la desigualdad, el deterioro ecológico y la inmadurez democrática.
Países como el nuestro, que sufren la baja evolución de sus procesos democráticos, incluyen causas como la ignorancia, la impunidad y la corrupción; estamos llamados a ser considerados como incapaces de atender nuestros propios problemas, en tanto no combatamos los males sociales que nos enferman.
Los expertos, dedicados al estudio de la equidad y sostenibilidad, advierten que: "los procesos que no son equitativos son injustos" y "las oportunidades de todas las personas de llevar una mejor vida no debieran verse restringidas por factores que escapan a su control".
Aplicado a nuestra realidad: no es justo que los procesos orientados a atender nuestras necesidades en ecología, caso del cuidado de nuestras reservas acuíferas regionales, sean atendidas en el acotamiento de las discusiones de intereses políticos, con acciones que por razones obvias se escapan de nuestro control; o el tema de la inseguridad que no se resuelve ni mejora, habiéndose incrementado, particularmente entre algunos grupos poblacionales con menores oportunidades, siendo los administradores públicos injustos e inmorales al no buscar la equidad verdadera.
Si el desarrollo humano tiene que ver con la expansión de las libertades y las capacidades de las personas para que puedan acceder al tipo de vida que necesitan, -afirmación asentada por escrito en el Informe de Desarrollo Humano 2011, que utilizó el lema "Sostenibilidad y Equidad: un mejor futuro para todos"- entonces, estamos muy alejados de los propósitos de buena vida que enuncia la ONU, organización de la que formamos parte.
Más grave aún: conocer la afirmación de que: "el desarrollo humano pone a las personas desfavorecidas en el centro de su atención", cuando comparamos los índices de pobreza en México, que son cada vez más acentuados.
Le comparto una "perla" más entre las definiciones pronunciadas en la ONU y signadas por nuestras autoridades: "incluimos en ese grupo -personas desfavorecidas- a las futuras generaciones, quienes deberán enfrentar las peores consecuencias de las actividades que llevamos a cabo hoy".
Al constatar el deterioro ecológico de nuestros ríos Nazas y Aguanaval, así como el mal uso de suelo y aguas de laguneros, nos queda un sentimiento de impotencia que anula todo propósito de avance en desarrollo humano.
Actualmente leemos discusiones sobre la contaminación de las aguas por arsénico y de las posibles soluciones aplicables, algunas de ellas en proceso y, desde ahora, definidas como incorrectas o ineficientes; sabemos de la grave contaminación que sufre nuestro ambiente, enralecido con humos y vapores en toda la zona conurbada, desatendida, aunque mucho se pregone sobre monitoreo ciudadano. Entre tanto, los transportistas, "onapafos" y "desplacados" continúan "humeando" nuestros pulmones.
Sume la falta de agua potable de buena parte de las ciudades hermanas, la deficiencia del alumbrado o mal manejo de las aguas negras -muchas colonias no cuentan con alcantarillado-. Poco de positivo sucede.
Ahora nos hablan de incremento en impuestos para atender necesidades; ya escuchamos las promesas de igualdad de trato y hasta "preferencia" para La Laguna. Olvidan que estamos "vacunados" por la desconfianza.
El problema no estriba en los malos administradores, sino en la pobre y débil reacción ciudadana ante el deterioro de nuestra calidad de vida, aunque algunos organismos ofrezcan asomos de resistencia, sin mayores avances. ¿Qué nos pasa?
ydarwich@ual.mx