Sólo el francés Juan Bautista dio la vuelta al ruedo entre aplausos escatimados, como si al público le costaran.
MÉXICO, DF.- Ante una plaza desierta, tres jóvenes se enfrentaron a seis bravos toros que fueron lo mejor de la tarde. Ninguno de los matadores consiguió siquiera una oreja, y tan sólo el francés, Juan Bautista, dio la vuelta al ruedo entre aplausos escatimados, como si al público le costaran.
Bautista mostró mucha habilidad con el capote de brega, incluso más que con la muleta. Se le plantó firme y vertical a Buen Amigo, un intempestivo toro de la ganadería Villa Carmela que fue mal picado y llegó muy entero a la parte final, lo cual, aunado al viento, casi tan indomable como el burel, le impidió conseguir una buena lidia, que no gustó al público, quien le amenazó: "¡Si sales malo te mandamos con Florence Cassez!".
Óscar López Rivera, segundo espada, salió con mucha intención. Mostró su habilidad para resolver ante el toro. No corre, espera y piensa en segundos lo que a sus alternantes parecía tomarles horas. Fueron los minutos más alentadores de la tarde, hasta que el astado comenzó a perder el interés en López.
Tardo y manso a ratos, Rociero permitió ver muy poco del temple que el regio, sin duda, posee, y gracias al cual, a pesar de haber pinchado, salió al tercio a saludar entre palmas.
Si algo puede decirse de Aldo Orozco es que llegó a la México con la intención de triunfar. Salió con entrega y logró un par de lances de capote que merecieron los "olés" del respetable.
Tiene materia, pero, a juzgar por la brevedad de sus pases y la impaciencia que posee en su brazo, podría tomársele por novillero más que por matador.
Con su segundo de la tarde, Juan Bautista casi consigue una oreja. Entendió que debía arriesgarse más para caer en gracia de un público un tanto frío y distante, que terminó por aplaudirle sin importar que toreó, al igual que Orozco, rápido y casi omitiendo la primera parte de los pases. El juez negó la oreja que sí pidieron algunos de los poquísimos presentes, pero concedió, en su lugar, una merecida vuelta al ruedo.
Poca confianza le inspiró Don Luis Javier, un cornivuelto bragado, a López Rivera, quien se empecinaba en conseguir un apéndice, uno siquiera.
Esa falta de entendimiento entre burel y torero resultó en un primer tercio prácticamente inexistente seguido por una labor de caballo deficiente, pues el animal fue picado en, cuando menos, cinco lugares distintos.
