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Diálogo por la paz o monólogo por la guerra

Gran angular

RAÚL RODRÍGUEZ CORTÉS

 N O fue la primera vez que Felipe Calderón se sentó con las víctimas de su guerra contra el narcotráfico y la delincuencia organizada, ni se percibe que lo haya hecho como un natural ejercicio de diálogo con sus gobernados que es práctica fundamental de cualquier democracia.

El 21 de agosto de 2008, con la sociedad impactada por el secuestro y asesinato del joven Alejandro Martí, reunió a todos los gobernadores, al gabinete en pleno y a representantes de organismos no gubernamentales para firmar un Acuerdo Nacional por la Seguridad que generó 75 compromisos hoy en el olvido.

El 17 de noviembre de ese mismo año convocó a reunión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, donde Alejandro Martí, padre de la joven víctima, le dijo a él y a los gobernadores: "Si no pueden, renuncien". Pero más temprano que tarde se apagó lo que entonces parecía un despertar de la ciudadanía organizada para exigir seguridad para sus personas y bienes.

Ya en medio de la violencia desatada por la guerra contra el narcotráfico, conmocionó la noticia de la matanza de 14 jóvenes en una fiesta de la colonia Lomas de Salvacar de Ciudad Juárez ocurrida el 31 de enero de 2010. Calderón, de bote pronto, sugirió entonces que los jóvenes tenían que ver con el crimen organizado. Las evidencias mostraron que no era así y a Calderón se le vino el mundo encima. Los primeros días de febrero de ese año fue a Ciudad Juárez a disculparse, a recibir las reclamaciones de los familiares de las víctimas y a anunciar una estrategia integral que aún no deja ver resultados.

Acudió al castillo de Chapultepec más obligado por las exigencias del movimiento por la paz con justicia y dignidad que encabeza Javier Sicilia, cuyo hijo Francisco Javier fue asesinado con unos amigos en Cuernavaca el pasado 23 de marzo, que por la sana práctica de dialogar con algunos de sus gobernados. Organizaciones civiles y líderes que se han sumado a él tras el crimen y dos caravanas acompañaron al poeta con un costal cargado de dolor, de cientos de testimonios de las injusticias de esta guerra.

Lo que ahí se le reclamó puede sintetizarse así:

1. Una disculpa pública por los 40 mil muertos de la guerra; 2. Castigo a los responsables de muertos y desapariciones; y 3. Freno a la guerra hasta cambiar la estrategia con que se combate al narcotráfico.

Calderón sabía a lo que iba y llegó, por lo que pudo apreciarse, con un discurso claro y bien eslabonado, del que puede destacarse lo siguiente:

1. Disculpas sí, pero por no haber podido evitar la muerte de las víctimas, no por enfrentar a los criminales que las mataron; 2. Disposición a cambiar la estrategia de la guerra siempre y cuando se le ofrezcan alternativas viables; y 3. Rectificar errores pero con la convicción de que "echarse para atrás ahora no traerá la paz".

Hubo momentos en que Calderón se exaltó ante las reclamaciones de representantes de madres agraviadas, indígenas desplazados, empresarios extorsionados y viudas y huérfanos de soldados y policías caídos en la lucha. En algunos momentos tanto, que él mismo reconoció haber hablado de más.

Un ejemplo de esto último fue cuando Sicilia le recriminó el ridículo que se hizo con la detención de Jorge Hank Rhon. Reveló que no había sido informado de la operación, lo que mucho le molestó y dio lugar a que aplicaran medidas disciplinarias que no precisó y que hasta ahora no se conocen. Sin embargo, no aceptó que el Gobierno y el Ejército hubieran hecho el ridículo, ya que, contra la resolución de la jueza que dictaminó el caso, había evidencias de un delito, el de acopio de armas.

Y así las cosas, el tema dio lugar a que hablara de la corrupción de algunos jueces y a señalar que él sabía cuánto les daba de sus nóminas la delincuencia organizada, pero que no podía proceder contra ellos hasta que tuviera pruebas contundentes.

De manera que Calderón llegó con una amplia gama de argumentos en favor de la continuación de la guerra, no por cierto encaminadas a la paz. De cualquier manera debe valorarse que por lo menos se habló, en un ejercicio más que ojalá no termine en la nada, como los otros. Todo indica, por desgracia, que el diálogo se diluirá y no avanzará porque Calderón no entiende o no quiere entender: nadie le pide ni le ha pedido que deje de cumplir con su deber, que deje de enfrentar a la criminalidad con la fuerza del Estado. Lo que se le recrimina es la manera en que lo ha hecho, mediante el enfrentamiento abierto, sin más. Y se le reprocha porque el resultado, hasta ahora, es la ruptura del tejido social, el afincamiento de la cultura de la violencia y la confrontación, y el debilitamiento institucional, mientras que el negocio del narcotráfico sigue floreciendo, el consumo de drogas en aumento y la gente sometida por el secuestro, la extorsión, el robo y el homicidio.

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