Era don Venustiano Carranza un hombre serio, reflexivo, tenaz y persuasivo. Mi abuela Lola afirmaba que era un terco, como casi todos los norteños del Estado de Coahuila. Y es que cuando se le metía una idea en la cabeza empezaba a dale y dale hasta que obtenía lo que deseaba. Sin embargo, siempre fue un hombre respetuoso de las ideas ajenas, que solamente rechazaba cuando se le convencía de su pertinencia.
Rafael Carranza Hernández, el benjamín de la segunda familia de don Venustiano, vino a Coahuila a finales de los años cincuenta con el propósito de hacer campaña política para diputado federal por Cuatrociénegas, solar nativo de la familia Carranza Garza. Lo patrocinaba el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, que había inventado por don Adolfo Ruiz Cortines unos años antes.
Rafael Carranza Hernández ganó la diputación, a pesar del PRI y del PARM.
Con tal apellido era imposible que perdiera. Era entonces gobernador de Coahuila el general Raúl Madero González, y contra lo esperado de su reconocida afiliación villista, (Villa fue enemigo jurado de don Venustiano) don Raúl se mostró muy interesado en celebrar bien, como era ya una tradición, el Plan de Guadalupe, que honraba a don Venustiano Carranza, haciéndole justicia a sus decisiones revolucionarias y políticas. Como aún sucede en la política vigente en los medios políticos de entonces, había quienes atizaran el fuego amigo y procuraban involucrar al gobernador en turno para saciar sus pasiones, venganzas y dejar mal parados a sus peores enemigos y a sus mejores amigos.
Pero don Raúl Madero González no se dejaba llevar por ese tipo de pasiones, pues si algo le había dejado su experiencia revolucionaria era la costumbre de siempre poner las calumnias y los chismorreos entre signos de interrogación. Y se acordaba de todo, a pesar de lo que a sus espaldas rumoraban los antiguos protagonistas de la política sobre la ausencia de sus facultades mnemotécnicas: a don Raúl nada se le iba y jamás olvidaba nada que le conviniera.
Por su parte el hijo de don Venustiano, Rafael Carranza Hernández, sabía todo lo que sucedía en la política coahuilense y lo que no había sucedido, pero se guardaba de hacer comentarios sobre ese tipo de acaecidos.
Era muy selectivo en amistades, pero aceptaba los convites que se le hacían hasta un punto: jamás se comprometía a realizar gestiones o embajadas ante personas muy bien ubicadas, o bien relacionadas, en las dependencias del Poder Ejecutivo Federal. Si más no podía ante los susodichos peticionarios, Rafael escapaba por la tangente: decía ya vengo y todos sus corifeos pensaban que iba al baño, pero se iba al campo a respirar aire puro y caminar en soledad....
Quizá sea este tipo de políticos y funcionarios, como don Raúl Madero y don Rafael Carranza Hernández, sean los que requiera nuestra política: que aprendan a escuchar sin creerse de chismes, pero también a hablar sin comprometerse. Cuánto bien harían en tiempos de escándalos, de dudas y de apasionamientos, personas como éstas.