Esta semana fue resucitada la propuesta que contempla regularizar a millones de jóvenes que llegaron a Estados Unidos sin documentos y que hoy enfrentan el terrible dilema de quedarse sin empleo, trabajar ilegalmente o regresar a su país de origen que hoy les resulta extraño.
La tan llevada y traída "Dream Act" resurgió en Washington por voz del senador demócrata Dick Durbin y con el apoyo de 36 senadores además de cientos de estudiantes que asistieron a esta primera audiencia con el ánimo de respaldar la iniciativa.
El presidente Barack Obama y sus principales colaboradores han expresado en innumerables ocasiones su beneplácito ante la posibilidad de regularizar a por lo menos dos millones de estudiantes que llegaron a Norteamérica siendo menores y que hoy son profesionistas o están a punto de graduarse.
Pero lamentablemente no ha habido poder humano que persuada a los legisladores republicanos, en especial a los radicales conservadores, quienes se oponen a esta legalización bajo el argumento de que "impediría obtener empleos a los estadounidenses".
Según el periódico Al Día de Dallas, Texas, varios funcionarios federales estuvieron en la presentación de la iniciativa, entre ellos la secretaria de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, y el secretario de Educación, Arne Duncan.
Este último dijo que "los estudiantes del Dream Act podrían generar entre $1.4 y $3.6 millones de millones de dólares para la economía en sus carreras profesionales". Esto reduciría el déficit nacional y ayudaría a llenar puestos vacantes en los campos de ingeniería, ciencias, tecnología y matemáticas", asentó el titular de Educación.
Con tales argumentos francamente no sabemos qué esperan los petulantes congresistas para dar luz verde a una iniciativa que no sólo es necesaria para los jóvenes sino también urgente para recuperar la enorme inversión que Estados Unidos hizo en estos chicos a lo largo de muchos años.
Hace unos días un periodista de origen filipino puso en ridículo al sistema de inmigración norteamericano al dar a conocer su sorprendente historia como indocumentado.
José Antonio Vargas fue enviado de Filipinas a California a los doce años de edad en donde fue criado por sus abuelos sin tener sus papeles migratorios en regla. A lo largo de los años se las ingenió con documentos falsos para estudiar y trabajar al grado de ganar un Premio Pulitzer por su cobertura en el diario The Washington Post sobre la tragedia estudiantil ocurrida en el Tecnológico de Virginia en 2007.
A sus 30 años de edad, Vargas publicó el pasado 22 de junio un extenso artículo en The New York Times en donde cuenta sus vivencias y sufrimientos como indocumentado a lo largo de casi dos décadas. Ver: http://www.nytimes.com/2011/06/26/magazine/my-life-as-an-undocumented-immigrant.html?_r=2&ref=magazine&pagewanted=all
"Hay unos once millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos", dice en su escrito. "No somos siempre lo que ustedes piensan. Algunos cosechan fresas o cuidan a sus hijos. Algunos están en preparatoria o la universidad. Y otros escriben artículos que podrías leer. Yo crecí aquí. Este es mi hogar. Incluso yo pienso que soy un americano y considero a Estados Unidos como mi país, pero mi país no piensa lo mismo".
Cansado de vivir con su secreto y engañando a otros, Vargas decidió hacer pública su vida, apoyar abiertamente la aprobación del Dream Act y atenerse a las consecuencias de sus actos.
En buena medida su narración motivó a los congresistas a revivir las discusiones por legalizar a varios millones de jóvenes que como el filipino Vargas han sufrido una amarga pesadilla por una falta que no cometieron, pero que el sistema migratorio no les perdona a pesar de que gran parte del éxito de Estados Unidos se debe a sus inmigrantes.
A ver si en esta ocasión Obama, Napolitano y los congresistas demócratas se aplican en serio para hacer realidad el sueño de millones de jóvenes quienes viven hoy en día en un infierno.
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