El aumento del consumo de cocaína y heroína en Estados Unidos y Europa es un hecho que constatan las investigaciones. Los mercados latinoamericanos también muestran crecimiento. La guerra sigue, toca a México el reflector que hace poco tiempo enfocaba a Colombia.
El consumo de enervantes tiene que combatirse por ser el factor básico del inmenso tinglado de operaciones mundiales que rinde utilidades de al menos 320,000 millones de dólares al año.
En lo que va del sexenio actual, los decomisos han sido impresionantes. La incautación de 24,242 kilos de metanfetaminas, 8,650 toneladas de marihuana,102,600 armas de las 30 millones que alguien calculó que circulan en nuestro país; 11,849 granadas, 10.6 millones de municiones, 47,490 vehículos y 471 millones de dólares.
103 países se reunieron esta semana en Cancún en la XXVIII Conferencia Internacional de Combate a las Drogas. Coincidiendo con esta reunión se organizaron marchas ciudadanas en 40 ciudades en México y en el extranjero pidiendo el fin de la violencia que asuela las calles de muchas regiones del país. La más imponente fue la de Cuernavaca centrada en la tragedia del poeta Javier Sicilia cuyo hijo fue asesinado hace una semana en esa ciudad junto a 6 de sus amigos.
Todas las marchas son impresionantes por reunir en una sola masa visible a los inconformes con alguna decisión o falla del Gobierno. Aquí el clamor de los cárteles con sus manchones de rojo exigía no más sangre en las calles, en las escuelas, en las casas. No fue la primera que haya ocupado las calles de la capital, pero se advertía en ella el repudio e indignación de sus manifestantes.
Hubo empero, falta de estrategia de largo plazo de los que reclaman responsabilidad en los gobernantes. Me explico.
Vivimos la época en que lo que más se reclama es el respeto a los Derechos Humanos y los demás que de ellos puedan desprenderse: derecho al estudio, derecho a la igualdad, al trabajo, a la alimentación, vivienda, a salarios justos etc. No hay, en todo el discurso una sílaba que aluda a la responsabilidad con que tienen ejercerse los derechos cualquiera que sean.
En las marchas de antier sucede lo mismo. La posibilidad de reestablecer la seguridad en las calles del país está vinculada a que la ciudadanía asuma su responsabilidad al lado de las autoridades.
La lucha contra el narco va para largo. Los que piden paz en las calles, que la violencia se confine a proporciones manejables por la Policía y que se retiren las Fuerzas Armadas de las calles, se resisten a entender el simple hecho de la corrupción o la elemental impreparación de las escuálidas fuerzas policiales muncipales cuando las hay.
En estados donde la violencia es una plaga que asuela la tranquilidad de la población, la única esperanza que tienen los habitantes está en los rondines del Ejercito o de la Armada a toda hora por las calles y mientras más visibles mejor.
El aumento en el mundo del consumo de las drogas, donde los Estados Unidos son los primeros consumidores de cocaína y heroína, seguidos por la Unión Europea, no va a detenerse por la acción militar. La acción que puede frenar el consumo es la ciudadana en primer lugar a nivel familiar y en la escuela. Esta acción ha de complementarse con campañas intensas en los medios, en televisión y de radio que son los que más directamente llegan a la juventud. En ellos hay que mostrar los dramáticos estragos personales de la adicción. Si el Gobierno no convierte esto en Política de Estado la ciudadanía se queda sola en sus reclamos.
Pero a la base de todo el inmenso drama que se vive está la crisis de valores reiteradamente señalada por el expresidente Uribe de Colombia y que también ha mencionado el secretario Lujambio. Ambos advierten que de no continuar el combate decidido como lo ha estado haciendo Calderón desde el inicio de su Presidencia, la sociedad acabará perdiendo sus valores orillando a sus jóvenes hacia las actividades ilícitas y violentas.
Si los padres de familia que marchan con tanta convicción no asumen su responsabilidad instruyendo a sus hijos sobre las normas de la ética y moral, será imposible avanzar en la cura de esta corrupción generalizada que aqueja a las todas sociedades no sólo la mexicana, tan entregadas al consumerismo y a metas exclusivamente monetarias. La realidad de una sociedad donde cada vez más las familias se reducen a uniparentales, ocupadas en el trabajo diario necesario para una modesta subsistencia, la tarea subsidiaria de la escuela es indispensable para impartir conceptos de moral y ética a la niñez.
Es por esto que las marchas de esta semana en tantos puntos de la República dejan, aunque no lo quisieran, las cosas truncas. No es lógico pedirle al gobierno, sea estatal o federal poner todo el remedio la violencia cuando su raíz está en las ingentes masas de población joven carentes de orientación ni control.
El consumo de drogas en Estados Unidos está lejos de extirparse. Igual sucede con su muy tolerado tráfico de armas. Tampoco la legalización de la droga es el camino ya que, en primer lugar, abriría la puerta la cartelización de las mafias que mantendrían altos los precios de las drogas. Por otra parte, liberaría el consumo a la juventud, el sector más vulnerable, abriéndolo a los estragos psíquicos y de salud que hay que frenar. Debe entenderse que la lucha contra las drogas no se hace sólo por razones financieras, ni es el flujo financiero que los países ricos consumidores quieren bloquear, la única razón válida de la guerra contra el narco.
¿Qué tal si las Secretarías de Salud Federal y estatales emprendieran una campaña intensa contra el consumo de las drogas análoga a la tan persistente que libran contra el tabaquismo y la obesidad? Sería un buen comienzo para dejar de observar desde el balcón los palos de ciego que libra una desesperada ciudadanía.
Juliofelipefaesler@yahoo.com