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Drogas y acción civil

JULIO FAESLER

No se necesita ser terrorista para sembrar terror. El comentario viene a cuento. Para no ser vistos como tales, alguien ha dicho que las mafias aunque recurren a los más abominables crímenes no estallan coches-bomba. Como si se aplicara una analogía entre fuerzas armadas y guerrillas. Ser considerado como fuerza armada implica estar sujeto a las reglas internacionales y tener derechos de beligerante formal. Abstenerse a utilizar carros-bombas, en nada contribuye a ser respetable.

Los crímenes son lo que simplemente se proponen ser: cumplir amenazas, amedrentar al ciudadano inocente para extorsionar, someter, reclutar y asesinar.

Se han registrado en estos días los actos más abominables jamás conocidos en nuestra historia. Ni siquiera durante la Revolución o en la turbulencia cristera se conocieron actos que alcanzaran la barbarie que ahora se registran y se difunden por todo el mundo. La actuación criminal, hasta el increíble caso de sacrificar a un pequeño de 5 años o bien a centenas de migrantes es inexplicable aún suponiendo que los homicidas estuviesen bajo la influencia de sus mismas drogas.

Se ha popularizado el calificativo de "ninis", acuñado por el Rector Narro de la UNAM. La falta de empleo y de escuela sin duda sirve de punto de partida para el análisis. El desmoronamiento de los valores sociales que en las mafias se manifiesta no se explica, sin embargo, sólo por la lamentable condición en que se encuentran millones de mexicanos que nacieron en las largas décadas de olvido. Ahora, en los diez años de administración panista emerge el resultado de los que tienen más de 14 años o más. Sin molestarse en fijarse en fechas, y hay quienes culpan de al partido en el poder del desastre social que vivimos.

Tragedias nuevas, muy recientes, fortalecen recurrir a la estrategia de las marchas ciudadanas. Seguirán, empero, todo el tiempo que continúen los asaltos, los asesinatos, los secuestros y las muertes. Por mucho que expresen la incontenible indignación popular y la de los líderes que justificadamente las convocan, las marchas no son el remedio.

Las grandes manifestaciones callejeras tienen sentido cuando se dirigen al gobierno que puede responder al reclamo popular. El cacerolismo sudamericano contra los regímenes despóticos sin duda indujeron transformaciones políticas. Las indignadas expresiones en las plazas públicas a la larga lograron su efecto. La diferencia con nuestra situación actual, sin embargo, es que aquéllas pidieron lo políticamente posible.

Las violencias y crímenes del narco no las produce el gobierno. Tampoco hay con quién pactar para acabar con ellos. El fenómeno rebasa la magra capacidad policiaca, si es que hubiera los elementos locales y estatales necesarios. La única vía es la respuesta militar.

Los que claman por soluciones distintas a la mano dura que tiene que utilizarse en México no pueden ofrecer alternativas realistas. Simplemente no las hay. Los que piden que el gobierno claudique de su propósito y retire al ejército de las calles, tendrían que aceptar la rendición del gobierno ante los dictados de las mafias. Los que sugieren implantar medidas financieras para ahorcar a las mafias privándolos de sus ganancias, no resuelven el horror de la cotidiana criminalidad que seguirá en tanto ese remedio tomara su muy discutible efecto.

El crimen no puede tolerarse. Menos la violencia irracional que tiene secuestradas zonas enteras del país. No hay duda: ¡Ya basta!

No basta, sin embargo, que los grupos ciudadanos que se creen y se multipliquen culpen y reclamen al gobierno la violencia que cunde. Una sociedad madura puede utilizar su capacidad de organización para obligar a los poderosos medios de opinión electrónica, reclutar a los grandes empresarios para completar la acción del gobierno mediante extensas campañas de prevención al consumo y venta de drogas, conscientizando a los maestros de escuela a todo nivel y a los padres de familia, grupos juveniles a fin de que nuestra niñez crezca en el temor y repudio instintivo a las drogas. De esta manera, a los narcotraficantes, por lo menos en México, se les reduciría el mercado que pretenden ampliar y explotar. La violencia que subsistiera sería fenómeno meramente policial.

Esperemos un alivio en la próxima Semana Santa de recato y meditación.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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