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Ebrard ganó perdiendo

JORGE ZEPEDA PATTERSON

Marcelo Ebrard ganó perdiendo. No se hizo de la candidatura presidencial para el 2012, pero garantizó su emergencia como el hombre fuerte de la izquierda para el próximo sexenio. Quizá por ello no podía quitarse la sonrisa de la cara el martes pasado, durante la presentación del resultado de las encuestas que daban como vencedor a Andrés Manuel López Obrador.

La candidatura presidencial era una aventura de baja probabilidad, por donde se le vea. Los triunfos del PRI en las últimas elecciones regionales (Estado de México y Michoacán) confirman que la delantera de Peña Nieto es una cuesta demasiado empinada para cualquiera de los contenientes. Derrotar al PRI en los comicios presidenciales no es una tarea imposible pero cada vez parece más peregrina.

A cambio del dudoso honor de perder en julio próximo, Ebrard obtuvo ganancias constantes y sonantes. En su discurso de ungimiento López Obrador sugirió que la definición de candidatos para el Distrito Federal correrá por cuenta del actual Jefe de Gobierno. Es decir, candidatura presidencial a cambio del control del Distrito Federal por los siguientes seis años. Bajo el supuesto, evidentemente, que el PRD retenga la capital en las elecciones de 2012.

Y si tal fuese el caso, para lo cual existe una más que aceptable probabilidad, el grupo de Marcelo se convertirá en la fracción más poderosa de la izquierda, con estructura y presupuesto propio. Y es que perdidas Zacatecas, Baja California Sur y Michoacán, el Distrito Federal sería la única entidad auténticamente en manos del PRD. Guerrero y Chipas están gobernados por priistas, pese a los membretes aliancistas (Gabino Cué en Oaxaca merecen un artículo por sí mismo).

Apoyado en esta plataforma, y probablemente desde el senado, Ebrard tendrá varios años para construir su candidatura al 2018. Por un lado, ya no enfrentará la competencia de López Obrador, quien muy probablemente obtendrá un porcentaje inferior de votos en 2012 en relación al 2006 (35 por ciento) y, por ende, muy pocos incentivos para lanzarse por tercera ocasión para el 2018, cuando tendría 65 años de edad.

Por otra parte, Marcelo estará en condiciones de rentabilizar, mejor que nadie, el probable desgaste del PRI en su regreso a la presidencia. Es muy posible que las expectativas generadas por la llegada Peña Nieto excedan las capacidades de su gobierno. Los males del país son en gran medida estructurales. El crimen organizado, la corrupción, la desigualdad, el abuso de los monopolios difícilmente habrán de evaporarse. La red de intereses que está detrás de Peña Nieto hacen poco probable la remoción de los factores que reproducen estos vicios de la sociedad mexicana.

Es poco factible que el PAN logre capitalizar un nuevo desprestigio del PRI en el gobierno, al menos no tan pronto. Creo que el partido azul recorrerá un largo período de reconstrucción para lograr recuperarse del calderonismo. Por lo demás, es probable que la opinión pública tarde algún tiempo en perdonar los 12 años de mala alternancia, antes de concederle de nuevo un voto masivo.

Con su discurso de progresista moderado, su fama de buen administrador público, y el apoyo del Distrito Federal, Ebrard sería para 2018 lo que fue Peña Nieto en este sexenio: un candidato natural al que le podría caer una presidencia en el regazo gracias a los errores de sus rivales y la ausencia de verdaderas alternativas.

Paradójicamente para que eso suceda López Obrador tiene que hacer una buena competencia. Si el PRI obtiene la presidencia con una ventaja abrumadora, logra el control del Congreso y casi todas las entidades federativas, el tricolor podría inaugurar otro ciclo largo en Los Pinos. Y no porque un gobierno poderoso vaya a solucionar los problemas del país, sino simplemente por acumulación de fuerzas. Su control sobre la vida pública, los medios de comunicación, el aparato de justicia y sus recursos para la cooptación podrían ser tales que haga de las elecciones, otra vez, un acto meramente simbólico. Ya sucedió en Rusia con Putin.

En cierta forma el 2018 se juega ahora en el 2012. Si hay comicios competidos, el gobierno que resulte estará obligado a la rendición de cuentas, tendrá que negociar, explicar y convencer. Seguirá sujeto a tribunales, aunque sea de manera precaria. Por el contrario, si recibe un cheque en blanco, olvidémonos de los exiguos saldos democráticos que pese a todo aún existen.

Creo que Marcelo Ebrard habría sido un candidato más competitivo por su capacidad para atraer un voto moderado. Ahora dependerá de López Obrador y, probablemente de Josefina Vázquez Mota. Cada voto que logren quitarle a Peña Nieto será un certificado a favor de la alternancia, aunque sea seis años después. Salvo, claro, que el tabasqueño produzca ahora su milagro.

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