Aunque esta columna se dedica principalmente a temas económicos, ocasionalmente nos movemos un poco de la frontera para ocupar otras áreas del conocimiento social que pueden resultar útiles para entender mejor el objeto principal: la economía
Ahora, debido al terrible suceso del casino de Monterrey, vale la pena proponer algunas ideas. La vida en sociedad es algo complicado para los seres humanos. No estamos hechos para vivir en concentraciones tan grandes.
Como usted recordará, los seres humanos, de forma natural, podemos vivir en grupos no mayores a cien personas. Cualquier grupo mayor a ello requiere de construcciones culturales: creencias, costumbres, reglas, leyes, que permiten traducir nuestra estructura natural de cien individuos en una estructura artificial con millones de ellos.
Es de la mayor importancia comprender que estas reglas "amplían" nuestra estructura, pero en su esencia no la cambian. Así, somos en el fondo algo parecido a los chimpancés, con estructuras inmensas, pero similares. Nos es necesario contar con una estructura piramidal, con un macho alfa a la cabeza (ahora, afortunadamente, también hembras alfa), con machos betas a su alrededor (también hembras, ahora), y el resto de la comunidad después. Si quiere verlo en términos más modernos, es una estructura de poder que se impone en la sociedad para que ésta pueda funcionar. La combinación de la sociedad, su estructura de poder, y el territorio que controla es que lo se llama Estado, aunque este término suele reservarse para las grandes organizaciones territoriales de los últimos siglos.
Un elemento fundamental para la supervivencia de una sociedad humana es que exista sólo una estructura de poder, y no varias. El poder surge de tres fuentes distintas: puede obligarse a los demás a hacer lo que no harían mediante la fuerza (poder coercitivo), los recursos (poder económico) o la autoridad (poder persuasivo). En las sociedades que ocuparon la mayor parte de nuestra historia, las tres fuentes de poder coincidían en una sola estructura: una aristocracia dueña de la tierra y soportada por la religión. En las sociedades modernas, estas tres fuentes suelen estar separadas, aunque no sean totalmente independientes.
El poder de la fuerza suele estar en lo que llamamos Estado (el Gobierno en sus diferentes poderes y órdenes), el económico se distribuye entre ese mismo Estado y lo que se llama Iniciativa Privada, y el poder persuasivo está disperso en religiones, academia, medios de comunicación, el Estado mismo, y ahora, si quiere, en la red.
Mientras que la dispersión del poder persuasivo y económico no suele acarrear serias dificultades, la dispersión del poder coercitivo sí es grave. Por eso Weber describía al Estado como el monopolio de la violencia legítima (o monopolio legítimo), porque de existir diferentes núcleos de poder coercitivo, la sociedad se derrumba. Esa es la razón de que los estados enfrenten con toda su fuerza a grupos subversivos (es decir, opciones diferentes de poder coercitivo), a otras naciones que intentan invadir su territorio, o a grupos de crimen organizado.
En México, durante el siglo XX, el Estado mantuvo el monopolio de la violencia, enfrentando a todos los grupos que se lo disputaran. El tiempo que llamamos Revolución, y que no fue sino una gran guerra civil, se trató precisamente de establecer cuál de los grupos tendría el monopolio. Una vez definido el grupo, todos los intentos de derrocarlo fueron infructuosos, y cada vez menos amenazantes.
Hacia los años sesenta, estos grupos no alcanzaban a solidificarse cuando ya el Estado los había destruido. En los setenta, el Estado destruía o cooptaba con facilidad tanto a los grupos subversivos como al crimen organizado, manteniendo siempre su monopolio de la fuerza.
La estructura de poder en la que vivíamos entonces contaba con un poder económico claramente subordinado al coercitivo (los empresarios habían sido hechos desde el Estado, lo mismo que sindicatos y centrales campesinas), y lo mismo ocurría con el poder persuasivo (todo era parte de la Revolución). La inmensa crisis de 1982 desquebrajó estas creencias, primero, y la subordinación del poder económico, después. Y al derrumbarse el régimen en 1997, incluso el poder coercitivo se dispersó. Es relevante, en este último punto, no olvidar el "síndrome del 68" que ha hecho incapaz al Estado de enfrentar a sus opositores de forma violenta.
De manera coincidente, tanto los avances tecnológicos como un proceso mundial de transformación del poder persuasivo han incrementado el poder de los llamados "actores extraestatales". Grupos que enfrentan al Estado de manera más eficiente que en cualquier época pasada. Finalmente, elementos específicos ocurridos en los ochenta y noventa terminan de configurar el poder del crimen organizado que hoy conocemos: el cierre de la ruta de la cocaína por el Caribe, el caso Camarena, la caída de los grandes cárteles colombianos, el ascenso y caída de Amado Carrillo.
A partir de 1997, los elementos antes mencionados: el fin del régimen de la Revolución, el ascenso de los actores extraestatales, y los específicos asociados al tráfico de droga, transforman a los grupos criminales mexicanos en una amenaza seria al Estado. A partir de entonces, esos grupos empiezan a tomar control de zonas enteras del país. El Estado, desafortunadamente, no tiene fuerza para enfrentarlos: las policías locales son compradas, lo mismo que jueces y procuradores, y se captura a niveles muy altos de la estructura coercitiva del Estado, incluyendo al zar antidrogas, por ejemplo.
El ritmo de la violencia desde 1997 en adelante es difícil de medir con exactitud, porque ni siquiera tenemos estadísticas confiables. Los gobiernos estatales no registraban los hechos, ni al federal le interesaban demasiado. A partir de 2007, el tema es registrado por los medios nacionales, gracias a la decisión presidencial de potenciar el enfrentamiento, y tenemos más datos, pero no mucho más confiables. El hecho, sin embargo, es claro: hay una disputa por el monopolio de la violencia, y ese es el problema. No el tráfico de drogas. La confusión resulta costosa.
El jueves comentamos con usted acerca de la "estrategia" y sus "alternativas".