Decíamos el martes que la situación de gran violencia que vive México es resultado de tres elementos: el derrumbe del régimen de la Revolución, el ascenso de los actores extraestatales en el mundo, y elementos específicos asociados al tráfico de drogas en América
Estos elementos, que se esbozan desde los años ochenta, hacen explosión a fines de los noventa y transforman a los grupos criminales de siempre en amenazas a la seguridad del Estado, es decir, de la sociedad en pleno.
El proceso de transformación es claro desde 1997, pero el Estado no actúa, porque el derrumbe del régimen no les permite entender esa transformación que, por otra parte, ocurre en la periferia del país: el norte, Michoacán, poco más. Para fines del sexenio de Vicente Fox, sin embargo, la evidencia de que los grupos criminales son ya una amenaza a la seguridad nacional es muy grande. Tanto, que los gobernadores de algunos estados reconocen su impotencia y piden ayuda al gobierno federal, aunque no todos de la misma forma: Michoacán, Tamaulipas, Baja California, Chihuahua.
Al llegar Felipe Calderón a la presidencia, decide enfrentar la amenaza, pero no la entiende adecuadamente. Desde el inicio, Calderón insiste en que enfrenta al narcotráfico, pero ése no es el problema. El problema es el crimen organizado, parte del cual efectivamente tiene que ver con tráfico de drogas, pero eso es un delito, no una amenaza a la seguridad. Lo que pone en riesgo al Estado es el ejercicio del poder coercitivo por parte de los grupos criminales. Dicho más claramente: el problema para la sociedad es que los grupos criminales ejercen violencia contra ella.
Al concentrar el esfuerzo del Estado en el narcotráfico, se abrió el espacio para el crecimiento del verdadero problema. El gobierno decide enfrentar a "La Familia" en Michoacán, primero, y luego a los Arellano en Baja California, y finalmente recuperar Juárez. Y eso es un proceso de tres años (2007-2009). Mientras eso ocurre, un grupo relativamente menor al inicio del proceso, los "Zetas", se hacen del control de todo el Golfo de México e inician su movimiento al centro del país. Y los "Zetas" no son traficantes, son criminales diversificados. A partir de mediados de 2008, cuando "La Familia" ya se ha debilitado, los Arellano han desaparecido, y arrecia la presión contra los Beltrán, los "Zetas" se dedican a expoliar a quienes viven en sus territorios. La extorsión y el secuestro, acompañados por los asesinatos necesarios para hacer creíbles los otros delitos, se disparan. Insisto en que es más negocio extraer recursos a las familias mexicanas que comerciar con droga. Y eso hacen los "Zetas".
Así, la falla principal de la estrategia del gobierno no es enfrentar a los criminales (que es su obligación y es cuestión de supervivencia), es enfrentar el problema equivocado. Por eso las alternativas que se han propuesto hasta la fecha no tienen mayor sentido. De hecho, la única propuesta más o menos seria es la presentada por la UNAM recientemente, y coordinada por Jorge Carpizo. Pero tiene el mismo error de entrada que la estrategia del gobierno: creen que el problema es el narcotráfico.
Nuevamente: el problema que enfrenta México es la disputa por el control de la violencia como eje del poder. No existe alternativa alguna: el Estado tiene que derrotar a sus enemigos, y reducirlos a ser grupos criminales comunes y corrientes (que eso es imposible de evitar). Para ello, el Estado debe ser más fuerte que sus enemigos, y no hay alternativa imaginable.
Para ser más fuerte, el Estado debe construir herramientas más eficientes para el ejercicio de la violencia. Esto significa más personal, con más capacidad de fuego, con mejor despliegue y coordinación. Debido a que el Estado tiene limitaciones que nosotros hemos impuesto, y que es importante que continúen, debe ir aparejada una reconstrucción del Poder Judicial y las capacidades de reclusión de los delincuentes.
Se oye bonito cuando dicen que si hubiera mejor educación, o mejores opciones laborales habría menos criminalidad, pero es falso. Es más probable que la falla de origen esté en la desintegración familiar (caso parecido al descrito por Leavitt en Freakonomics), pero ahí no hay espacio para políticas públicas. Así que no pierda su tiempo con curas o poetas extraviados. Si quiere usted que México sobreviva, no hay más remedio que enfrentar al enemigo. Y el enemigo es el crimen organizado. Parte de él, sin duda, es narcotráfico, pero ése no es el problema.
Construir el aparato de seguridad del Estado, cuidando los derechos humanos, exige un esfuerzo mayúsculo. Primero, se necesita dinero, y hay que ponerlo. Reitero que es más barato pagar más impuestos que pagar extorsión, y espero que ya me lo crean. Hay que dedicar 3 puntos del PIB a la seguridad interna por los próximos diez años, al menos.
Segundo, se necesitan recursos humanos, que no son fáciles de conseguir. Hay que construir policías y fuerzas de seguridad en exceso del medio millón de elementos, con alta calificación y con buena paga y prestaciones. Encontrar medio millón de jóvenes dispuestos y razonablemente limpios, aunque no lo parezca, no es fácil.
Tercero, es necesaria una limpieza total de los establos de Augías que tenemos en todo el proceso de procuración, impartición y administración de Justicia. Es decir, en los Ministerios Públicos, los Juzgados y los reclusorios. La voluntad política que esto exige, de parte del gobierno federal y los estatales, y del Poder Judicial, no es pequeña.
Finalmente, es necesario recuperar los espacios e intentar, aunque no sea posible del todo, compensar la desintegración familiar que da origen a la violencia. Esto no ocurre propiamente en las escuelas, sino en los parques, los estadios, y los espacios de convivencia social en general. Hay que robarle a los criminales esos barrios desintegrados en donde encuentran carne de cañón.
Si queremos que México sobreviva, es lo que tenemos que hacer. Puede usted sumar muchas cosas a esto, pero éste es el núcleo indispensable para que el Estado recupere el monopolio de la violencia. Si no lo hace, la sociedad no tiene futuro.
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