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Educación superior, ayer y hoy

Universidades

LUIS ALBERTO VÁZQUEZ ÁVILA

En el año 1011, un viajero del espacio llegó a la Tierra. Visitó lugares atrayentes para él, pero en especial, dado el objetivo de su visita, "Aprender" de los terrestres, quiso conocer la manera como las generaciones maduras instruyen a las nuevas, así pues, visitó una universidad de la época. Obtenida la información regresó a su planeta.

Pasado el tiempo, decidió volver a la Tierra para analizar cómo había evolucionado la vida humana; recorrió grandes urbes y pudo apreciar el adelanto tecnológico y científico de los últimos mil años. También descubrió que el objetivo central del avance humano estaba primordialmente dirigido a la destrucción de los demás seres humanos y del medio ambiente; mucho se había hecho en ese campo y poco, realmente poco, en lo contrario: en la conservación y elevación de lo sublime del ser.

Como siempre, interesado en el área educativa, encontró un majestuoso edificio que decía "Universidad" y profundamente interesado ingresó a él.

Encontró enormes diferencias materiales entre la universidad del medioevo que visitó mil años atrás; salones muy iluminados; no aquellos tétricos espacios grises; ropajes muy variados de los asistentes a las clases, pizarras elegantes; tizas de colores; libros empastados lujosamente, no manuscritos sucios y, sistemas de transmisión de imágenes modernas a través de películas y efectos de programas computacionales.

Pero en lo esencial del proceso de enseñanza-aprendizaje no encontró ninguna novedad: el profesor, ahora con más información que sus colegas del medioevo, seguía siendo el núcleo de la función educativa, él, autocráticamente volcaba, vomitaba, transmitía, arrojaba una cantidad inmensa de información sobre sus pasivos alumnos que tomaban notas sobre el punto de vista de su educador, el de la razón, el "Huey Tlatoani" o Gran Orador del imperio azteca; el único con capacidad para hablar, el que siempre tiene la razón, sus súbditos deben escuchar y obedecer; el fin es sólo conocido por el egocéntrico educador.

En lo trascendente, hoy en día, los sistemas de aprendizaje de las universidades tradiciones no han variado en nada con la escuela peripatética de Aristóteles: (No así la socrática que invitaba al educando a dar su versión de la vida). Hay un solo actor en escena, el profesor que lleva preparada la clase y la imparte en cátedra a sus alumnos; éstos, escuchando atentamente -en el mejor de los casos- aprenden lo sustancial de la sapiencia de su maestro y tratan de encontrarle aplicación a su vida diaria; estudian largas noches los temas de los exámenes y se los "clavan" con alfileres en su mente, los revomitan el día de la prueba y luego, los olvidan ya que, su calidad educativa no está preparada a retener todo lo enseñando en el aula. El alumno tradicional es hijo de la "Esperanza"; espera aprender del profesor; espera terminar su ciclo de estudios; espera tener un título que le abra el camino en la vida para que pueda subsistir dignamente en este mundo materialista donde lo que vale es el "Tener" y no el "Ser". Existe sólo la esperanza que es el paradigma de los perdedores, de los fracasados; de los que esperan que llegue el reino anunciado, pero únicamente esperan, no hacen nada para que aquello ocurra, los acontecimientos de la vida los llevan como las olas llevan la espuma, pero quien espera es solamente una hoja movida por un viento que ella no controla.

Así es el alumno de la educación tradicional, un perdedor que espera que su profesor le enseñe la verdad, él no es capaz de buscarla por sí mismo; no enfrenta al mundo como estudiante porque "aún" no está preparado, sólo cuando termine su carrera lo estará y si acaso claudica antes, se perderá porque le faltará el guía que le conduzca por la vida.

Finalmente, el proceso se repite de manera continua generación tras generación. Así se ha hecho por muchos milenios, así deberemos seguir haciéndolo; es el paradigma de la "educación bancaria".

Pero la humanidad está en continuo devenir; el cambio es la única constante en esta realidad del siglo XXI, y cada día surge una mayor necesidad de que todos los sectores de la sociedad participen activamente en los procesos dinámicos de la historia.

Hay hoy en día una revolución social trascendente; la educación activa donde el alumno es el motor del proceso de enseñanza - aprendizaje, él toma la educación en sus manos, estudia por convicción; aprende por experiencia; discute con sus compañeros sobre temas importantes de su preparación académica, su capacidad crítica surgida de esta vigorosa mutación le permite enfrentar al mundo; él solo o en equipo escolar, comprenden el sentido y la finalidad de lo que hacen, acuerdan el fin de su actividad; eliminan toda escisión entre fin y medio sin necesidad de seguir los pasos ancestrales.

El estudiante de este modelo es ya un innovador, un emprendedor, desde ahora, un adulto libre que se autoeduca. Ahora, en la pedagogía moderna de toma de conciencia de la educación, el profesor sólo orienta, pero ya no controla al educando; ha habido un cambio del sujeto activo de la educación; ahora ambos son activos. Buscan crear la virtud educativa, pero una virtud creada, no aprehendida, que les lleve a enfrentar las incertidumbres y a lograr la comprensión de todo tipo de vida.

La nueva educación promueve el desarrollo de la naturaleza humana multidimensional, el alumno se convierte en el "Arquitecto de su propio destino educativo" se compromete a su preparación académica, surge la fe en sí mismo, adquiere la confianza de aprender y se enfrenta a su realidad de manera libre y decidida; no espera, actúa.

Sólo que aquí, acabó la zona de confort tradicional del profesor que todo lo sabe y lo repite curso tras curso, ahora hay que reestudiar, investigar, preocuparse por lo nuevo y novedoso para no verse rebasado por los alumnos. Ahora es mucho más difícil ser maestro de educación superior; se ha dado un cambio y todo cambio es doloroso.

Aprender directamente como actor, sin pasar por la mente inquisitiva del profesor, abre al educando un panorama amplísimo; la interrelación con otros estudiantes de cualquier parte del mundo le da una visión muy superior a la del aula tradicional; aprende con y de las experiencias mundiales y puede hacer uso efectivo de los instrumentos de la tecnología moderna en la educación sin que ésta pierda su esencia.

Ha surgido así la educación que lleva al ser humano en un camino constructivo que aborda el conocimiento como un proceso que es a la vez, biológico, cerebral, espiritual, lógico, lingüístico, cultural, social e histórico, como lo diría Edgar Morín; no sólo cognitivo y memorizable.

Un sistema educativo que puede llevar al hombre a tener confianza, a nacer en la fe de sí mismo y de los demás; y la confianza es el primer paso del compromiso. Ese compromiso consiste en participar activamente en los cambios, cambiar al mundo, ser actor de ese proceso, no sólo un espectador arrastrado por eventualidades.

El mundo está cambiando con nosotros, sin nosotros y hasta contra nosotros. Una educación activa nos debe conducir a ser nosotros mismos dentro del cambio y, lo más trascendente, si la educación no lleva implícito un cambio en el ser humano, no es educación.

Profesor del Tecnológico de Monterrey, Campus Laguna.

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