El desorden financiero internacional, que ya lleva un par de meses, tiene efectos sobre México, como usted sabe. Lo más inmediato es precisamente a través del mismo sistema financiero, de forma que la Bolsa de Valores ha caído como caen las de otras partes del mundo, y el tipo de cambio se ha ajustado como lo han hecho otras monedas. Nada hay de raro en ello, pero como la mayoría de las personas no anda siguiendo el valor del real, el bath, o la corona sueca, pues cuando el peso se mueve de 12 a 14 se asusta. Aunque ya hemos vivido antes, y muy recientemente, períodos de rápida devaluación seguidos de una casi igualmente rápida revaluación, todavía nos queda por ahí un recuerdo más lejano y más doloroso: cuando el peso se devaluaba para nunca regresar.
Eso ocurría cuando era México el del problema, hace ya varias décadas de ello. En 1976 o en 1982, cuando teníamos tipo de cambio fijo (o casi fijo), y gastábamos más de lo que podíamos pagar, las devaluaciones eran camino sin retorno. De hecho, nuestra crisis de 1982 es muy parecida a la que vive hoy Grecia, con las obvias diferencias de que nosotros no estábamos en ninguna unión monetaria, pero teníamos petróleo.
La última gran crisis que sufrimos por culpa nuestra fue la de 1995, cuando también gastamos más de lo que teníamos. Esacrisis se parece a la de Estados Unidos de 2008, porque también hubo una falla de información en el mercado, producto de una decisión gubernamental. En México lo que nos pasó es que el tipo de cambio no se movía libremente, por decisión del gobierno, y acabamos importando más de lo que podíamos pagar; en Estados Unidos lo que no se movió libremente, también por decisión del gobierno, fue la tasa de interés. El efecto al final es el mismo: un consumo muy superior a lo debido, que es en el fondo una deuda creciente, que de pronto hay que pagar y no se tiene con qué.
Pero ahora, cuando el tipo de cambio se mueve, lo que refleja no es necesariamente un problema interno, sino la dinámica internacional. Así, cuando a fines de 2008 se ajustó el peso muy rápidamente, el origen del movimiento era el nerviosismo general que buscaba moverse a papeles del gobierno estadounidense. Todas las monedas del mundo se devaluaron frente al dólar, salvo el yen y el franco suizo. Acá, la devaluación produjo un problema adicional porque las tesorerías de varias empresas habían decidido ganarse unos centavitos apostando a la revaluación, y cuando ocurrió lo contrario, perdieron hasta la camisa. Sin embargo, no hubo desastre alguno, pero sí un desajuste temporal, que llevó el peso hasta 15 por dólar, para luego regresar al rango 11-12 pesos.
Ahora otra vez hay nerviosismo internacional, y otra vez todo mundo corre a comprar bonos del tesoro estadounidense, y otra vez se devalúan todas las monedas frente al dólar. Por eso pasamos de menos de 12 pesos a casi 14 por dólar. Ahora no debe haber tesorerías jugando al aprendiz de brujo, así que no deberíamos tener mayores problemas, y es cosa de esperar a que se serenen los mercados para que el peso se regrese a las cercanías de los 12 por dólar.
Sin embargo, además de estos movimientos financieros, hay otros efectos de la situación económica internacional en la nuestra, que son más importantes en el mediano plazo. Una de las razones por las cuales todo mundo se puso nervioso es porque se dieron cuenta de que habían sido muy optimistas al inicio del año, y que el mundo, en lugar de recuperar el ritmo de crecimiento previo a 2008, es muy probable que se estanque por varios años. Algunos creen que eso ocurrirá a través de una nueva recesión, y otros pensamos que más bien será un largo estancamiento, pero no parece haber duda de que no vamos a tener los ritmos del pasado.
El estancamiento ya se puede notar en el ritmo de crecimiento del comercio exterior de México. Antes de la Gran Recesión, nuestro comercio no petrolero crecía entre 11% y 15% al año.
Cuando se empezó a atorar todo, en 2007, bajamos a ritmos de entre 6% y 8%, y en 2009 nos hundimos 20%. Nuestra recuperación fue muy rápida (mucho mejor que la de Estados Unidos), y crecimos 30% en 2010, pero de ahí ya bajamos a un promedio de 17% durante 2011. Sin embargo, aunque esa cifra se sigue viendo mucho mejor que lo que teníamos antes de la Gran Recesión, es engañosa, porque en el último trimestre (junio-agosto), es nada más de 15%.
Estas cifras deberían ayudarnos a entender lo que en realidad sucede. Por un lado, efectivamente la economía mundial crecerá menos de lo que se pensó a inicios de 2011. Por otro, aún hoy nuestro crecimiento en el mercado internacional es superior a lo que pasaba antes de la crisis, ya no digamos durante ella. Así pues, aunque no podemos esperar años de bonanza, tampoco hay, hasta el momento, señal alguna de catástrofe en el horizonte. Reitero, aunque estamos creciendo menos que el año pasado y menos que en la primera mitad de éste, el crecimiento supera lo que teníamos antes de la crisis.
Es de esperar que la tendencia que comentamos continúe, y que terminemos el año con una dinámica aún menor en el comercio exterior. Y muy probablemente en 2012 el crecimiento en este sector no sea extraordinario. Pero quienes están en problemas hoy son los países ricos, no nosotros.
Estados Unidos es el que no crece, y Europa es la que tiene un serio problema de deuda. Nosotros, como parte del mundo, y no muy importante, resultamos afectados por ellos, pero de rebote.
Para los que no se acuerdan, o no les tocó, el drama de Grecia, y en menor medida de todo el Mediterráneo, ya lo vivimos nosotros. Y sí es terrible que un mal manejo del gobierno destruya sueños y vidas enteras, que ponga a millones de personas a vivir por debajo de lo que pensaban y de lo que conocían. Pero eso, que nosotros ya vivimos, no nos toca ahora, afortunadamente.
A veces no aquilatamos cuánto ha cambiado México. Hoy podemos compadecernos de los países europeos, como meimagino que ellos lo hicieron cuando nosotros enfrentamos la crisis de la deuda y la década perdida. Pero hoy también tenemos que apreciar cuánto vale la estabilidad, y cuán importante es tener gobiernos que, si bien no son maravillosos, al menos no son irresponsables. Ya los conocimos, ya los sufrimos, y espero que ya los hayamos abandonado definitivamente.