Hacía tiempo que venía pensando escribir un artículo sobre don Braulio Fernández Aguirre; pero el tiempo y los acontecimientos nos iban ganando y esa intención se postergaba.
Pero ahora, cobró plena actualidad al acudir al homenaje que el pueblo y el Gobierno de Coahuila, le rindieron el pasado lunes al mediodía.
Mientras se sucedían los discursos y su hijo Héctor hacía la semblanza de su padre con voz entrecortada por el sentimiento, como debe ser, pensé en cuáles eran los calificativos mínimos que identificaban a este hombre y el por qué de su arraigo entre el pueblo.
Llegué así a la conclusión que, en principio, a don Braulio lo caracterizan, entre otras: Su convicción, compromiso, congruencia y memoria. Convicción, porque entiendo que siempre tuvo claro que el poder es para servir a la gente y no para servirse de él.
Habiendo nacido en San Pedro de las Colonias, conocía desde niño lo que sufren aquéllos que carecen de todo y la inmensa necesidad que tienen de recibir ayuda gubernamental.
Si se revisa su paso por el servicio público se advertirá que en sus actos siempre estuvo presente esta idea.
Esa convicción estuvo, a mi juicio, indisolublemente ligada a su compromiso social, así como a su congruencia.
Muy pocos son los hombres que se pueden preciar de actuar conforme al compromiso social y menos a la congruencia, entre el decir y el hacer.
Hombre sencillo y mesurado, don Braulio supo sortear los escollos de la política, apegado a esos principios.
Nunca tocó extremos ni dio pauta para escándalos de ningún tipo. Por ello es respetado y querido por todos, pues aun los que no lo conocen saben de sus virtudes y por lo mismo lo respetan.
Su sencillez, según cuentan sus contemporáneos, lo llevaba a caminar, siendo gobernador, de su casa a su oficina y regresar, saludando y platicando con quienes se encontraba en el camino.
Ahora, es casi imposible ver a un hombre público de esa estatura, andar a pie por cualquier calle de nuestras ciudades, las prisas y la inseguridad los hacen viajar en coches blindados y a toda velocidad.
Todo mundo hablaba de la memoria de don Braulio y yo pensé que esa memoria la usaba para las cosas importantes, pero una vivencia me demostró que la usaba para todo.
Conocí a don Braulio un 25 de diciembre, hace muchos años, porque ese día su casa era una casa abierta a todos los políticos comarcanos que acudían a ella para saludarlo y tomarse una copa gratis.
Recuerdo que en aquel entonces, mi amigo Carlos Ortiz Tejeda, era diputado federal y había venido a pasar Navidad en Torreón y me pidió que lo acompañara a la casa de don Braulio.
Yo sentía que nada tenía que hacer en aquel mundo, pues apenas había terminado el cuarto año de la carrera, pero no quise despreciar a mi amigo y lo acompañé.
Cuando llegamos me presentó con el ingeniero Mier Zertuche, que era pariente de mi madre, pero yo lo ignoraba. Y cuando me ubicó, me llevó con don Braulio y le dijo: "Mira Braulio, este muchacho es hijo de Concha Madariaga y Ricardo Froto", a lo que don Braulio respondió: "Ah, mucho gusto joven. ¿Qué hace usted?". Yo le conté que estudiaba derecho e iba en cuarto año, por lo que me animó a terminar la cerrera sin contratiempos.
Lo interesante vino después. Al mes andaba yo en la Ciudad de México, haciendo algún trabajo del despacho y en un restaurante divisé a don Braulio, con su señora esposa doña Lucía (qpd). Me acerqué a saludarlo y cuál no sería mi sorpresa que al hacerlo él me interrogó: "¿Cómo va la carrera joven Froto?". Esa simple pregunta me hizo conocer la prodigiosa memoria de don Braulio, aun en las cosas de poca monta.
Pero al igual que a mí, sorprendía a mucha gente acordándose de nombres y datos personales, así que aparte de su sencillez, habría que añadir la de su prodigiosa memoria.
La última vez que lo vi, lo vi fuerte y seguro de sí mismo. Me dijo entonces que solo le pedía a Dios llegar a los cien años. Yo ruego porque el Señor se lo conceda, porque los hombres como él son un ejemplo de vida que deberíamos imitar.
Son seres que rara vez tiene uno el privilegio de conocer y a los que se les puede aprender mucho.
Fue así un homenaje muy merecido y sólo para él, sin acompañantes incómodos ni lisonjas inmerecidas.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".