Me da risa acordarme del Pato Donald que con una voz monocorde como quien tallaba con una lija un pedazo de lámina, a principios del siglo XX, bocina que chillaba en nuestros oídos, deambulando por las calles de Torreón invitaba a los transeúntes a que le dejaran el paso libre espantando a los caballos lecheros que se imaginaban que el vehículo era un enviado del demonio por el ruido que producía. No había prisa en ese tranquilo rancho por donde se desplazaba ese animal mecánico que a cada tramo lanzaba estruendos y rechinidos parecía salido del mismísimo infierno a una velocidad vertiginosa y descomunal de ¡veinte kilómetros por hora! Era la época romántica de los primeros argonautas laguneros.
Aquí en nuestro país a ese célebre personaje de caricatura se le dio el nombre de Pato Pascual. Walt Disney le llamó Donald. Era de un carácter colérico, explosivo a la primera provocación, que en nada se semeja al embajador más allá del nombre dado en nuestro país. Esto a propósito de su excelencia el embajador de Estados Unidos de América, quien presentó sus cartas credenciales al Gobierno de México apenas el 9 de agosto de 2009.
Su nombre es Carlos Pascual, de origen cubano, al que le expresamos nuestro respeto a su investidura. El caso es que el diplomático se ganó la animadversión, la ojeriza y la inquina del gobierno mexicano, al informar a su gobierno que los militares, a propósito de la detención de un capo de Tutti capi, a los que consideró lentos, mal preparados y con aversión al riesgo o sea, en una palabra, zacatones.
De lo anterior se supo por las revelaciones que se hicieron en WikiLeaks. En reunión con periodistas Felipe Calderón mostró su enfado, cuando se le preguntó de si le había perdido la confianza al embajador Pascual, manifestando con cierto dejo de molestia que "la confianza es difícil de construir y fácil de de perder" (más claro ni el agua). Simple y sencillamente le dijo te me largas con todo y chivas. Calderón habría dicho, previamente a su reunión con el Presidente Barack Obama, con reporteros del periódico The Wahington Post, que no podría trabajar más con él. En tono coloquial les recordó la expresión "no me defiendas compadre". Tiene razón Calderón y se equivoca Obama (ya lo decía la ahora Canciller Hillary Clinton que su entonces contendiente a la Presidencia de los Estados Unidos, Obama carecía de conocimientos y era un fiasco en política exterior). Que Calderón usó las páginas de los periódicos para manifestar su repudio, no hizo otra cosa distinta a la del embajador que involuntariamente puso al alcance de los reporteros su diatriba contra el ejército mexicano.
El no remover a su diplomático en México con el inconveniente de que le perdió la confianza nuestro Presidente, es demostración si no de soberbia sí de auténtica falta de tacto político de los que hoy ocupan la Casa Blanca. Se le olvidó a él y a sus consejeros que en cargos diplomáticos se requiere el beneplácito, que es la autorización que concede un Jefe de Estado a un agente diplomático extranjero para que ejerza sus funciones, autorización que le puede negar de plano si es en el mejor interés del país. En el caso con mayor razón, si se justifica y en el caso de su excelencia el embajador Pascual, de rebote, pero sin ningún derecho se inmiscuye en asuntos políticos del país que lo recibió con los brazos abiertos. Por cortesía se le informó al presidente Obama, pero en cualquier momento el gobierno mexicano, por sí, le puede retirar su venia para que cuanto antes abandone el territorio nacional, aplicándole el artículo 33 constitucional porque su permanencia es inconveniente (este precepto fue modificado tachando la palabra indeseable) o retirándole el beneplácito si no se quiere llegar a tanto. En fin. Mayor intromisión no se había visto desde Napoleón Tercero.
