Los nuevos gobiernos y organizaciones mundiales se debaten hoy sobre el nuevo papel que juega el Estado-nación y la citada función de la tecnología en el capitalismo.
Por años se habló del capitalismo como el sistema ideal para el desarrollo económico de las naciones; no obstante cada vez surgen más dudas acerca de su eficacia, conforme el mundo sufre crisis y las desigualdades sociales son cada vez más notorias.
No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino que al contrario es su ser social el que determina su conciencia.
Karl Marx
Para muchos, el capitalismo es un sistema exitoso que ha permitido el desarrollo acelerado de las naciones. Pero para otros es un modo de producción que únicamente ha acentuado las desigualdades sociales. Sus defensores aseguran que en él, como en ninguna otra alternativa, la sociedad tiene la libertad de acción, mientras que sus detractores afirman que está condenado al fracaso. ¿Quién tiene la razón?
En los países que ostentan la modalidad capitalista un individuo tiene la libertad de poseer más de cinco automóviles de lujo y renovarlos cada año, o realizar viajes sin limitaciones de presupuesto; pero también hay millones de pobladores que no tienen dinero ni para comprar un pan, carecen de agua potable e incluso de vivienda.
Innegablemente el capitalismo se ha convertido en el eje del progreso mundial. Sin embargo, mucho se ha cuestionado su efectividad debido al incremento del desempleo, el alza de la violencia y el crecimiento de las diferencias sociales como las ejemplificadas, pues evidentemente no ha sido firme para combatir la pobreza, que lejos de disminuir muestra tasas más aceleradas. Para entender los porqués de esta situación, hay que dirigir la mirada a las raíces de este régimen.
LA RAÍZ DEL SISTEMA
Existieron tres momentos clave para la germinación del capitalismo en sus primeras fases: la Revolución Francesa en 1789, la Revolución Industrial (un periodo casi de un siglo pero que los historiadores la sitúan en 1870, con la consolidación de la máquina de vapor) y la Independencia de Estados Unidos en 1783. Dichos eventos permitieron la transición del feudalismo al capitalismo.
A principios de 1900 Henry Ford impulsó la primera fabricación en serie de vehículos, en donde a través de un esquema automatizado construía automóviles de forma más acelerada. Desde el punto de vista financiero, tal producción serial vino a consolidar el sistema clásico, en donde el dueño de los medios (del capital) contrata por un salario a los trabajadores y con base en lineamientos estandarizados se generan bienes.
Paralelo a estos sucesos económicos, se consolidaban la ideología y la formación de un gobierno distinto a la monarquía. Por ello el capitalismo no puede ir separado del papel del Estado en sus distintas fases. Su figura es central y su tendencia en muchos casos define el grado de desarrollo de una nación con relación a otra.
En el planteamiento clásico del capitalismo liberal existe una frase que engloba todo: laissez faire (dejar hacer), que sostiene que el mercado es quien autorregula el funcionamiento de la economía y asignará todos los recursos donde sean necesarios. Esto queda mejor explicado con la famosa ‘mano invisible’ que definiera Adam Smith en su libro Las riqueza de las naciones, asegurando que todos los intereses individuales originan lo que se llama competencia en una oferta y demanda de bienes, y este interés (mano invisible) es el que puede guiar y reasignar eficazmente todos los recursos en un patrimonio. En este contexto, el papel del gobierno en el aparato capitalista queda reducido sólo a la seguridad y la asistencia social.
Pero dicho planteamiento ha sido muy cuestionado por diferentes corrientes. El sociólogo francés Nicos Poulantzas en varios de sus escritos planteó la teoría de que el Estado, con todo su poder, tiende a borrar la idea de la mano invisible, se vuelve voraz y provoca distorsiones mediante ‘reasignaciones de recursos eficientes’, favoreciendo la polarización de clases. No obstante, vale la pena destacar que tal desproporción no es exclusiva del capitalismo, en todos los regimenes financieros se establece un sector dominante y uno dominado.
Otra corriente la instauró John Maynard Keynes en un momento coyuntural, cuando las fallas del sistema en cuestión se empezaban a recrudecer con la famosa crisis de 1929. El desempleo y la disminución en el poder de compra de la mayor parte de los trabajadores a finales de dicho año propiciaron un importante stock en la producción de granos y otros bienes. El planteamiento de Keynes fue muy sencillo: “El Estado tiene que generar empleos”. Fue entonces que el gobierno empezó a tener un papel más activo en la economía global y durante décadas fue quien aceleró el crecimiento del capitalismo. Por ello, a lo largo del tiempo el papel del Estado se ha convertido en un tema constante de discusión.
LAS CRISIS RECURRENTES
Desde su nacimiento, el capitalismo ha estado plagado de crisis recurrentes. Quién no recuerda de sus clases de Historia el citado revés financiero de 1929, o más recientemente los conocidos ‘efecto vodka’, ‘efecto tequila’, ‘efecto samba’, ‘efecto tango’ y otros más que sufrieron diferentes países en el pasado siglo, conflictos decorosamente catalogados como ‘recesiones’ o ‘desaceleraciones’. Lo más lamentable es que después de una crisis, las clases sociales se retrasan.
El año pasado el mundo experimentó una terrible recesión, semejante a la de los años treinta. Algunos aseguraban que éste era el fin del capitalismo y a pesar de que en la primera mitad de 2010 las economías tuvieron un respiro, lo cierto es que los problemas elementales como la falta de fuentes laborales, la desigualdad y la baja en el poder adquisitivo se mantienen latentes. Desde luego, esto no ha sido exclusivo de los países menos solventes, aún las naciones más avanzadas, donde se veía al capitalismo como un ‘éxito absoluto’ continúan sufriendo los estragos de la crisis.
Y es que existe otro factor que ha cambiado la perspectiva del régimen en los últimos 30 años: el desarrollo tecnológico. Hoy la manufactura en serie popularizada por Henry Ford ha quedado desplazada por máquinas automatizadas que suplen la mano de obra. El esquema implementado por la dinámica de competencia ha desplazado a la fuerza humana. Así, si bien es cierto que los avances técnicos han posibilitado un ritmo más acelerado en el ritmo de producción, también han aumentado el margen de desempleo, dado que innumerables personas han sido sustituidas por aparatos y no volverán a encontrar trabajo.
Bajo toda esta perspectiva histórica, los nuevos gobiernos y organizaciones mundiales se debaten hoy sobre el nuevo papel que juega el Estado-nación y la citada función de la tecnología. Es imposible adivinar qué ocurrirá a futuro, pues los dirigentes deben encontrar una respuesta a los grandes cuestionamientos que cada vez más voces les lanzan: ¿qué hacer con el creciente desempleo?, ¿cómo evitar el alza en los niveles de marginación? Sólo el tiempo mostrará si esas preguntas tienen solución satisfactoria.
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