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El cine de la obsesión: Aronofsky

CINE

Pi, el orden del caos. 1998.

Pi, el orden del caos. 1998.

Fernando Ramírez Guzmán

Intensos dramas en los que los personajes afrontan situaciones extremas, o historias de suspenso en donde se lleva a cabo una profunda exploración de la condición humana, son los ejes que mueven la breve pero penetrante filmografía de Darren Aronofsky, miembro de un selecto grupo de cineastas.

Nacido en el barrio de Brooklyn en Nueva York el 12 de febrero de 1969, Darren Aronofsky creció en el seno de una familia judía conservadora. Luego de concluir sus estudios de preparatoria en la Edward R. Morrow High School recorrió Europa y Oriente durante seis meses, para posteriormente estudiar durante el verano en el Camp Rising Sun, en el cual recibió instrucción de biólogo investigador.

Sería en el año de 1987 cuando inició su carrera en el campo de la Antropología, el Cine y la Animación en Harvard, de donde se graduó con el trabajo de tesis en formato breve Supermarket Sweep (1991), con el que consiguió salir finalista en los Students Academy Awards. Estudió además Ciencias Cinematográficas en el American Film Institute de Los Ángeles.

PONIENDO ORDEN EN EL CAOS

Para desarrollar su ópera prima Pi, el orden del caos (Pi, 1998), Aronofsky retrató a un connotado matemático que se obsesiona con el planteamiento de que existe un sistema de números capaz de controlar todo lo que existe en el Universo. Cinta de intriga de corte psicológico que combina en su andamiaje esquemas narrativos clásicos con pasajes surrealistas de aliento onírico, fue coescrita con la ayuda de Eric Watson y de su compañero de la facultad Sean Gullete, quien además la protagoniza. Tener la posibilidad de adquirir la capacidad de predecir en un sistema como el de la bolsa de valores o en los designios celestiales dio como resultado un viaje a través de la mente de un genio y su obsesión por convertirse en una especie de oráculo. Pi... es un notable ejercicio fílmico que sabe destilar angustia y con su fotografía a grano abierto en blanco y negro, y una sobresaliente partitura, se convirtió en todo un suceso dentro del cine independiente. Obtuvo el premio a la mejor dirección en el Festival de Sundance y al mejor guión en los Independent Spirit Awards.

En su segunda película el neoyorquino trabajó nuevamente con el fotógrafo Matthew Libatique y encargó la labor de musicalización a Clint Mansell para dar forma a una historia sobre el mundo de las drogas y lo devastador que pueden ser sus efectos en Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000), basada en la novela de Hubert Selby Jr. Aquí Aronofsky empleó recursos técnicos como la pantalla dividida, tomas con cámara en mano, pronunciados acercamientos, yuxtaposición de imágenes, alteraciones de ritmo, así como secuencias editadas de manera vertiginosa. Opresivo y perturbador drama transgresor al que parece incomodarle en algo el tratamiento pretendidamente moralista sobre el consumo de estupefacientes, pero que logra la trascendencia de un libreto complejo que lleva de la mano al espectador en un descenso progresivo por una espiral de turbulencias que desembocan en un dantesco territorio de locura. La música juega un rol determinante y la banda sonora de Mansell interpretada por Kronos Quartet resulta inquietante. La pieza Lux Æterna es por demás brillante.

“UNA FILMACIÓN NO ES UNA DEMOCRACIA”

Luego de escribir y producir el filme de terror Sumergidos (Below, David Twohy, 2002), efectiva muestra de cine de suspenso en ambientes claustrofóbicos, Darren rodó La fuente de la vida (The Fountain, 2006), película que se desarrolla en tres planos temporales y que encuentra en el desenvolvimiento de sus protagonistas Hugh Jackman y Rachel Weisz lo más sobresaliente. Aronofsky se alejó de su estilo y se aventuró a la experimentación con resultados no del todo satisfactorios. Las inconsistencias en el argumento, lo rebuscado de su propuesta y el sofisticado aunque barroco apartado visual con el que alcanza su techo estilístico, propiciaron que la cinta navegara de lo ambiguo a lo incomprendido y dejara un cierto tufo de pretensión. Más que contar una historia la obra parece empeñarse en hacer planteamientos, sugerir ideas para que sea el espectador quien las interprete libremente. Las ostensibles fallas en la manufactura y sobre todo en el guión le valieron ser recibida con desdén por parte del público y la crítica. Sin embargo, pueden apreciarse en ella rasgos de una trama con potencial y plagada de bellas imágenes que en ocasiones trascienden a su muy vulnerable fondo.

Para su siguiente proyecto el norteamericano quedó prendado de un guión de Robert D. Siegel que llegó a sus manos y que trata sobre el ocaso de un viejo ídolo de la lucha libre, Randy The Ram Robinson, y su vida en cuesta arriba. Luego de difíciles negociaciones con Fox SearchLight Pictures que entre otras cosas pretendía imponer para el rol estelar a Nicolas Cage, en el año 2008 se realizó finalmente El luchador (The Wrestler), agudo retrato de redención y del fracaso en medio de entornos sórdidos, el cual logra mantener su ritmo a base de la exposición de conflictos de tipo humano. Drama lineal, sencillo, honesto y sobre todo muy bien actuado, lleno de verdad. Un brillante argumento que en su minimalismo y en la descripción minuciosa del personaje principal encuentra su mayor acierto.

Con esta película Aronofsky se mostró como un solvente director de actores: obtuvo de Marisa Tomei y especialmente de Mickey Rourke personificaciones de hondos matices para ilustrar la dignidad de seres humanos en el ocaso de sus carreras, y del espíritu perdedor. El paralelismo entre el luchador venido a menos con la carrera cinematográfica de Rourke es más que evidente y quizá esa cuestión, el hecho de que el actor termine interpretándose a sí mismo, fue el máximo aliciente para que haya desempeñado su mejor actuación hasta el momento. Las escenas resueltas de manera simple, con empleo del steady cam y de planos secuencia, le dan un aire de documental. El momento final en el que Randy con el cuerpo maltrecho sube a la unión de las cuerdas para dar un salto (hacia el final, hacia la redención) y complacer a la enardecida fanaticada, rubrica una trascendental muestra de sencillez y realismo, reconocido con el León de Oro en el Festival de Venecia.

TODOS TENEMOS UN LADO OSCURO

Basándose en la novela El doble de Dostoievski y en un guión original de Andres Heinz, Darren (quien procreó un hijo con Rachel Weisz) se aventuró a filmar el thriller psicológico El cisne negro (Black Swan, 2010), angustiante relato sobre la transformación y el desdoblamiento a partir de la destrucción del arte en un ambiente sexual y poético, envuelto en el sugerente celofán de El lago de los cisnes de Tchaikovsky. Al igual que con El luchador, Aronofsky demandó de sus actores un esfuerzo físico y actoral extenuante. Natalie Portman entregó la interpretación más sobresaliente de su carrera y para ello tuvo que perder 12 kilos y someterse a rigurosas clases de ballet (a pesar de que sería doblada en varias escenas de entrenamiento y baile).

Cinta sobre la superación y la perfección, El cisne negro tuvo en su diseño de producción (los espejos, los vestuarios puestos al día, las coreografías de Benjamin Millepied) a un gran aliado que se combinó de manera armónica con una historia bien contada y un trabajo visual destacado, para hacer de esta película una propuesta más que interesante. La cámara incesante, en movimiento continuo; la fotografía áspera, fuera de foco; el juego de contrastes de luces y sombras, así como las representaciones oníricas y el contrapunto de la música de piano, contribuyen a formar el contexto de locura que va envolviendo a la protagonista.

Con tan sólo cinco obras en su filmografía, Darren Aronofsky se ha consolidado como uno de los directores más notables de la actualidad. La tendencia a llevar hasta el límite la exploración de la condición humana, su persistente estilo de concebir la realización cinematográfica y la dictatorial impronta para exprimir al máximo el talento de quienes lo rodean en el set, lo proyectan como un relevante hombre de cine.

Al ser cuestionado en una entrevista sobre si sus cintas retratan lo destructiva que puede resultar una obsesión, el estadounidense respondió: “No lo sé. Simplemente lo hago. Creo que podría ir con un analista para hablar de ello [...]. Creo que hacer una película tiene que ver con crear atmósferas donde los actores pueden hacer lo que realmente deseen. Me gusta experimentar con las emociones de otras personas y trato de ayudarlos para hacerlo”.

Correo-e: ladoscuro73@yahoo.com.mx

FILMOGRAFÍA

2010 El cisne negro (Black Swan)

2008 El luchador (The Wrestler)

2006 La fuente de la vida (The Fountain)

2000 Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream)

1998 Pi, el orden del caos (Pi)

1994 No time (cortometraje)

1993 Protozoa (cortometraje)

1991 Fortune Cookie (cortometraje)

1991 Supermarket Sweep (cortometraje)

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