E S posible que Humberto Moreira sea víctima de un complot, pero eso no lo exime de rendir cuentas sobre el dinero que tuvo en sus manos a su paso por la gubernatura de Coahuila.
A raíz de los cuestionamientos que se hacen al ahora Presidente Nacional del Partido Revolucionario Institucional, respecto a la deuda pública que contrajo su gobierno, el interpelado evade el tema y elude referir de modo puntual en qué se gastó el importe del endeudamiento, con lo que pretende distraer la atención de la opinión del público, argumentando que el Gobierno Federal ha montado lo que denomina "guerra perversa" en su contra, para desprestigiar al PRI y obligarlo a dimitir como dirigente de ese partido.
Entre los alegatos de Moreira, insiste en que se pretende dar un sesgo político al tópico de la deuda que contrajo, lo cual desde luego así es, puesto que con independencia del contenido económico evidente de la misma, se trata de un tema esencialmente político.
De hecho uno de los argumentos que utiliza nuestro personaje en el sentido de que la Federación es un "Drácula" que chupa la sangre y los recursos a los estados, opera en contra del régimen priista, que se caracterizó por un centralismo presupuestario tan rígido como autoritario, en el que el presidente de la república utilizaba la Secretaría de Hacienda como instrumento de control que premiaba o castigaba el comportamiento de los gobiernos locales.
La alternancia del Partido Acción Nacional en el ejercicio del poder a nivel federal, ha sido la oportunidad para que los gobiernos de los estados reciban recursos como nunca antes, colmando un anhelo federalista acariciado a lo largo de la historia de México. Sin embargo, la disposición de más recursos en manos de los gobiernos locales, lejos de repercutir en un mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos, en manos de los gobernadores priistas se ha convertido en una herramienta de sometimiento y control, como lo fue durante el viejo régimen.
Tampoco debe extrañar que en el marco actual los políticos de los diversos partidos revelen los malos manejos de sus contrarios y los exploten para efectos de acusación o vituperio. De hecho la Democracia entre otra cosas propone un sistema de equilibrio que aplicado al caso, opera como una vigilancia recíproca en el que unos y otros de los protagonistas se cuidan las manos, en la administración de los recursos públicos.
Considerando el caso de Moreira en el entorno referido con antelación, aunado a un sometimiento total del Congreso incapaz de fiscalizar la hacienda pública y ante la falta de una explicación satisfactoria sobre el destino de los recursos ejercidos, la sospecha de que el dinero de los coahuilense fue utilizado en promover la imagen del gobernador en los medios de comunicación, a generar alianzas de conveniencia o a someter voluntades, así como a solventar el alto costo de programas sociales con fines electorales, adquiere fuerza de certeza.
El paso de la deuda de doscientos a treinta y cuatro mil millones de pesos, el enriquecimiento inexplicable de quien fuera mozo de estribo del gobernador con licencia Vicente Chaires y la falsificación de documentos públicos que se atribuye al exsecretario de Finanzas Javier Villarreal, son parte de muchos etcéteras que enturbian la trayectoria de Moreira que además de enriquecimiento inexplicable, es reo de posicionamiento político que se explica, en base al "carisma" que proporciona la disposición ilimitada de recursos.
Pero tarde o temprano, si no se rinden cuentas por vía institucional, llega la hora en que la vida pasa la factura y en este caso de cara al pueblo a nivel nacional, para vergüenza de los coahuilenses. Tiene razón Moreira cuando se dice objeto de una guerra en su contra, pero yerra cuando acusa a sus detractores de quererlo echar de la presidencia del PRI. Ahí es donde a sus adversarios, mejor les conviene que permanezca.
