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El conjuro

ALFONSO ZÁRATE

Enrique Peña Nieto movió sus piezas con precisión y destreza: evitó repetir el error que cometieron los gobernadores priistas de Sinaloa, Puebla y Oaxaca -la necedad de imponer a un candidato desestimando la presencia y la trayectoria de otros aspirantes, que a la postre derrotaron al partido-, y privilegió la racionalidad política.

Cuando la mayoría de los analistas aseveraban que en el Estado de México se daría una sucesión dinástica, Eruviel Ávila Villegas, el plebeyo, resultó el elegido. La cara larga de Alfredo del Mazo, su sonrisa forzada durante el registro de Ávila como precandidato único, mostró el tamaño de su frustración; quizá habría que recordarle que quien nunca estuvo preparado para perder, tampoco estuvo preparado para ganar.

El PRI resolvió bien el acertijo. El destape de Eruviel impacta en distintas esferas. Por una parte, exorcizó el riesgo de fractura y, así, dejó sin contenido a la alianza opositora. Su postulación convirtió la consulta ciudadana del pasado domingo en un ejercicio fugaz e irrelevante. En unas cuantas horas, todos los cálculos de los aliancistas volaron por los aires: la convicción de que Peña Nieto se inclinaría por su primo y entonces los aliancistas podrían ofrecerle al alcalde de Ecatepec una candidatura común, falló.

Alejandro Encinas parece haberle asestado el golpe definitivo a la alianza, será candidato de "las izquierdas". Para reducir los costos del fracaso, Marcelo Ebrard y Manuel Camacho optaron por un repliegue táctico: van con Encinas, Los Chuchos se quedan silbando y, en el PAN, Luis Felipe Bravo Mena -un hombre de bien, pero sin el perfil de contendiente- es ya candidato de unidad.

En el Estado de México, a diferencia de la mayoría de las entidades donde sólo dos partidos tienen presencia, la disputa electoral es tripartidista, hace muchos años que el PAN y el PRD consolidaron una fuerza política en amplias regiones del estado: Acción Nacional en el llamado "corredor azul" que incluía a los municipios "modernos" (Naucalpan, Tlalnepantla, Atizapán, etc.) y el PRD en otros, también densamente poblados, pero con menor nivel de desarrollo como Neza, Texcoco y Ecatepec. Sin embargo, ni unos ni otros resistieron la prueba del poder, los escándalos de corrupción e ineficacia, los cuales terminaron por minar sus bases de apoyo. Un ejemplo sobresaliente lo dio no hace mucho Agustín Hernández Pastrana, el alcalde panista de Ecatepec, que se fijó un ingreso de 420 mil pesos mensuales, Eruviel recuperó entonces el municipio para el PRI.

Si algo deja en claro esta alianza fallida es la dramática ausencia de cuadros políticos propios por parte del PAN y del PRD, ambos a la expectativa de cachar a algún inconforme tricolor. No esta vez.

La elección del año pasado mostró el nivel de hartazgo de la ciudadanía, la mayoría de los electores votó por el PRI, aunque en algunos casos, como ocurre en Naucalpan con Azucena Olivares, se trata del PRI de siempre, con los vicios, las trampas, la voracidad...

Pero la postulación de Eruviel configura otro cambio no menor. Por muchas décadas y con excepciones que confirman la regla, el poder en el Estado de México se concentró en la clase política del valle de Toluca: el "inexistente" Grupo Atlacomulco prevalecía contra toda lógica. Desde 1929 el Partido de la Revolución Institucionalizada, como lo llamó Luis Javier Garrido, sólo postuló a dos candidatos provenientes del Valle de México: Wenceslao Labra, de Zumpango (1937) y Gustavo Baz, de Tlalnepantla (1957).

A la densidad poblacional y política del valle de México (constituye el 75% del padrón electoral y aporta más del 70% del PIB), no siguió su correlato en la representación política: hoy los titulares del Ejecutivo y del Judicial, el presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado y la mayoría de los miembros del Gabinete son originarios del Valle de Toluca. No sólo eso, la geografía electoral (intocada por el IEEM) genera sobrerrepresentación en los distritos electorales del Valle de Toluca y castiga a los del Valle de México; en el extremo, el distrito 38 (Coacalco-Tultitlán), tiene 522 mil electores, mientras que el 11, con cabecera en Santo Tomás, sólo 62 mil ciudadanos.

La manera en que Peña Nieto resolvió su relevo -dedazo al fin- conjuró los malos augurios, pero además, responde a la realidad sociodemográfica y económica del estado.

La designación de Luis Videgaray como "coordinador general de la campaña" parece mostrar que Enrique Peña Nieto mantiene desde allí, sin ingenuidades, el control del proceso.

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